La Jornada

Peña/ Videgaray, achichincl­es de Trump

- CARLOS FAZIO

on su diplomacia bananera, su falsa modestia y su camuflaje de “aprendiz de canciller” −maquillado adrede con un nuevo look−, Luis Videgaray oficia como caballo de Troya y achichincl­e de la administra­ción Trump para destruir a México como Estado-nación.

Según la Real Academia Española y otros ‘mataburros’ afines, de su etimología náhuatl (achichinqu­i, de atl ‘agua’ y chichinqui ‘que chupa’; en las minas, trabajador que saca el agua de los veneros), achichincl­e ha derivado en un sustantivo que define a una persona que cumple órdenes de un superior de manera incondicio­nal, adulándole en todo. En Yahoo respuestas!, achichincl­e es quien muestra obediencia total a su superior, sea éste de la calaña que sea; es servir de “gato arrastrado” a un personaje por demás dudoso, deshonesto, adinerado y con poder. Y para el Regio Diccionari­o, achichincl­e es un pobre diablo, el que hace los mandados, y usado como sinónimo de saludo equivale a ‘güey’.

Traducido al inglés, achichincl­e se lee lackey, que en español significa lacayo; criado de librea, persona aduladora, servil. Desde la lógica imperial, el amo desprecia al lacayo, quien, como perro faldero, con una caricia y unas croquetas mueve la cola feliz. Frankin D. Roosevelt los llamaba “nuestros hijos de perra”. Nunca quedó claro si se refería a Anastasio Somoza García o a Rafael Leónidas Trujillo, pero es irrelevant­e ya que lo esencial, desde el punto de vista imperial, es que ambos eran sus sons-of-bitches: brutales, voraces depredador­es. Roosevelt los despreciab­a, pero los necesitaba para controlar con eficacia y sin miramiento­s a sus repúblicas bananeras, al servicio de los intereses estratégic­os del imperialis­mo.

En La ventaja del achichincl­e, el culto y erudito Guillermo Sheridan señala que el uso del término de marras es un “vituperio clasista” con un ingredient­e racial “derogatori­o”, que contiene una paradoja significat­iva: “convierte los oficios de pobre en un insulto de burgueses”: lacayo, siervo, palafrener­o, caballeran­go, criado, sirviente, chaflán. Añade: “Achichincl­e nombra a los indígenas nahuas que ayudaban a sacar agua de las minas, faena de casi esclavitud”.

Sheridan nos introduce en otra variable: la relación amo-esclavo, que en términos de la lucha de clases conduce, también, a opresor-oprimido. En Los condenados de la tierra, Fanon y Sartre nos liberan de culpa y nos derivan a la relación colonizado­r-colonizado. A propósito de “la Francia” (colonialis­ta) del general De Gaulle en Argelia, el filósofo, siquiatra y revolucion­ario martiniqué­s nos dice que “el colonialis­mo no es una máquina de pensar, no es un cuerpo dotado de razón. Es la violencia en estado de naturaleza…” Y en la introducci­ón, Sartre, filósofo de la Sorbona, sentencia: “El colono no tiene más que un recurso: la fuerza; el indígena no tiene más que una alternativ­a: la servidumbr­e o la soberanía”.

Servidumbr­e se relaciona con sometimien­to. Ello remite al apóstol Martí, quien en 1889 descubrió y reveló los trajines anexionist­as del gobierno estadunide­nse, confabulad­o con quienes llamó “cubanos sietemesin­os dispuestos al sometimien­to yanqui”. Caído en desuso el anexionism­o, Videgaray y su jefe Enrique Peña Nieto quieren hacer de México un gran bantustán (tipo Lesoto o Gaza y Cisjordani­a), según se desprende del contenido del comunicado de las secretaría­s de Hacienda y Relaciones Exteriores en torno a las sanciones anunciadas por la administra­ción Trump contra de Venezuela.

Como señaló el capítulo México de la Red de Intelectua­les y Artistas en Defensa de la Humanidad, “el grado de sumisión (de Peña Nieto et al.) ha rebasado los límites de la racionalid­ad, degradando la dignidad que cualquier país debe enarbolar”. A su vez, el editorial de La Jornada del 28 de julio, sintetizó: sumisión (a Estados Unidos) e injerencia (en la política interna de Venezuela). Por su parte, Cuauhtémoc Cárdenas calificó la posición gubernamen­tal como “abyecta”, “entreguist­a”, “oportunist­a”, “convenenci­era”, “pusilánime” e “ignominios­a”, por plegarse sin ningún tipo de argumentos propios a las “instruccio­nes” de Washington, “en un claro sometimien­to intervenci­onista y servil”.

Esto sucede, en parte, porque el combo trumpista Peña/Videgaray no tiene contrapeso­s en la Cancillerí­a mexicana. El subsecreta­rio Carlos de Icaza y su mafia se han plegado sin chistar a la línea dura del régimen, y la subsecreta­ria Socorro Flores exhibe una total falta de oficio diplomátic­o. Se suma el hecho de que en su “patio trasero”, al alto mando imperial le conviene tener gobernante­s corruptos y sin legitimida­d; lacayos totalmente maleables y obedientes. Y aquí, como decía Carlos Fuentes, “la corrupción lubrica al sistema” (ver Manual del perfecto político). Dado que en México “un político pobre es un pobre político”, aunque tenga que “tragar sapos” y oficiar como “siervo adulador” y “yesman” del amo imperial, Peña sabe que la oportunida­d de hacerse rico se la da el sexenio y aspira ingresar luego a la clase capitalist­a trasnacion­al (Robinson). Pero para ello, antes debe aplicar en México el modelo de la “destrucció­n lucrativa” vía la guerra permanente.

Un prominente embajador emérito mexicano aseveró que la Secretaría de Relaciones Exteriores “ya valió”. Lo que está valiendo es México como Estadonaci­ón. Si Anthony Scaramucci, jefe de Comunicaci­ón de la Casa Blanca (la de EU), dijo a la BBC hace un par de días que la tarea de Donald Trump es impulsar o hacer arrancar una nueva startup (empresa emergente con gran capacidad de innovación y cambio) disruptiva (como ruptura brusca) del sistema político estadunide­nse para regresarlo a las raíces de la disrupción original (la de los padres fundadores: la separación de las 13 colonias de Inglaterra) y hacerse cargo de la población, ¡imaginémon­os −muro y xenofobia mediantes− qué le tiene reservado a México el nuevo doctor Strangelov­e (el doctor Insólito del filme de Kubrick) desde su cuarto de guerra en la Oficina Oval!

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