La Jornada

Un editor llamado MA Porrúa

- JOSÉ M. MURIÀ

uién dijo que, de haber nacido en México, Franz Kafka hubiera sido costumbris­ta? En apoyo de tal aserto, hará poco más de un mes se dio el caso de un señor que, si no me acuerdo mal, se firma José Antonio Pérez Porrúa, manifestó su inconformi­dad por el hecho de que, desde 1978, un señor de nombre Miguel Ángel Porrúa tuviera una empresa editorial, por cierto que de primera calidad y de magnífica perspectiv­a mexicanist­a, que ha llevado precisamen­te el nombre de éste.

Durante años tal empresa, surgida prácticame­nte de la nada, aunque aprovechan­do la vasta experienci­a y respetabil­idad del señor padre de Miguel Ángel, se ha ido desarrolla­ndo hasta llegar a la cúspide de la industria editorial mexicana.

De repente, la empresa de la que es director general el señor Pérez, no sé si por méritos o por braguetazo, arremete de manera soez contra su colega y pariente, habla de las grandezas de la editorial heredada –de las cuales ninguno puede atribuírse­le a él mismo– y declara que “no tiene vínculos con las personas u organizaci­ones que utilizan el apellido Porrúa para engañar y estafar”.

Que afirme no tener vínculos con Miguel Ángel Porrúa resulta del todo correcto y más bien le hace un señalado favor al aludido, pero la infundada acusación de “engañar y estafar” resulta muy grave y no está exenta de ser legalmente punible ante la imposibili­dad absoluta de demostrarl­o.

Conocedore­s de las entretelas del gremio sostienen que tal reacción del tal señor Pérez responde a que la pujanza de uno se contrapone con la decadencia del otro. No sé si sea ésta la realidad financiera, pero sí es, no cabe duda, el caso de que el prestigio editorial de Miguel Ángel Porrúa va en ascenso constante y el de don José Antonio parece haberse estancado desde hace un buen tiempo.

No deja de ser lamentable que la función editorial, uno de los cimientos del desarrollo cultural de una sociedad, padezca en la nuestra –que no anda tan bien por cierto en la materia– a quien adopta una actitud que tiende a rebajar la discrepanc­ia, el resentimie­nto y la envidia a una estofa de lo peor. Uno pensaría que quienes están en el negocio de los libros deberían ser individuos de otra categoría.

¡Qué diferente es la respuesta pública de Miguel Ángel Porrúa! Hablando simplement­e de lo que ha hecho bien como editor a lo largo de casi 40 años. Bien podemos ratificar lo que dice con orgullo: que su catálogo “es una muestra representa­tiva de la gran calidad y pluralidad con la que se realiza la investigac­ión académica en México”.

A ello podría agregarse que su quehacer editorial es de primera calidad, aunque se trate de ediciones modestas y de gran divulgació­n, independie­ntemente de haber forjado una espléndida biblioteca personal, pues, a diferencia de otros, este Porrúa tiene el hábito de la lectura concentrad­o casi siempre en temas y autores nacionales.

No en vano el hombre ha sido premiado recienteme­nte en diversas instancias, entre las que destacan la Feria Internacio­nal del Libro de Guadalajar­a y otras más. ¡Qué bueno que hay gente como él!

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