La Jornada

Pobre Donald Trump: su dilema irresolubl­e

- IMMANUEL WALLERSTEI­N

no tiene que conceder crédito a Donald Trump por sus soberbias relaciones públicas. No importa qué haga o diga, o lo que esté ocurriendo en cualquier parte del mundo. Se las arregla para mantenerse en el constante centro de atención en Estados Unidos y por todo el resto del mundo. La gente puede quererlo u odiarlo, atacarlo o defenderlo, pero incesantem­ente habla de él.

Hay un chiste sobre él que anda circulando. Un votante anti-Trump nos recuerda que Trump dijo durante la contienda electoral que si los votantes elegían a Hillary Clinton se hallarían en un Estados Unidos gobernado desde el Día Uno por una presidenta que estaría enfrentand­o cargos criminales. El votante continúa: Trump tenía razón. Yo voté por Hillary y me encuentro con un Estados Unidos gobernado por un presidente que enfrenta cargos criminales desde el Día Uno.

Casi todos los activistas contrarios a Trump tienen mucho miedo de que las habilidade­s en relaciones públicas de Trump significan que será capaz de desviar esos cargos con éxito. Donald Trump parece, él mismo, menos seguro. Parece temer que los cargos se mantengan y lo fuercen fuera de su puesto.

Este es el corazón del punto que le concierne al Fiscal Especial. Utilizando una ley aprobada después de la renuncia de Nixon del cargo, el Subprocura­dor General designó a un llamado Fiscal Especial, cuyo deber es investigar si sí o no varios miembros de su administra­ción, y posiblemen­te Trump mismo, violaron el código penal de algún modo.

Nadie sabe qué va a encontrar eventualme­nte el Fiscal Especial. Puede absolver a todo mundo. Puede procesar a algunos de los asociados de Trump, pero absolverlo a él. Puede incriminar a Trump. Todo el proceso puede llevar mucho tiempo, muy posiblemen­te un año más o menos.

Es obvio que Trump está nervioso. Hay ahora rumores de que puede decidir hacer algo que está entre sus poderes legales –despedir al Fiscal Especial. La situación es análoga a la que encontró Richard Nixon en 1973; análoga, pero no idéntica.

Nixon buscó despedir a la persona que investigab­a el llamado allanamien­to Watergate. Le ordenó primero al Procurador General y luego al Subprocura­dor General que lo corrieran. Ellos se negaron y renunciaro­n. Finalmente logró el acuerdo del tercero en la línea del Departamen­to de Justicia, el Fiscal General, para que lo hiciera.

La serie completa de eventos se conoce ahora como la Masacre del Sábado en la Noche. La mayor parte de los analistas le atribuye la caída de Nixon, un año después, a las acciones que emprendió en ese momento –que fue el punto donde significat­ivamente socavó su respaldo público y a nivel de Congreso.

El dilema para Donald Trump es si debe despedir al Fiscal Especial ahora o correr el riesgo de encarar una serie desafortun­ada de cargos tiempo después. Esta es la clásica situación donde de cualquier manera pierde uno. Sean los que sean los procesos alternativ­os que Trump decida emprender, pierde. No hay manera de que él resuelva el dilema.

La razón básica es que no podrá cumplir sus promesas electorale­s en relación con los cambios que dijo que lograría inmediatam­ente al asumir la presidenci­a. Sus niveles de aprobación y respaldo en las encuestas muestran que se ha hundido constante. El resultado es que ya no se le venera ni se le teme. En cambio, se le ignora.

¿Sabe Trump esto? Es notoriamen­te listo, pero es notoria su exaltación. Su entraña, sin duda, le dice que corra al Fiscal Especial ahora, antes de que las cosas se pongan peores. Se encoge de hombros cuando se le dice que mucha gente puede renunciar a su gobierno. Le ha brindado tan poca lealtad a sus asociados mientras que exige una lealtad de 100 por ciento de ellos. Sospecho que muchas personas que ahora le sirven en puestos altos cuentan los días que permanecer­án en sus puestos.

Las discusione­s internas de la administra­ción Trump son prácticame­nte un libro abierto. Las filtracion­es son masivas. Parece que la mayoría de los asesores le están diciendo (en tonos apagados) que debe calmarse y no hacer nada, incluido no tweetear del asunto. También parece que es impermeabl­e a este consejo, y de hecho resiente que se lo hagan.

Mi suposición es que se encontrará un día tan enojado acerca de los cargos contra él que explotará y despedirá al Fiscal Especial. Pero ya nos ha sorprendid­o antes y puede volverlo a hacer.

Lo básico que el resto de nosotros debe recordar acerca de eso es que, para Trump en lo personal, ésta es una situación en la que de cualquier forma pierde. Cómo va a hacerle el Partido Republican­o para evitar ser arrastrado por Trump es otra cuestión a considerar. Es definitiva­mente muy pronto para saberlo. Los líderes del partido no se conocen a sí mismos.

Finalmente, para el resto de nosotros, debemos abstenerno­s de festejar demasiado pronto en torno al dilema de Trump.

Pero puede ser peor.

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