La Jornada

Parábola del ladrón redimido

- PEDRO SALMERÓN SANGINÉS Twitter: @HistoriaPe­dro

ste jueves 20 de julio, en la conmemorac­ión de los 94 años del asesinato de Pancho Villa, el Enlace Cultural Villa-Zapata y los familiares del general Francisco Villa me hicieron el honor de conferirme el reconocimi­ento El Mayor de los Dorados, que entregan anualmente a quienes difunden la historia del villismo y otras cosas que prefiero no decir.

La emotiva ceremonia me permitió recordar algunos aspectos de la vida de Pancho Villa que vienen a cuento y nos permitiría­n entender que al igual que las naciones y las colectivid­ades, los individuos tienen historia y son capaces de tomar decisiones que los transforma­n. Así, los enemigos de Villa dicen que era un criminal ignorante, que carecía de antecedent­es políticos al sumarse a la revolución de 1910. Ese bandolero fue invitado a la revolución por Abraham González y, digámoslo así, explícitam­ente indultado y justificad­o su pasado bandoleril por Francisco I. Madero, que no sólo entendía que la tiranía había arrojado a Villa fuera de la ley: también sabía que los santos y los puros no bastaban a la hora de la verdad. Dos veces más Madero lo perdonaría: cuando Villa y Orozco se insubordin­aron ante la decisión de Madero de no fusilar a un general federal prisionero; y cuando literalmen­te le salvó la vida, cuando Villa ya regalaba sus monedas en el paredón de fusilamien­to. Así fue: el hombre que es emblema y símbolo de la lucha por la democracia en México, aplaudió la adhesión a su causa de un criminal y justificó su pasado. Y posteLAS REVOLUCION­ES TRANSFORMA­N A riormente lo perdonó dos veces cuando otros le advertían QUIENES LAS VIVEN [...]. EL CONTACTO que era un bandido.

CON LA GUERRA HACE AL GUERRERO, Tres años después, Pancho Villa, el peón semiaSOBRE TODO SI ADEMÁS DE VIVIR LA nalfabeto y sin formación política, era el jefe militar GUERRA, LA ESTUDIA Y LA ANALIZA indiscutid­o de la más poderosa y moderna máquina de guerra que México hubiera visto, y el conductor de un auténtico proceso de revolución social. Hemos tratado de explicar ese aparente misterio de varias formas en un par de libros, para concluir que no es misterioso: las revolucion­es transforma­n rápidament­e a quienes las viven y las hacen. El cotidiano contacto con la guerra hace al guerrero, sobre todo si además de vivir la guerra, la estudia y la analiza. El trato permanente con la tragedia social y con quienes le han buscado soluciones, permite entenderla­s. Y Villa no partió de la nada en 1910: tenía un profundo sentido de la justicia y odiaba con encono lo que significab­an la hacienda y la dictadura.

Villa transformó la realidad de Chihuahua en beneficio de las mayorías y, en combinació­n con Zapata, propuso un proyecto de revolución política y social para el país entero. Pero al decirlo así juego con las personalid­ades: ni Villa ni Zapata por sí mismos significar­ían gran cosa: Villa llega a jefe de la División del Norte por elección y con el respaldo de los soldados que la conforman. Expropia los bienes de la oligarquía y los pone al servicio del pueblo por presión permanente de ese pueblo. Y esa es otra lección para estos días, cuando recorro las comunidade­s rurales de Guanajuato, desoladas y empobrecid­as, y la gente entiende con claridad que hay un cambio posible y que depende de ellas (http://zonafranca.mx/pueblos-sin-varones/).

Hemos probado también que, contra lo que se dice, Villa y Zapata sí intentaron tomar el poder y diseñaron una estrategia militar para lograrlo, y en la coyuntura decisiva, aceptaron en su filas a muchos de quienes se habían beneficiad­o, a veces hasta 1914, del antiguo régimen (http://www.jornada. unam.mx/2017/03/21/opinion/016a2pol).

La División del Norte fue derrotada en la serie de batallas más sangrienta­s de la historia de México. Desmantela­do su proyecto y reducido su ejército a la mínima expresión, Pancho se negó a aceptar la derrota y provocó a los Estados Unidos. A la derrota y al rencor (¿rencor vivo, dice Rulfo?), Pancho sumó meses de fiebre escondido en una cueva mientras lo buscaban los estadunide­nses, y regresa hecho una fiera. ¿Podemos justificar sus crímenes, inaugurado­s en San Pedro de la Cueva, Sonora, el 1º de diciembre de 1915? No, entre otras cosas, porque el papel del historiado­r no es juzgar ni justificar, sino tratar de comprender. Pero tampoco podemos quedarnos únicamente con esa imagen, la de quienes la usan para descalific­ar todo el proceso anterior.

En fin: Pancho Villa no reposa en la esquina norocciden­tal del Monumento a la Revolución. De hecho, su cráneo está perdido y fuertes rumores ubican sus demás restos mortales en una ignota tumba de Parral. Pancho, quien simboliza la rebeldía del pueblo, su capacidad de organizaci­ón, vive con nosotros y nos es más útil que nunca. Ojalá pueda yo mostrarme digno del grado de mayor de su escolta personal que, en su memoria, me entregaron este jueves sus nietos y los nietos de Zapata.

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