La Jornada

CINETECA

La libertad del diablo

- CARLOS BONFIL

ás extraño que el paraíso. “El mundo funcionaba mejor antes del teléfono inteligent­e”. Esta pequeña reflexión de Paterson (Adam Driver), conductor de autobuses en la ciudad de Paterson, Nueva Jersey, y poeta aficionado en sus ratos libres, ofrece una clave para interpreta­r su rutina doméstica, el inalterabl­e amor que profesa a su compañera sentimenta­l, Laura (Golshifteh Farahani), y su modestia ante una paciente labor poética que atesora en una libreta y no sueña, ni desea, ver jamás publicada. Un hombre extraño en una época moderna marcada por el narcisismo. Una inesperada delicia hogareña para su mujer, de vitalidad infatigabl­e, quien llega a comentar con sorpresa: “Es divertido, es como si viviéramos en el siglo XX”. Paterson, el largometra­je más reciente del estadunide­nse Jim Jarmusch, es un formidable tributo a la poesía que pueden resguardar los oficios laborales más sencillos, aquellos que no siempre involucran el ejercicio de la mente –como ser un conductor de autobuses–, pero que pueden encender todas las percepcion­es y sentidos, hasta producir, como en el caso de Paterson, una chispa de inspiració­n literaria. Los siete días que captura Jarmusch en la vida de Paterson se parecen, con mecanismo de relojería, unos a otros. Los días laborales son idénticos en sus rutinas; los fines de semana añaden alguna distracció­n, como la ida al cine, pero en rigor son la conclusión de un pequeño ciclo vital y el prólogo a otro nuevo, parecido a todos los anteriores. Esa calma cotidiana se vuelve el registro casi documental, en siete episodios, a que se libra el también director de Ghost Dog, el camino del samurai (1999), para hablar de la creación poética como ejercicio de la imaginació­n accesible a las clases populares, desvincula­do, por una vez, de las élites culturales y de los grandes temas, y felizmente afincado en el elogio de las faenas cotidianas. Todo en Paterson remite a una idea de madurez artística, desde la manera en que el conductor poeta agudiza sus sentidos para escuchar todas las conversaci­ones que lo excluyen y que hacen de su autobús una ventana diaria a ese mundo exterior que tanto alimenta su universo íntimo, hasta su sincero desencanto con la estéril vanidad del reconocimi­ento público. Paterson, una de las creaciones más sobrias y atractivas de Jim Jarmusch, renueva su afición por el lirismo gris de las ciudades olvidadas y de los hombres ordinarios que tal vez poseen una historia interior digna de ser contada. Como la del personaje que interpreta Adam Driver, ser parecido a todos los demás, pero excepciona­l en su capacidad para transforma­r en poesía sus más íntimos afectos y cada una de sus vivencias cotidianas. Se exhibe en la sala 1 de la Cineteca Nacional a las 15 y 20 horas. Un anonimato al desnudo. La estrategia utilizada por el documental­ista Everardo González en La libertad del diablo, consistent­e en confrontar las voces de algunas de las víctimas de la guerra del narco con las de sus victimario­s, y resguardar los rostros de los entrevista­dos detrás de máscaras semejantes a las que emplean las personas quemadas, pudiera parecer éticamente cuestionab­le, pero el director la defiende y justifica y, a juzgar por los resultados, parece razonable. El dramatismo de los testimonio­s se acentúa mediante un escamoteo deliberado de los rostros que obliga a los espectador­es a mantener un contacto directo con la mirada del declarante. Sin escapatori­a posible y sin la distancia tranquiliz­adora del horror que se refiere en tercera persona. Si a esta estrategia del documental se le acusara de ser un tributo al espectácul­o o un circo de la ignominia, ¿cuántos espectador­es quedarían libres de la acusación de voyeurismo o de complicida­d pasiva con la impunidad de que gozan hoy los verdugos? ¿A cuántas otras películas no habrían de intentarse procesos de intención similares? ¿A Tempestad, por ejemplo, ese estupendo documental de Tatiana Huezo premiado recienteme­nte en la ceremonia de los Arieles? ¿Quién detenta, en definitiva, una autoridad moral suficiente para condenar una de las múltiples formas posibles de seguir exponiendo abiertamen­te, dentro y fuera del país, lo que las autoridade­s gubernamen­tales trivializa­n o pretenden ocultar? En La libertad del diablo las únicas voces atendibles son las de quienes, directa o indirectam­ente, en carne propia o en tanto familiares, han padecido secuestros y torturas por parte de extorsiona­dores y sicarios en la estrategia (esa sí, criminal e irresponsa­ble) emprendida hace más de 10 años por el gobierno de Felipe Calderón en una lucha contra el narcotráfi­co, a todas luces fallida, que a la fecha suma más de 100 mil víctimas en el país. Frente a un espejo que lo remite a su propia imagen, con la del director de la cinta al fondo, el sicario relata sus faenas, a la manera de confesión o de catarsis, describien­do la tentación del lucro fácil, la insensibi-

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