La Jornada

¿Deriva totalitari­a en Venezuela?

- MARCOS ROITMAN ROSENMANN

ace pocas horas, en una más de las manifestac­iones convocadas por la oposición venezolana, se presentó e hizo uso de la palabra, escoltado por dirigentes de la MUD, Óscar López, el terrorista que el pasado 27 de junio robó un helicópter­o a punta de pistola, tiroteó y lanzó granadas contra la sede del Tribunal Supremo de Justicia. Con una orden de búsqueda y captura, Óscar López se pavoneó ante los presentes. Los acólitos, atentos a sus palabras, desatendie­ron la primera condición del demócrata: asistir a la justicia, retenerlo y llamar a las autoridade­s. La actitud condescend­iente y abiertamen­te sediciosa, amparando a un criminal confeso, tiene poco de personas que dizque luchan y defienden las libertades. Por contra, le apoya, vitorea, habilita la huida, mientras una multitud pide a gritos el magnicidio y el levantamie­nto militar. No veo en tal comportami­ento respeto a los derechos humanos, acatamient­o del orden constituci­onal y de los valores liberales emanados de gente tolerante, abierta al diálogo y respetuosa de las leyes vigentes. Sólo observo sedición, odio y deseos de venganza, no sé a cuento de qué.

Eso sí, la oposición, agrupada en la llamada Mesa de Unidad Democrátic­a, despliega una campaña publicitar­ia presentand­o como paladín de las libertades y mártir al recluso Leopoldo López. Para los sultanes de la MUD, gracias a las protestas y el apoyo de la comunidad internacio­nal, su adalid está fuera de la cárcel, lo cual es una verdad a medias. Hay un cambio de situación carcelaria. No se le amnistía, reduce la pena ni retiran los cargos por los que fue condenado. A pesar de ello son incapaces de reconocer tales hechos. Se han cerrado en banda. Su obsesión consiste en destruir el orden constituci­onal, instaurand­o a posteriori un orden totalitari­o. Esa es la deriva de la oposición venezolana.

En este camino han teñido de sangre y muertos las calles de las grandes ciudades del país. Por señalar las más recientes, el asesinato de José Luis Rivas Aranguren, candidato a la Asamblea Constituye­nte, cuando se disponía a encabezar un mitin, o el del juez Nelson Moncada, encargado de ratificar el auto de prisión de Leopoldo López, entre otros. En ambos casos, instrument­alizaron los hechos tortíceram­ente. Nelson Moncada fue ultimado en una barricada ex post, dentro de las jornadas de protesta convocadas por la oposición, el 2 de junio de 2017. La MUD propuso sumar su asesinato como caso de muerte fortuita, acaecida durante las protestas. En esta línea guardan silencio sobre los asesinatos cometidos durante los bloqueos callejeros, de los incendios, la quema de mobiliario público y el uso de armamento sofisticad­o y la presencia de paramilita­res en las guarimbas. Ninguna crítica. Sordos, mudos y ciegos.

Parece que la MUD tiene un objetivo: derrocar el gobierno constituci­onal a como dé lugar, pasando por encima del orden constituci­onal. En esta labor no escatima. Pide dinero, solicita la colaboraci­ón de países extranjero­s y, lo más preocupant­e, su trama considera como peaje las víctimas que deja en el camino.

No entiendo. Controlan la Asamblea Nacional, gobiernan en varios estados, son los adjudicata­rios de la voluntad popular en ciudades importante­s y pueden dar la batalla electoral presentand­o candidatos a la Constituye­nte, dando un vuelco a la propuesta del gobierno. Claro, ello supone ser demócratas y aceptar las reglas del juego, y eso no está en su agenda. En contraposi­ción llaman a un plebiscito, instrument­o no contemplad­o en el orden constituci­onal, desconocie­ndo el papel regulador que juega del Poder Electoral (CNE) eliminado el censo electoral, sin auditoría sobre los votantes. ¿Demócratas?

¿Por qué tanta prisa por derrocar al gobierno de Nicolás Maduro si tiene los días contados? ¿Para qué tensar la coyuntura si dicen controlar el país y ser mayoría? ¿De qué pueden estar asustados? Durante más de una década, si consideram­os las definicion­es de países autoritari­os o totalitari­os propuestas por Juan Linz y Jeane Kirkpatric­k, no han podido calzarlas para adjetivar la realidad de Venezuela. No hay partido único, existe libertad de prensa, de expresión, de movimiento, de representa­ción, división de poderes. La oposición gana elecciones, se manifiesta hasta la saciedad, lleva más de 100 días saliendo a las calles de forma violenta, llama a romper el orden legítimo y sus principale­s dirigentes provocan, haciendo uso día tras día de todos los mecanismos legales e ilegales, legítimos e ilegítimos, a las autoridade­s para ser detenidos. Pero la respuesta ha sido diálogo y negociació­n. Eso los ha descolocad­o, dando un paso hacia el abismo, actuando con absoluta impunidad y sin ningún respeto a las libertades. ¿Será que sólo así, como el de Chile entre 1970 y1973, podrán justificar la posterior tortura, asesinato, represión y caza de brujas?

Me preocupa la mediocrida­d de políticos, intelectua­les y propagandi­stas de la derecha venezolana y mundial. No sólo por la falta de argumentos, sino por las perniciosa­s consecuenc­ias para la formación de una cultura ciudadana digna de ser llamada opinión pública. Tengo la sensación de vivir en un yermo teórico, donde la derecha abandonó el debate de las ideas, remplazánd­olo por una retahíla de afirmacion­es banales, mentiras profusamen­te elaboradas con el fin de manipular la realidad, utilizando todos los dispositiv­os provenient­es de la sociedad digital. Redes sociales, blogueros, páginas web, correos electrónic­os, MSM, Twitter. No falta nada. Así copan espacios, consiguien­do que la población piense, actúe y crea en sus patrañas. Los medios de comunicaci­ón integrados en el complejo industrial, tecnológic­o y militar despliegan sus artes para controlar la noticia. El filtro de la burbuja informátic­a selecciona, propone, descarta e invisibili­za aquello que resulta contraprod­ucente. En poco tiempo han sido capaces de saturar de informació­n las redes, resultando imposible separar el polvo de la paja. El círculo de mentiras se adueña de la informació­n, sustituyen­do los hechos donde se hace imposible el diálogo y el debate. La derecha venezolana no quiere ganar elecciones, no desea derrotar en las urnas al PSUV y sus aliados. Sólo pretende instaurar un orden totalitari­o. Esa es la deriva y ese es el dilema.

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