La Jornada

La obra de García Márquez, “referente emocional, literario, político, amoroso”

Organizaro­n la Secretaría de Cultura de la CDMX y la embajada de Colombia Tuvo lugar en El Rule, edificio cuya restauraci­ón fue promovida por el escritor

- ERICKA MONTAÑO GARFIAS

Papa, me acepta, me reconoce, pero varios miembros de la jerarquía católica aquí en México me persiguen. Yo digo que están un poco confundido­s, porque no están acostumbra­dos a que les digan sus errores.”

–Pero las mujeres lo queremos, padre, y somos más valientes y menos cizañosas… y no decimos misa.

–Sí, en una misa en la Villa, las mujeres fueron muy valientes y con sus celulares grabaron a los policías que querían sacarnos: “¿Por qué no dejan al padre Solalinde? Está haciendo oración con las víctimas, ¿por qué no respetan?” Esto sucedió en la Villa de Guadalupe, con familiares de víctimas de feminicidi­os. Pedí permiso al rector de la basílica Enrique Glennie para hacer una oración con víctimas de desaparici­ón. Me negaron el permiso. Dije: “Si no me lo permiten, voy a hacerlo en el atrio que es público”. Leímos el Nican Mopohua de la Virgen de Guadalupe y después de decir la palabra de Dios analizamos qué acción política podríamos tomar para solucionar problemas. Ya para terminar, llegó la guardia del templo, como en tiempos de Jesús en Jerusalén, a quitarnos el megáfono. Respondí: “Tenemos que terminar y vamos a terminar”. “Vaya a hablar con el rector de la Basílica”. “Ya hablé con él y por eso estamos en el atrio”.

Hombres de todo o nada

–Al obispo Méndez Arceo le indignaría… Qué atraso tan horrible el de la Iglesia en México.

–Pues en Estados Unidos no cantan mal las rancheras. En Georgia me pidieron que celebrara misa y tenía todo: cartas del obispo, documentos y se negaron, porque no había ido a saludar al arzobispo. Desde entonces a donde quiera que voy, primero busco a los obispos. Algunos me reciben; otros, no. Ya tenía cita con el de Aguascalie­ntes, pero como declaré que los obispos deberían ser personas sencillas, cercanas a la gente, caminar con el pueblo y no con el poder, ya no me recibió. En Ciudad Obregón, Sonora, tampoco lo hizo el obispo Felipe Padilla Cardona, a diferencia del Papa, que me puso en primera fila.

–Me encantó que el Papa jamás le sonriera a Trump y le hiciera cara de fuchi…

–Trump pidió llegar en helicópter­o y bajar en la plaza de San Pedro y el Papa no se lo permitió. Pidió cita a las 11 de la mañana y el Papa respondió: “El único horario disponible es a las ocho de la mañana”. No hay antecedent­e en la diplomacia vaticana de haber recibido a nadie a esa hora, pero el Papa estipuló: “A las ocho o nada”.

–También usted, padre Solalinde, es de “todo o nada…”

–Así es. “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamien­to, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de 20 casas de barro y cañabrava construida­s a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitab­an por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóri­cos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarl­as había que señalarlas con el dedo.”

Son pocos los que se resisten a la tentación de murmurar las primeras frases de Cien años de soledad. Palabras escritas por Gabriel García Márquez. Novela que es pilar de las letras y de cuya publicació­n, en mayo de 1967, se conmemora este año el aniversari­o 50.

Con ese motivo, la Secretaría de Cultura de la Ciudad de México y la embajada de Colombia organizaro­n una lectura ininterrum­pida del libro en la plaza que lleva en nombre del Premio Nobel de Literatura, la cual forma parte del complejo del Centro Cultural y de Visitantes El Rule, edificio ubicado a un costado de la Torre Latinoamer­icana, cuya restauraci­ón fue promovida por Gabo.

Antes de comenzar la lectura, el secretario de Cultura de la Ciudad de México, Eduardo Vázquez, recordó que García Márquez propuso al entonces jefe de Gobierno del Distrito Federal, Andrés Manuel López Obrador, que el edificio El Rule fuera la sede de la casa de Colombia. “Han pasado años de esa conversaci­ón, pero así es el poder de las palabras: pasa el tiempo y terminan convirtién­dose en hechos. Este rescate se debe a Gabriel García Márquez y nos reúne su presencia permanente desde su ausencia”.

Y retomando las palabras de Chavela Vargas, a quien cuando le preguntaba­n de dónde era res- pondía que mexicana, “porque los mexicanos nacemos donde se nos da la gana”, el caso de Gabriel García Márquez “es similar, como el de muchos artistas en el mundo que tienen varias patrias, que tienen su corazón regado por el mundo. Gabriel García Márquez fue un habitante de esta ciudad, aquí escribió este libro, aquí tiene una de las comunidade­s de lectores más grandes del mundo.

“Lo leemos y lo volvemos a leer y de alguna manera es un referente emocional, literario, político, amoroso. Esta ciudad no sería lo que es sin el paso de García Márquez por sus calles”, agregó Vázquez Martín, y agradeció la presencia del hijo del escritor, Gonzalo García Barcha. “Que estemos aquí reunidos en la diversidad de lo que somos y que nos reúna García Márquez es razón de celebració­n”.

A la lectura asistieron también Juan Pablo Hernández de Alba, ministro consejero de la embajada de Colombia, Cristina Gaitán, de la comisión de Cultura de la Cámara de Diputados, Alfonso Suárez del Real, diputado de la Asamblea Legislativ­a del Distrito Federal, y la escritora Carmen Boullosa, del Consejo de Fomento y Desarrollo Cultural, además de estudiante­s del programa Prepa Sí.

El primero fue Gonzalo García Barcha, quien leyó desde las primeras líneas de la novela: la dedicatori­a a Jomí García Ascot y María Luisa Elío. A partir de ahí el mundo de Gabo cobró vida, como ocurrió también el viernes en el Callejón del 57, donde se dedicó tiempo a la lectura de textos del autor de El coronel no tiene quien le escriba.

Esa lectura fue parte de un festival, que incluyó una exposición de fotografía­s antiguas, organizado por la Asamblea Legislativ­a del Distrito Federal, el Fideicomis­o del Centro Histórico, vecinos de ese callejón, y la delegación Cuauhtémoc. Por unas horas el Callejón del 57 se llamó Macondo.

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El medio siglo de Cien años de soledad, obra cumbre del novelista Gabriel García Márquez, es hoy motivo de homenaje, con la conclusión de un tríptico mural en el salón principal de la Biblioteca Nacional colombiana, informó la agencia Prensa Latina. La...

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