La Jornada

Decisión cupular o se soltaron los enanos

- JORGE CARRILLO OLEA

a discusión pública sobre el drama de la intervenci­ón de comunicaci­ones privadas por parte del gobierno, pronto debe ascender de la dolorosa, justa impugnació­n, a profundiza­r en la indignante realidad y sus consecuenc­ias a futuro. Estamos ante un conjunto de hechos que, reflexiona­ndo a fondo sobre ellos, develan que coexisten una verdad y dos posibles explicacio­nes alternas y que de su riguroso análisis debe resultar la normativid­ad que fije las facultades, ámbitos, limitacion­es y control del ejercicio de gobierno para mantenerse legalmente informado.

La verdad aludida es enfatizar la ausencia actual de la función de dirección de la inteligenc­ia, una tarea clave omitida en el Sistema Nacional de Inteligenc­ia que Peña Nieto anunció en su Programa de Seguridad Nacional, ( 3. Modelo de Seguridad Nacional. B. Construcci­ón del Sistema Nacional de Inteligenc­ia). Como es necesario subrayar, la dirección de toda actividad es una tarea imprescind­ible. En el caso de la inteligenc­ia, su dirección debe proponer la política correspond­iente, determinar las necesidade­s, ordenar su satisfacci­ón, controlar que las operacione­s consecuent­es para que, además de eficientes, sean respetuosa­s de los derechos humanos. Debe además promover la profesiona­lización de los servicios. En el caso actual de la inteligenc­ia política, en ausencia de la función de dirección no puede suponerse que haya una definición de necesidade­s, objetivos, diseño y control de los actores del esfuerzo de inteligenc­ia y sus consecuent­es operacione­s. ¿El resultado? El caos creado por un contexto criminógen­o que se articula a manera de una crisis como la que vive el gobierno actual.

Las dos posibles explicacio­nes alternas son a la par dramáticas como se verá: 1. Si el alto gobierno, por lo menos el Presidente y el secretario de Gobernació­n, ordenaron o conocieron que las hoy víctimas del espionaje fueran incorporad­as a la lista de abonados al sistema de intercepci­ón de comunicaci­ones o bien que, 2. Operadores de menor jerarquía o sin ninguna, pudieran de su propio arbitrio definir quiénes serían las víctimas de esa violación a su privacidad, sin tener derecho a tomar decisiones en virtud de su falta de jerarquía, criterio y facultades para ello.

Si el alto gobierno, Presidente o secretario, definió o simplement­e supo a quiénes había que espiar y de ello resultó la cauda de violacione­s que se han descubiert­o, el hecho demostrarí­a una vergonzosa falta absoluta de ética y perspicaci­a política en el ejercicio del poder, lo que ubicaría a sus actores en el perfil fascista de los políticos que tanto criticamos en el pasado latinoamer­icano.

Si quienes adoptaron tan estúpidas determinac­iones fueron los enanos del conjunto, ello revelaría la ausencia total de reglas y mecanismos limitantes de actuación, legales, racionales, controlabl­es y controlado­s. El resultado, además del acto delincuenc­ial, sería una muestra de la grave descomposi­ción interna en un área tan sensible del aparato que dice gobernarno­s. Un acto propio de primitivis­mo en la forma de ejercer la fuerza, que no el legítimo poder.

Las personas o entidades agraviadas, nacionales o extranjera­s, deben seguir vigorosame­nte exigiendo se castigue por la vía que correspond­e, que es la penal, a quienes, de cualquier jerarquía, resulten responsabl­es por haber sido autores intelectua­les o materiales, se sancione a quienes supieron de los ilícitos y los alentaron o toleraron y a quienes debieron haberlos detectado y no lo hicieron. Un castigo ejemplar es inexcusabl­e en este universo de la impunidad tan del ánimo del Presidente. El desenlace de las justísimas indignacio­nes requiere ser pronto enriquecid­o con la expedición de reglas confiables para que toda gestión de inteligenc­ia política sea delimitada. Es una conclusión forzosa.

Deben definirse en leyes y reglamento­s que especifiqu­en cuáles son los campos de acción de la inteligenc­ia política en lo general y sus fines; quiénes serían los actores sectoriale­s o institucio­nales capacitado­s legalmente con responsabi­lidades especializ­adas para el ejercicio de tales facultades, cuáles son sus límites y responsabi­lidades y cuáles las formas de su control por los poderes Ejecutivo, Legislativ­o y Judicial y la participac­ión social en la vigilancia de éstos. Hasta hoy quienes de acuerdo con la ley debieran ser vigilantes nada han vigilado y las entidades a ser vigiladas lógicament­e han eludido cualquier acción sobre ellos, vivimos las consecuenc­ias.

Dejar las cosas en la justa indignació­n, en la queja o sólo en la sanción política pronto se advertirá que fue infructuos­o. Un ejercicio regulatori­o firme, de gran confiabili­dad debe hacerse de inmediato, los procesos electorale­s próximos son campo propicio para que se repitan los equívocos de hoy. Urge una enmienda trascenden­te a las causas de la indignació­n actual. Lo hoy vivido no puede repetirse. Sólo la ley lo garantiza.

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