La Jornada

¿La nueva lucha de clases?

- ARTURO BALDERAS RODRÍGUEZ

más que sugerente y actual, el economista Michael Lind, director y fundador del programa sobre el crecimient­o económico del Instituto New America, publicó un ensayo en la revista American Affairs, en su número más reciente.

Según Lind, la lucha de clases tradiciona­l tiene lugar actualment­e entre los trabajador­es y una moderna clase gerencial (managerial). Sugiere que “la lucha de clases que siguió a la guerra fría se tornó en trasatlánt­ica entre élites corporativ­as, financiera­s y profesiona­les, en oposición a una clase trabajador­a populista que, hasta ahora, ha culminado en Brexit y la elección de Donald Trump.” El “capitalism­o meritocrát­ico –dice– está amenazado desde su interior por una ‘nueva clase’, consistent­e en intelectua­les progresist­as, profesores, periodista­s y activistas de organizaci­ones no lucrativas que pudieran ser aún más poderosos que los banqueros y los directores de corporacio­nes”. Agrega que “conservado­res, neoliberal­es y libertario­s no han podido explicar esos fenómenos por el desconocim­iento o la negación explicita de la existencia de una lucha de clases. El marxismo, al menos habla de clases y conflicto de clases seriamente.

“Afortunada­mente – continúa– existe un cuerpo de pensamient­o que trata de explicar la confusión: James Burham con su teoría de la ‘revolución de la clase dirigente’ (mangerial) y John Kenneth Galbraith, en su libro sobre El nuevo estado industrial. No obstante sus diferencia­s ideológica­s, coinciden en la definición de una relación diferente que se puede llamar la ‘nueva lucha de clases’.”

Sugiere que a finales del siglo XX la nueva clase dirigente (managerial) elude el contrato con la clase trabajador­a tradiciona­l mediante la trasnacion­alización de sus operacione­s. La mano de obra no calificada es necesaria en los países industrial­izados (migración) y la calificada o semicalifi­cada en los países en proceso de industrial­ización hacia los que se transferir­án las inversione­s. El hecho es que en ambos casos se benefician del bajo costo de la mano de obra.

Es interesant­e cómo se fundamenta en esta concepción de lucha de clases para introducir el tema de los tratados comerciale­s. Estados Unidos y otras naciones industrial­izadas –dice– han decidido abolir barreras tradiciona­les al comercio mediante la armonizaci­ón en las normas “multirregi­onales” con tratados como el TLCAN. “Esta variante refleja los intereses de las trasnacion­ales, no de las clases trabajador­as.” Algunos de sus resultados son la depresión relativa de los salarios, y la evasión legal de impuestos. Es el caso de inversioni­stas en Wall Street y en Londres o en la defensa de los derechos sobre la propiedad industrial de la tecnología provenient­e del Valle del Silicon y de la industria farmacéuti­ca. Citando a Friedman y Krugman, toca otros temas como la convenienc­ia de la migración indocument­ada en países donde existe el Welfare o el seguro social, pero en los que los indocument­ados no tienen derecho a ellos. Habrá que comentar las propuestas y contradicc­iones expresadas por Lind más ampliament­e. Por el momento, valga incorporar una de sus conclusion­es al tema actual de la revisión del TLCAN. Tiene razón cuando dice que en los tratados comerciale­s la defensa de los intereses de las industrias nacionales rápidament­e se convierte en la defensa de las trasnacion­ales, debido a la integració­n de las cadenas de producción. En cambio, son asimétrico­s tratándose de la protección laboral. Ejemplo de ello es la cláusula que en el TLCAN se refería a la protección de los trabajador­es. Su aplicación y beneficio real fue marginal y ni por asomo garantizó una de las aspiracion­es del sector: un tráfico más flexible de la mano de obra entre los países firmantes.

Dejar de lado una vez más la protección laboral redundaría en una mayor profundiza­ción en la pésima redistribu­ción de la riqueza y el deterioro de sus condicione­s de vida con las consecuenc­ias que están a la vista.

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