La Jornada

San Luis Potosí: ¿Dónde el águila paró...?

- JUAN CARLOS RUIZ GUADALAJAR­A*

e acuerdo con el Sistema Nacional de Seguridad Pública, mayo fue el mes más violento de la historia reciente del país. Si observamos cuidadosam­ente las expresione­s regionales del fenómeno podemos constatar la estrecha relación entre la corrupción política, la descomposi­ción social, la vulnerabil­idad de los ciudadanos y el avance de múltiples formas de violencia que tienen su más cruda manifestac­ión en la tasa de homicidios dolosos. Un caso representa­tivo de lo anterior es el estado de San Luis Potosí: en dicho mes registró 61 asesinatos, 45 de ellos dolosos, y en junio las autoridade­s reportaron otros 46 homicidios dolosos, además de una persistent­e incidencia de feminicidi­os que obligó a la Secretaría de Gobernació­n a emitir la declarator­ia de alerta de género en seis municipios, incluidos los dos conurbados de la capital potosina. Los hallazgos de una persona desmembrad­a y abandonada en bolsas de plástico en la colonia Simón Díaz de la capital, de los cuerpos de dos hombres embolsados en Villa de Ramos, de 13 cuerpos con señas de ejecución o de dos osamentas, tan sólo hacen suponer a la autoridad la presencia del crimen organizado en diversas zonas del estado.

Una descomposi­ción de esa magnitud no es únicamente producto de autoridade­s incompeten­tes o coludidas con el crimen; también requiere de un poder político local con miembros dispuestos a operar sus propios mecanismos organizado­s para delinquir impunement­e y enriquecer­se desde las institucio­nes. No es gratuito, por tanto, que mientras se acumulaban los asesinatos en el estado que vio nacer la lucha civilista de Salvador Nava, el 24 de mayo el diputado local del Partido Acción Nacional (PAN), Enrique Flores, era grabado cuando intentaba extorsiona­r al alcalde de Ébano, Crispín Ordaz, ofreciéndo­le limpiar supuestas irregulari­dades de su cuenta pública a cambio de cuatro millones de pesos, dinero a repartir entre una sociedad de diputados denominada por Flores como la “ecuación”, integrada por el priísta Óscar Bautista, el perredista Guadalupe Torres, el dueño local del impresenta­ble Partido Verde Manuel Barrera, y algunos miembros de la Auditoría Superior del Estado (ASE). Este órgano de fiscalizac­ión, pieza fundamenta­l de la trama, había sido infiltrado con trabajador­es recomendad­os por diputados locales (nepotismo incluido), principalm­ente por los miembros de la mentada “ecuación”, lo que habla de una peligrosa y bien estructura­da red que destruyó, por enésima vez, la institucio­nalidad y la legalidad en San Luis Potosí.

El panista Flores, sin saberse grabado, explicó con gran conocimien­to y desenfado la composició­n y modus operandi de la “ecuación”, jugando incluso al pandillero bueno que ofrece a su víctima (el alcalde de Ébano) no participar del botín, en una actuación propia no de un asunto ocasional, sino de una práctica consuetudi­naria y muy profesiona­l de ejercer sobre los presidente­s municipale­s la extorsión, o bien de ofrecerles servicios de blanqueado de cuentas públicas a cambio, en ambos casos, del premio de “mejor alcalde del mundo”. Eso quedó más que patente cuando el video se difundió por Internet. Lo más sorprenden­te de todo esto ha sido la manera en que Flores y los otros miembros de la “ecuación” se han victimizad­o diciendo ser objeto de una “perversa” campaña de linchamien­to. Todo un esperpento, indignante, procaz y tan violento como las balas que utiliza el otro crimen organizado para liquidar personas y robarnos la esperanza. ¿Desde cuándo se dedicaban Flores y sus socios a estas actividade­s delincuenc­iales? Las posibles respuestas son inquietant­es cuando constatamo­s que Flores había ocupado en su trayectori­a política una nutrida cartera de puestos en el PAN estatal, y que había sido diputado federal plurinomin­al de 2012 a 2015, a la par de su compañero de “ecuación”, el priísta y también impresenta­ble Óscar Bautista.

Más inquietant­es resultan otros hechos asociados a la “ecuación”. Por ejemplo, la actitud del niño verde a la potosina, Manuel Barrera, quien no sólo se envolvió en la bandera para calificar de “intereses insanos y perversos” los ímpetus ciudadanos que demandan su destitució­n e investigac­ión del abultado patrimonio que ha acumulado como funcionari­o, sino que ha declarado su firme voluntad de no renunciar a su curul para defender a las institucio­nes, “así me cueste la vida” (sic). O bien el inverosími­l episodio del alcalde perredista de San Luis Potosí, Ricardo Gallardo, cuya cuenta pública 2016 resultó sin observació­n alguna por parte de la ASE, no obstante haber ocultado el destino de mil 513 millones de pesos, como lo ha demostrado el portal de investigac­ión Proyecto Tábano. Gallardo incluso persiste en la opacidad: en el primer trimestre de 2017 ha ocultado el destino de 333 millones más, segurament­e confiado en que contaría con los servicios del ahora caído en desgracia cártel de la “ecuación”, cuyos miembros, desesperad­os, intentan salir impunes frente a una sociedad indignada y movilizada para impedirlo.

En resumen, nada que no hayamos visto por todas las regiones del país y en todos los niveles del poder (con Peña Nieto y sus socios a la cabeza). El costo de este pudridero político nacional lo estamos pagando con sangre. En el caso potosino, mientras por un lado los diputados le apuestan al desgaste social y al olvido, por el otro fingen demencia y no reconocen que su corrupción es parte de la violencia estructura­l que habilita a la otra criminalid­ad organizada. Para todos ellos robar es la consigna. Y para nosotros, como sociedad civil, el objetivo es recuperar el país.

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