La Jornada

La muerte no tiene remedio: José Luis Cuevas

- ELENA PONIATOWSK­A

l 14 de marzo de 2010 entrevisté a José Luis Cuevas por última vez en su casa de San Ángel. Y entre risas y chistes, toda la conversaci­ón giró en torno a su propia muerte.

Metido en su cama catedralic­ia por culpa de la ciática que aqueja su pierna izquierda y le causa mucho dolor, José Luis Cuevas asegura que además de pintor se ha vuelto vidente y sabe quiénes van a morir en los años que vienen. ‘‘Te lo voy a decir pero tú no repitas sus nombres, no se vayan a enojar. Yo me voy a morir este año”.

Su mujer, Beatriz del Carmen, sacude su fleco rubio:

–¡Ay, Cachito! ¡Cómo te gusta la publicidad!

–Tengo una libretita secreta y negra y en esa apunto la lista de los que van a morirse y hasta ahora no he fallado. Adiviné que Salvador Novo moriría en 1974, David Alfaro Siqueiros también, Dolores del Río en 1983, Juan Rulfo en 1986, Alice Rahon en 1987. Anuncié la muerte de Fernando Benítez en 2000, también supe que en 2006 moriría Juan Soriano, Mathias Goeritz en 1990. Yo supe que Alejandro Aura, amigo mío, iba a morir en 2009. Soy vidente desde los años 70. En 1973 preví la muerte de Picasso y la mía. Murió Picasso y yo no. Me fui a Houston en el avión de Luis Echeverría con Teodoro Césarman para ver al mayor cardiólogo de Estados Unidos y uno de los más importante­s del siglo XX, Michael DeBakey. Incluso Cantinflas me dio una carta de recomendac­ión para DeBakey que lo había operado a él, ‘‘dale esta carta”, pero no fue necesario porque el segundo de DeBakey, hoy día un cardiólogo famosísimo, me hizo un examen para ver cómo andaban mis arterias y las encontró perfectas. Vi en una pantalla cómo corría el líquido de la radiografí­a por las arterias hasta llegar a la arteria coronaria. ¿Hablas inglés? Oye, porque si no hablas inglés corres el riesgo de morir porque el médico te ordena en inglés. ‘‘Tosa usted, tosa usted con mucha fuerza” y en ese momento con la tos evitas el infarto.

–¿Entonces si no toses habrías sido responsabl­e de tu muerte?

–Cuando regresé en el mismo avión de Echeverría a México, Ja- cobo Zabludovsk­y le anunció al pueblo por televisión (José Luis imita a Zabludovsk­y): ‘‘Acabamos de recibir la noticia de que Cuevas siempre no murió, como había predicho, ha regresado perfectame­nte bien, ¡qué bueno! ¿No?”

La noticia de que estaba yo muy grave e iba a morir en la operación en el Methodist Hospital se dio en la televisión, en la radio, en la prensa y un hombre llegó corriendo y sin aliento a la galería Misrachi:

–Yo quiero comprar todo lo que tengan de José Luis Cuevas…

Compró grabados, dibujos, apuntes, lo que fuera. Y cuando Zabludovsk­y divulgó que no tenía yo nada y había regresado sano y salvo se presentó muy enojado el comprador y le dijo a Misrachi:

–Aquí están las obras, las regreso y no las quiero. Haga usted el favor de devolverme el dinero. Creí que él iba a morir y como no murió lo considero una estafa…

Esto me lo contó Misrachi. A mi regreso me llamó mi buen amigo Rodolfo Rojas Zea con quién me llevaba muy bien y ya había escrito mi obituario para Excélsior tal y como se lo ordenó Julio Scherer. ‘‘Hazlo lo más extenso posible porque va a ser noticia de primera plana”.

–¿Por qué no me lo traes para corregírte­lo? –le pedí a Rojas Zea.

Esa misma tarde, Rodolfo Rojas Zea vino a la casa:

–Oye, aquí te faltan muchísimas cosas muy importante­s.

Añadí todo lo que faltaba y le pregunté:

–Oye, ¿no te ofendes si te corrijo también la ortografía?

–Yo soy periodista, ¿qué más da que haga unas cuantas faltas de ortografía?

Lo corregí a conciencia: ‘‘Ahora sí está al centavo. Yo te sugiero que cada año me traigas el obituario para completarl­o. Por el momento quedó perfecto, si muero mañana puedes publicarlo en tu periódico”.

Eso sucedió en 1973, el año de la muerte de Picasso y mía.

También tengo listas mis esquelas de media plana para cada uno de los grandes periódicos. Se lo dije aquí a mi bien amada esposa Beatriz del Carmen que me respondió: ‘‘¡ Ay, yo no quiero saber nada de eso!” ‘‘ Yo entiendo que vas a sufrir muchísimo cuando yo me muera – le expliqué– va a ser espantoso para ti, no es fácil encontrar a alguien como yo”, pero por favor te suplico que el último gasto que haga el museo sea el de la media plana de mi esquela. Un desplegado en un periódico cuesta muchísimo. ¿ Tú sabes cuánto cuesta media página? Es muchísima, muchísima lana. Te lo digo a ti, Elena, para que en caso de que no aparezca nada en La Jornada tú reclames mi media plana. Tengo ya redactada la esquela y la he memorizado: ‘‘ El gran maestro de la pintura mexicana José Luis Cuevas falleció el día de ayer a tales horas habiendo sido una de las grandes figuras del arte mexicano con proyección in- ter- na- cio- nal. Su amadísima esposa, sus hijas, Mariana, Ximena y María José, sus hermanos Alberto y Lupita, sus amigos Pedro Friedeberg y José Sacal y los pocos que quedan vivos anuncian con profunda pe-

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