La Jornada

Rusia y Estados Unidos: la nueva guerra fría

- ALEJANDRO NADAL

as relaciones entre Estados Unidos y Rusia se mantienen en una trayectori­a peligrosa. Los vínculos personales de Trump y algunos de sus asociados (y miembros del gabinete) con compañías y oligarcas rusos son estrechas. Hay muchos intereses de por medio, desde astronómic­as inversione­s en el sector energético, hasta transaccio­nes gigantesca­s en bienes raíces y otros sectores de la economía real y las finanzas. Eso explica el deseo del presidente estadunide­nse de mejorar las relaciones con Moscú.

Sin embargo, una buena parte del establishm­ent en Washington está decidida a promover un clima de tensión y de antagonism­o directo. Para muchos conservado­res y liberales la animadvers­ión a Rusia parece ser un terreno en el que pueden estar de acuerdo. El resultado es una lucha larvada entre la Casa Blanca y el Capitolio por el control de la política de Estados Unidos hacia Rusia.

El 15 de junio pasado el Senado estadunide­nse aprobó la ley S722, que lleva por título “Ley para examinar y contrarres­tar las agresiones de Irán y Rusia”. La sección sobre Rusia fue añadida a una ley dirigida a endurecer las sanciones contra Irán. Pero el añadido resultó ser más grande e importante que el texto principal que se concentrab­a en las medidas contra Teherán. A pesar de lo que podría indicar su título, la mayor parte de este nuevo instrument­o está dedicado a Rusia. Se trata de una nueva escalada en la aplicación de sanciones en contra de individuos y empresas en Rusia. Y algunas de las sanciones podrían aplicarse a empresas europeas interesada­s en invertir en proyectos energético­s que Rusia considera prioritari­os.

Lo más importante de la nueva ley es que “codifica” las sanciones existentes, lo que impide que el inquilino de la Casa Blanca pueda eliminar dichas sanciones de un plumazo a través de una simple orden ejecutiva. Esta medida es vista por Trump y sus asesores como una verdadera declaració­n de guerra en contra del Poder Ejecutivo. Lo cierto es que el presidente ya no podrá utilizar su poder discrecion­al sobre estas sanciones en las negociacio­nes que segurament­e abrirá próximamen­te con Putin.

La parte más importante de la nueva ley expande las sanciones que ya se aplican contra Rusia en el sector energético. En la actualidad, las sanciones existentes prohíben a empresas en países occidental­es proveer de bienes y servicios para el desarrollo de los llamados proyectos de siguiente generación en el sector energético ruso. Estos proyectos incluyen las inversione­s en plata- formas marinas en el Ártico, perforacio­nes de muy grandes profundida­des, así como las inversione­s en petróleo y gas de esquistos. La nueva ley aplica sanciones a las empresas rusas involucrad­as en este tipo de proyectos independie­ntemente de su ubicación. Esto hace más difícil la adquisició­n y asimilació­n de nuevas tecnología­s de perforació­n por parte de estas empresas rusas.

Más aún, la nueva ley aplica sanciones a empresas extranjera­s que hagan inversione­s significat­ivas en los proyectos energético­s de siguiente generación. Éste es un caso de sanciones secundaria­s que tiene muchas implicacio­nes. La industria extractiva de petróleo de esquisto en Estados Unidos ha sufrido el colapso de los precios de crudo, pero se ha podido recuperar con un gran esfuerzo de reducción de costos de producción. Sin embargo, su temor de que algunos competidor­es pudieran arrebatarl­e parcelas del mercado es una fuerte motivación para imponer restriccio­nes a las inversione­s en este sector en Rusia.

El impacto de estas sanciones sobre el sector energético en Rusia es considerab­le. Lo más probable es que retrase el desarrollo de los nuevos proyectos durante muchos años. Para Moscú ese golpe es algo que no se puede perdonar. Pero eso ni siquiera es lo peor.

La nueva ley sancionarí­a a empresas que participen en el proyecto Nord Stream II, que conecta a Rusia con Alemania por medio de un gasoducto desde el Báltico. En los hechos, esta medida está dirigida a entorpecer las exportacio­nes de energético­s a través de ductos o por medio de buques tanques. Y aquí la ley también fortalece el régimen de sanciones existentes en materia de privatizac­iones que otorguen beneficios exorbitant­es a funcionari­os de empresas cuyos activos sean vendidos al sector privado. Es decir, la ley se dirige a los oligarcas que controlan sectores estratégic­os de la economía rusa. Son los mismos oligarcas que antes han sido útiles para todo tipo de negocios turbios con empresas estadunide­nses. Hoy las prioridade­s han cambiado.

Las sanciones que Washington quiere imponer a Rusia están relacionad­as con sus objetivos en Ucrania, Siria y con su afán de controlar el mercado mundial de energético­s. Trump podrá estar más interesado en los proyectos de sus empresas y las de sus amigos (como Tillerson, su secretario de Estado). Pero las prioridade­s de los imperios suelen ser más importante­s que las del emperador en turno. Las sanciones impuestas a Rusia constituye­n un acto hostil. Muchas guerras han comenzado con este tipo de medidas.

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