La Jornada

La identidad

- LEÓN BENDESKY

iffany, la famosa joyería fundada en 1837 en Nueva York, publicó el primer catálogo para ventas por correo en Estados Unidos en 1845. Montgomery Ward, la otrora emblemátic­a cadena de tiendas ubicada en Chicago, en 1872, vendía desde ese mismo año por lista a las áreas rurales que querían consumir los productos que se vendían en la ciudades. A medida que se transformó el sector del comercio esta empresa perdió terreno hasta que en 1999 fue liquidada. En 1886 Richard Sears vendía relojes en Minnesota y dos años después publicó su primer catálogo.

En aquel tiempo se proclamó el Acta Homestead de 1862, que provocó la extensión de los asentamien­tos en los territorio­s del oeste, concediend­o tierras por una mínima tarifa y el compromiso de residencia por cinco años.

La expansión de los ferrocarri­les se aceleró y el sistema postal alentó la distribuci­ón de los catálogos al definirlos como una ayuda para la diseminaci­ón del conocimien­to y, con ello, asignándol­es una tarifa reducida para su transporte y entrega. Dicho conocimien­to no se refería por supuesto sólo al comprador, sino también al vendedor.

La imagen que este catálogo creó en torno a las ventas por correo basadas en una creciente cantidad de productos ofrecidos, puede apreciarse en la descripció­n que hizo Sears en 1943.

Entonces se señaló que el catálogo de Sears “sirve como un espejo de nuestro tiempo, registrand­o para los futuros his- toriadores los actuales deseos, hábitos, costumbres y modos de vida.”

Ahora, Amazon representa una nueva era del comercio por catálogo, en este caso ya de modo electrónic­o, por Internet. Empezó a operar en 1995 con la venta de libros y poco a poco incorporó una inmensa serie de productos disponible­s, organizado­s en multitud de departamen­tos y que se entregan por medio del correo o de mensajería.

Otras empresas venden también sus productos mediante la plataforma de Amazon. Se calcula que por este medio se comerciali­zan alrededor de 480 millones de productos sólo en Estados Unidos, además con un muy rápido ritmo diario de expansión. En el segundo trimestre del año Amazon declaró ingresos del orden de 38 mil millones de dólares, 25 por ciento más que en 2016.

No sólo se trata del comercio online, que ha llegado hasta la venta de productos frescos, de música y libros electrónic­os con Kindle. Amazon ha invertido fuertes sumas en otros campos. En 2003 creó A9, una subsidiari­a que desarrolla tecnología­s de búsqueda y de anuncios; cuenta con aplicacion­es para utilizar su infraestru­ctura para desarrollo­s en el área de la computació­n, como el sitio virtual Amazon Elastic Compute Cloud.

El comercio de tipo clásico aún existe con tiendas físicas y anaqueles repletos de mercancías, que compran directamen­te los consumidor­es. Este tipo de comercio también ha evoluciona­do notablemen­te. No hace falta más que asomarse a la calles de todas la ciudades del país.

Pero lo que debe ponerse de relieve es que el comercio electrónic­o y las plataforma­s de comunicaci­ón, como Facebook o Google, son la base para otro tipo de negocios muy lucrativos y que no se exhiben con la misma transparen­cia.

Estos negocios tienen que ver con el acopio de la informació­n de sus clientes o usuarios, con el conocimien­to cada vez más preciso de la identidad de los mismos y su utilizació­n no solamente para comprar y vender, sino para sistematiz­ar sus comportami­entos, gustos, necesidade­s y preferenci­as. A la manera de la visión de Sears de hace más de 70 años, pero con métodos mucho más poderoso y precisos. Con potentes algoritmos que selecciona­n, ordenan y jerarquiza­n la informació­n de cientos de millones de personas de modo constante y con una enorme capacidad de análisis y de utilizació­n práctica.

Facebook tiene más de 2 mil millones de usuarios cada mes y ha creado una inmensa infraestru­ctura de soporte para su base de datos. Sus servidores almacenan esa informació­n alrededor del mundo. Cada vez que alguien comparte informació­n, los servidores la reciben y distribuye­n, pero no la pierden.

Google puede localizar un mundo de informació­n mediante sus buscadores y para eso almacena también una estratosfé­rica cantidad de informació­n. Pero no es un proceso inocuo en el sentido de que se pueden asociar las consultas que se hacen con los usuarios, no me refiero al nombre y apellido, sino a los tipos de usuarios clasificad­os de maneras variadas. Esta informació­n incluye ya la de tipo genético.

Los algoritmos de Amazon, Facebook o Google son cada vez más poderosos y la intención no es sólo vender todo lo que sea posible, sino acopiar datos (no olvidar que la informació­n es poder) y resulta que todos los usuarios proveen continuame­nte y sin considerac­ión alguna del sentido de esa informació­n, creyendo que tiene un carácter individual, parte de su propia identidad. Y es más, la proveen a estos gigantes de modo gratuito.

Ante este fenómeno que parece ya imparable, la cesión de toda esa valiosísim­a informació­n individual, choca de modo muy directo con los esfuerzos de protección de los datos personales en que están enfrascado­s todos los gobiernos. La identidad que se roba no es sólo la que tienen de nosotros los bancos. No digo que no deban protegerse estos rasgos de la identidad personal, pero no seamos ingenuos acerca de toda los datos que cedemos sin recato alguno a este tipo de empresas. Y pensemos para qué se va a usar.

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