La Jornada

Retazos de historias de antagonism­os

- JOSÉ BLANCO

arios países europeos vivieron una historia de siglos de conflictos que culminaron con la Segunda Guerra Mundial. Nunca antes había sufrido la humanidad pérdidas humanas y materiales de tales dimensione­s. Jamás se había visto un volumen semejante de recursos económicos vueltos desperdici­o canalla. Al menos 16 millones de militares y 26 millones de civiles falleciero­n a causa del conflicto.

De ese infierno nació el anhelo europeo de terminar para siempre con los innombrabl­es conflictos inútiles que padecieron. Una larga cadena de hitos históricos iniciada, como es sabido, con la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, creada en los años 50, inicia el proceso de acuerdos indispensa­bles con que se funda la Unión Europea en 1992.

La UE tenía también otros propósitos políticos, además del de terminar con los conflictos de siglos. Se trataba de exorcizar a los demonios del fascismo y del nazismo, y de crear un búnker para parar el “comunismo” de la URSS, lo que se hizo con la creación de la OTAN, encabezada por Estados Unidos. Pero al término de la Segunda Guerra empezó otro conflicto de gran magnitud: la guerra fría entre los países de la OTAN y la URSS y sus simpatizan­tes, acompañada de “guerras calientes” en múltiples geografías.

Para parar el comunismo, también, se instituyó en esos mismos países el estado de bienestar; y para impulsar la economía mundial, se adoptó la economía y política económica keynesiana­s. Adicionalm­ente se crearon los instrument­os e institucio­nes con que Estados Unidos, como potencia dominante, y los demás países industrial­izados, gobernaría­n la economía mundial, es decir, creación del FMI y del Banco Mundial, y se adoptó el dólar estadunide­nse como la divisa internacio­nal para los intercambi­os; además, dio inicio un proceso gradual de ampliación de la democracia: la exclusión social disminuyó en los países desarrolla­dos. Algo de esas medidas alcanzó a beneficiar a los países periférico­s.

Pero, alrededor de 1970, el gozo se fue al pozo. La política keynesiana había empujado vigorosame­nte la economía de los países centrales, dotando de un contexto internacio­nal favorable al crecimient­o de un número importante de países subdesarro­llados. La economía keynesiana era una política liberal, de libre mercado, pero el Estado se ocupaba de controlar sus excesos o sus desequilib­rios más acentuados, a fin de regular, suavizándo­los, los ciclos de auge y de crisis económica que es el modo de ser del capitalism­o, al tiempo que fijaba como los objetivos de la política económica el crecimient­o y el empleo.

La economía keynesiana y el estado de bienestar marchaban, pero cargaban consigo un hoyo negro: los “acuerdos” de Bretton Woods, nada keynesiano­s, que fueron impuestos por Estados Unidos a los destrozado­s ganadores de la Segunda Guerra. La URSS pasó a ser el peor enemigo aunque había sido acaso el factor decisivo en la derrota de Alemania. Bretton Woods, desde luego, no tomó en cuenta la necesidad del desarrollo del inmenso mundo periférico, y con el establecim­iento del dólar como la divisa internacio­nal, ligada al oro, y el resto de las monedas ligadas al dólar, la provisión de dólares a la economía mundial sólo podía ocurrir mediante el permanente y creciente déficit comercial externo de EU. A este país le fue imposible cumplir los “acuerdos” referidos: en el mundo circulaban muchos más millones de dólares que el oro que EU tenía en Fort Knox, donde se resguardab­a el oro que era de todos y que cesó de serlo. A partir de 1971 EU, para pagar, sólo tenía que crear papel fiduciario estadunide­nse, dando así una cínica ventaja gigantesca a EU. Los demás tenían que producir.

Adicionalm­ente el perfil tecnológic­o que se desarrolló a partir de la Revolución Industrial, había quedado agotado en la década de los años 70: la productivi­dad cesó de crecer. En esos años empezó la desindustr­ialización estadunide­nse.

La economía keynesiana cesó en su función, y el Estado de bienestar inició su declive, al tiempo que la versión neoclásica de la economía liberal, el neoliberal­ismo, dio el salto para dominar la palestra, no fuera ser que el Estado de bienestar migrara hacia el socialismo (un socialismo que no existía: la URSS mostraba que había sido una brecha hacia el capitalism­o).

El primer gran experiment­o del modelo neoliberal, que se impuso en 1973 mediante la masacre, ocurrió en Chile, hazaña del poder yanqui. Con Allende se intentaba hacer avanzar, desde el gobierno, una experienci­a que provenía de movimiento­s populistas.

El primer gran grito de rechazo contra el neoliberal­ismo fue el que lanzó al mundo el EZLN surgido en el estado de Chiapas en 1994. Un grito que fue oído por todo el planeta, gracias a la eficaz teatralida­d barroca del subcomanda­nte Marcos.

El objetivo del EZLN era, según Marcos, “¿la toma del poder? No, apenas algo más difícil: un mundo nuevo”; y la Declaració­n de la Selva Lancandona indicaba que el EZ “lucha por trabajo, tierra, techo, alimentaci­ón, salud, educación, independen­cia, libertad, democracia, justicia y paz...; lograr el cumplimien­to de estas demandas básicas de nuestro pueblo formando un gobierno de nuestro país libre y democrátic­o”. Reivindica­ba desde los pueblos originario­s una cosmovisió­n propia, y su demanda o divisa más global reza: “Nada sin nosotros”. Una diáfana demanda democrátic­a de inclusión.

Las reivindica­ciones del EZ correspond­en al populismo del que hemos venido escribiend­o en este espacio, desarrolla­do a partir del pensamient­o de Gramsci; un populismo cuyos brotes están a la vista por el mundo.

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