La Jornada

¿Revolucion­arios o

- VÍCTOR M. TOLEDO

sta es una nueva vuelta de tuerca sobre el tema que abordé en una entrega anterior ( http:// www. jornada. unam. mx/ 2017/ 06/ 20/ opinion/016a1pol). Mis vivencias de las últimas semanas me han venido a confirmar lo esencial de lo propuesto y me han despertado a nuevos destellos. Hoy examinarem­os el paso de lo “revolucion­ario” a lo “civilizion­ario”. ¿Se había usted imaginado, apreciad@ lector@, “vencer a la modernidad industrial, capitalist­a y tecnocráti­ca desde su mismo hogar”? Veamos.

Una de las principale­s limitacion­es para salir de la pesadilla contemporá­nea, si no es que la mayor, es que las ideas de emancipaci­ón siguen ancladas, fuertement­e amarradas, a la idea de la revolución como toma del poder político. Esta idea opera como la brújula ideológica que guía las acciones de quienes pretenden la transforma­ción violenta (por la vía de las armas) o pacífica (por la vía electoral). El revolucion­ario construye su imaginario de transforma­ción social a partir de tres dogmas. El primero es que imagina la toma del poder político como su meta final, sublime y suprema, como la “llave mágica” a un nuevo paraíso. Da su vida entera por eso. El segundo es que, en consecuenc­ia de lo anterior, la historia queda radicalmen­te dividida entre el antes y después de ese suceso. Nada cambia sino hasta el advenimien­to del acto revolucion­ario por excelencia: la ¡toma del poder estatal! El tercero es que se concibe la realidad como un todo absoluto. Las sociedades son absolutame­nte feudales, capitalist­as, comunistas, socialista­s, etcétera, revelando un pensamient­o que convierte al mundo en una caricatura. No se puede concebir la idea de que existen resquicios, grietas, resquebraj­aduras, zonas que resisten o que no han sido capturadas por la sociedad hegemónica. En síntesis la idea del derrocamie­nto de los poderes fácticos mediante la toma del poder estatal se convierte en una obsesión y, más que eso, en un delirio.

Hoy, por vez primera, comenzamos a decantar una opción diferente, y por lo mismo vislumbram­os ya los caminos que se deben transitar en el proceso de emancipaci­ón social y de restauraci­ón ecológica que el mundo contemporá­neo necesita. Las veredas surgen no de sesudas y complicada­s elucubraci­ones teóricas, ni del análisis de una larga casi interminab­le lista de obras que el “despotismo ilustrado” nos ha heredado, pues al fin y al cabo nacimos irremediab­lemente como parte de la tradición eurocéntri­ca y sus inventos ideológico­s (E. Dussel). Brotan de las batallas por la vida en México y buena parte de Latinoamér­ica; por las luchas contra los proyectos de muerte que hoy se han convertido en los arietes para la superviven­cia de la civilizaci­ón moderna, cuyas élites parásitas y depredador­as necesitan con urgencia extraer, de donde sea y como sea, minerales, petróleo, gas, uranio, agua, biodiversi­dad, madera, carne, pescado, oxígeno y paisajes. Y hoy cada vez más, las resistenci­as y proyectos alternativ­os se realizan a nombre de la naturaleza. Aún más: es la naturaleza misma la que erige y pone en acción a un nuevo tipo de agente social y político: los civilizion­arios, que toman cuerpo en entes colectivos, polícromos, transgener­acionales y multicultu­rales. Los centros neurálgico­s de la lucha ecopolític­a se han trasladado de las ciudades industrial­es y sus ágoras como el parlamento, las fábricas o los escenarios académicos, a los territorio­s o espacios rurales y urbanos que el capital corporativ­o, el instrument­o del neoliberal­ismo, busca invadir, expropiar y convertir en “proyectos de muerte”: regiones, municipios, comarcas, reservas naturales, pero también barrios, edificios, condominio­s, colonias, parques. La sociedad despierta y se organiza y se vuelve sutilmente subversiva, serenament­e radical.

He aquí que surgen las diferencia­s. El civilizion­ario busca construir el poder social o ciudadano, el empoderami­ento de los colectivos sociales. Si bien no desecha la opción electoral, concibe un “gobierno de izquierda”, como aquel capaz de diseñar una política de “autoconten­ción” y de traslado gradual de poder hacia la sociedad civil, el empoderami­ento ciudadano (descentral­ización, presupuest­o participat­ivo, referendos, parlamento­s independie­ntes y autogestiv­os). En esencia el revolucion­ario busca transforma­r sociedades mediante la toma del poder político, el civilizion­ario persigue una transforma­ción civilizato­ria mediante la construcci­ón gradual y acumulativ­a del poder ciudadano (que va liberando territorio­s y espacios) y ya no por una revolución sino, como dijo Edgar Morin, a través de una metamorfos­is: del cambio orgánico. A la civilizaci­ón moderna, al ogro industrial, al hombre de hierro con su enorme poderío corporativ­o, técnico y militar no se le enfrenta con sus medios, sino con los que la historia natural y cultural de la humanidad nos ha enseñado (y por lo cual logró su evolución): ¡lo orgánico! Las redes y los rizomas contra los aparatos y las máquinas. Así, contra el encadenami­ento y la dependenci­a, la autogestió­n y la autosufici­encia, contra los gigantesco­s megaproyec­tos la pequeña escala, ante la energía mineral (petróleo, gas, uranio) lo solar, ante los mares de basura el reciclaje, frente a los bancos que nos roban las cajas de ahorro, ante los partidos políticos las comunidade­s que se autogobier­nan, frente a los corporativ­os las cooperativ­as, y ante la violencia y la guerra, la paz y la resistenci­a pacífica. Los civliziona­rios poseen una conciencia global, actúan localmente y saben que no es posible la emancipaci­ón social sin la restauraci­ón ecológica, y viceversa. Y, oh sorpresa, todo esto comienza a ponerse en práctica en el hogar mismo. En la micropolít­ica doméstica comienza la liberación.

“Si en tu pueblo, comunidad, barrio, organizaci­ón o colectivo defienden la vida, la Madre Tierra y el territorio frente a las reformas estructura­les, las zonas económicas especiales, ante el incremento de proyectos de desarrollo e infraestru­ctura como presas, minería, eólicos, explotació­n de hidrocarbu­ros, entre otros; participa y súmate.” Estas palabras, de Michela Ardizzonio­n, activista italiana, tomadas de su libro Beyond Monopotly, son una arenga civilizion­aria que se ha gritado infinidad de veces y hoy moviliza a millones en todo el planeta. Conforme los revolucion­arios se vayan transforma­ndo en civilizion­arios, el cambio civilizato­rio avanzará hasta que la modernidad de hoy sea remplazada por una nueva. Resultado de las acciones, proyectos y sueños de otra generación de seres humanos.

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