Sistema y reforma educativos generan sólo frustración y enojo: jóvenes maestros
En dos años han sido evaluados cuatro veces, se quejan
Estudiantes de las 16 escuelas normales rurales del país se movilizaron en la Ciudad de México para decir al gobierno federal y a las autoridades educativas “ya basta”, ante los actos de represión contra esas casas de estudio, las cuales, afirmaron, enfrentan una “política de erradicación”.
Una de las alumnas normalistas que participó en la protesta afirmó: “venimos a pedir que no siga el hostigamiento del gobierno. Ya basta, porque cada vez que quieren y se les antoja atacan a las normales. Les somos incómodos y es evidente que su objetivo es cerrarlas a cualquier costo”.
Cientos de jóvenes, casi un millar de acuerdo con cifras del Gobierno de la Ciudad de México, se concentraron la tarde de ayer en las inmediaciones del Ángel de la Independencia, de donde partieron en marcha hacia las instalaciones de la Dirección General de Educación Superior para Profesionales de la Educación (Dgespe) en la avenida Arcos de Belén.
Frente a las oficinas de la dependencia se concentraron para realizar un mitin político, luego de que una comisión de siete estudiantes ingresó al inmueble para entregar sus demandas, entre ellas el cese del uso de la fuerza pública contra normalistas, estudiantes y maestros, y el rechazo al cierre o transformación de las normales rurales que afecte su función de internados.
Sin embargo, minutos después, y ante el rumor de la presencia de elementos del cuerpo de granaderos, los estudiantes inconformes determinaron subir a los autobuses que los habían trasladado a la capital del país para volver a sus planteles.
Falta infraestructura
Durante su marcha por Paseo de la Reforma, avenida Juárez y Balderas, los normalistas denunciaron los problemas que enfrentan sus escuelas. La mayoría, dijeron, con problemas de infraestructura y equipamiento.
Sabemos, dijeron, que los problemas “han aumentado en cada uno de nuestros estados. El gobierno federal nos sigue viendo como la piedra en el zapato porque mantenemos entre los cinco ejes que estructuran nuestra formación normalista, el de la lucha política, que nos obliga a ser sembradores de conciencia en nuestro pueblo”.
Es nuestra tarea como maestros normalistas rurales, afirmaron, “abrir los ojos de los más pobres para ver cómo son explotados, para ver que es posible construir otros gobiernos que no son corruptos, que son Jóvenes maestros frente a grupo que han cumplido su segundo año como profesores de primaria afirman que su experiencia con el “sistema educativo y su reforma sólo nos ha generado frustración, enojo y decepción”.
Han sido evaluados al menos cuatro veces; apenas el pasado fin de semana cumplieron con su evaluación de desempeño.
“Muchos de los problemas que enfrentamos en el aula con nuestros alumnos, con los padres de familia, con los compañeros docentes y las autoridades educativas, y que forma parte del día a día en nuestras escuelas, no forma parte de ninguna evaluación”, aseguran en entrevista.
Egresados de la Benemérita Escuela Nacional de Maestros (BENM) en 2015 ingresaron al servicio docente a través del examen de oposición que aplicó la Secretaría de Educación Pública (SEP) como parte de la implementación de la reforma educativa.
Con un resultado idóneo obtuvieron una plaza frente a grupo, pero “lo primero que nos sorprendió fue la realidad del sistema educativo”. Recuerdan que “llegamos a las escuelas a ser tratados por los propios maestros como enemigos del pueblo, porque veníamos asignados por un examen que impone la reforma educativa. Fue difícil, porque desde el director hasta el supervisor de zona te hacen la vida imposible con la carga administrativa, que es inmensa”.
Hay una realidad normativa en las escuelas, explica Alex, profesor de cuarto grado de primaria, de la que “no te explican nada en la escuela normal y que simplemente llegas en blanco. Descubres que todo se hace de una forma determinada y no se cambia”.
Maggi, maestra de segundo grado de primaria, destaca que “nada te preparara para la agresión a la que nos exponemos por parte de los padres de familia. El sis- tema educativo los ha empoderado sin control. Piensan que saben más que el maestro, pero no asumen su responsabilidad para garantizar que sus propios hijos vayan a la escuela. Y la advertencia que tenemos es clara: nadie puede reprobar un alumno, aunque no haya asistido en todo el ciclo escolar”.
Muchos de nosotros, apunta Alex, tenemos un “cargo de conciencia ético porque debemos pasar de año a alumnos que de entrada tienen rezagos enormes. Llegan a cuarto, quinto y hasta sexto de primaria sin saber leer o multiplicar, pero el propio sistema educativo genera esas aberraciones por su normatividad”.
Liz, profesora de segundo grado, señala que los maestros “también sufrimos el síndrome de hoy no quiero ir a la escuela. Es tanta la presión sobre nosotros, que ya no sabemos qué hacer”.
Nuestra realidad es decidir si “me preparo para mi siguiente evaluación o me dedico a preparar todos los informes que me pide mi director e inspector de zona. Me pongo a organizar mi clase o a tratar de dialogar y convencer a mis padres de familia de por qué no debemos presionar a un niño de primer grado para que lea y escriba antes de tiempo, porque si de todo esto algo sale mal, los únicos culpables somos los maestros”.
A este escenario, afirman, se suma la capacitación “voluntaria” y la evaluación diagnóstica y de permanencia a la que se deben someter para conservar su plaza docente. “Nos mandaron a un curso de 40 horas. Luego fuimos evaluados con una prueba estandarizada en la que se aplican preguntas absurdas que nada tienen que ver con la realidad en el aula”.