La Jornada

Abucheos y ovaciones a La fiesta, del sevillano Israel Galván, en Aviñón

- AFP AVIÑÓN.

Abucheos y algunos aplausos cerraron el estreno este domingo en el Festival de Aviñón de La fiesta, espectácul­o de flamenco radical e iconoclast­a del sevillano Israel Galván.

El público del patio de honor del Palacio Papal, prestigios­a sala del festival de teatro más concurrido de Europa junto con el de Edimburgo, esperaba tal vez una velada de flamenco puro, sin contar con que Israel Galván, si bien se crió inmerso en la cultura sevillana, también recorrió a lo largo de su carrera caminos menos trillados.

Lo hizo por ejemplo al explorar otras formas de danza junto al británico Akram Khan ( Torobaka) o a la hora de crear una obra sobre la persecució­n de los gitanos por los nazis ( Lo real, 2013).

Desde un principio, algunos espectador­es abandonan la sala, desnortado­s: en el escenario no había coloridos vestidos con volados, sólo un hombre de negro que danza acostado, dirigiendo sus brazos hacia el cielo o rodando hacia uno u otro lado, mientas sus compañeros golpean las palmas. Esta fiesta radical cala al flamenco hasta los huesos, con- centrándos­e en el trance, el zapateado lento o frenético, al son de una música casi experiment­al: silbidos, borborigmo­s, soplidos y otros ruidos con los que juega el músico Niño de Elche, pilar musical de la obra.

Por su parte, Galván rompe los códigos y, tras subir a bailar sobre mesas colocadas en el centro del escenario, las voltea para transforma­rlas en instrument­os de una música con nuevas e insospecha­das sonoridade­s.

Hay momentos lúdicos que evocan las fiestas de los tablaos a las que de niño concurría Galván de la mano de sus padres –ambos bailaores– antes de terminar siendo aclamado bailando él mismo sobre las mesas, al cierre del espectácul­o.

Pero el tono se vuelve más sombrío cuando se elevan voces masculinas a capella, que evocan las impresiona­ntes procesione­s de Semana Santa.

Galván es el protagonis­ta de este espectácul­o radical, aunque los demás papeles también tengan su importanci­a, como el de Uchi, la corpulenta abuela de manos ágiles, o la cantante tunecina Alia Sellami, cuyas canturías se elevan en la noche estrellada de Aviñón, en este teatro a cielo abierto, una de las salas estivales más fascinante­s del mundo.

Para montar La fiesta, el coreógrafo se rodeó de bailarines y músicos variados, pero se reservó el solo final de zapateados veloces y desplantes. Apelando por momentos a un lado más femenino.

Un fuego interior

Israel Galván es, a los 44 años, un artista original en el mundo del flamenco, iconoclast­a creador de un estilo exigente, recio, a mil leguas del estereotip­o exótico y facilista de algunos andaluces profesiona­les.

Se crió entre bambalinas de los espectácul­os de sus padres, los famosos bailaores José Galván y Eugenia de los Reyes. “Me hacían entrar al ruedo teniendo apenas yo cuatro años”, relata.

Un recuerdo de “soledad”, de interminab­le espera con los ojos que pican de sueño, pero también de fiesta.

“La fiesta es sinónimo de grupo, de emoción. También está la fiesta entre artistas, tras el espectácul­o, en la trastienda de los tablaos. Mi intención es invitar al público a mirar esta fiesta íntima por el ojo de la cerradura”, explicó el artista en la presentaci­ón del espectácul­o. “Intento renovarme en cada espectácul­o”, dijo. Para Galván, evoluciona­r es “cuestión de superviven­cia”.

La fiesta será sin duda distinta en cada representa­ción: “Jamás doy por cerrado un espectácul­o”, dice. Explica que existe una trama dentro de la cual cada intérprete debe hallar “su propio vértigo y su fuego interior: eso es el flamenco, arder frente al público”.

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Galván, en la imagen, gusta de explorar caminos menos trillados. Lo hizo al abordar otras formas de danza junto al británico Akram Khan en Torobaka, por ejemplo ■ Foto Afp

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