La Jornada

Males congénitos

- SOLEDAD LOAEZA

ntre el 9 y el 11 de agosto se reunirá la 22 Asamblea Ordinaria del PRI. El partido en el gobierno se prepara para la elección presidenci­al de 2018. El propósito general es ajustar su organizaci­ón a las exigencias de la competenci­a por la Presidenci­a de la República y por el Congreso que tendrá lugar el año próximo. El PRI debe trabajar para competir con los otros partidos, hoy de oposición. el PAN, el PRD y Morena. Los partidos más pequeños, por su parte, se frotan las manos pensando con satisfacci­ón adelantada en todo lo que van extraer de los partidos más grandes a cambio de los 2 o 3 puntos porcentual­es que pueden ofrecerles en caso de resultados muy apretados y, por consiguien­te, no concluyent­es.

No obstante, por el momento lo más urgente es sentar las bases para la competenci­a en el interior del partido. Lo es porque la estabilida­d y el destino del PRI están en juego. Se espera que de las discusione­s organizada­s que tendrán lugar en la asamblea salgan las especifica­ciones relativas, por una parte, a los requisitos para aspirar a una candidatur­a, y, por la otra, a los mecanismos que se utilizarán para atribuir las candidatur­as. El tipo de solución que se determine para ambos asuntos puede resolver o agravar las tensiones internas que son causa y manifestac­ión de la fragilidad de los equilibrio­s que mantienen unido al partido.

Los priístas parecen consciente­s de que el fracaso de alguna de las fórmulas que se presente, o peor todavía, de las dos, puede provocar el estallamie­nto de esa extraña coalición que es hoy el partido en el poder. Al menos es la impresión que da una organizaci­ón que acoge a muy diversos grupos de edad, formación y trayectori­a. Las carreras de los priístas de hoy difieren tanto como las políticas que unos proponen y otros ponen en práctica. En el pasado no tan remoto de los años 90 los sectores todavía contribuía­n a atenuar los efectos desintegra­dores de la heterogene­idad, que ya desde entonces caracteriz­aba al partido. Ahora, en cambio, es muy poco lo que significan los sectores en términos de los militantes, es decir, el que uno de ellos sea presentado como miembro de la CNC no significa ni de lejos que sea un líder ejidal. Si tenemos suerte se tratará de un economista, egresado de una universida­d o escuela profesiona­l privada, que obtuvo una maestría en alimentos procesados.

El tema de las candidatur­as ha sido históricam­ente un motivo de irritación y conflicto en el interior del PRI, en primerísim­o lugar porque involucra al presidente de la República, sus prerrogati­vas en tanto que primer priísta de la Nación, y su autoridad sobre el partido. Han sido muchas las transforma­cio- nes que ha experiment­ado desde su fundación en 1946: pasó de ser dominante a casi partido único, y de ahí a minoritari­o para ser lo que es hoy, marginalme­nte mayoritari­o. En los años 60 aceptó la sugerencia del secretario de Gobernació­n de que reconocier­a triunfos a la oposición sólo cuando le aseguraron que no perdería una sola de sus curules. Entonces se aumentó el número de diputacion­es para dar cabida al PAN, al PARM y al PPS, sin que ello acarreara un costo para el partido. Lo extraordin­ario es que Gobernació­n –Gustavo Díaz Ordaz– y la presidenci­a –Adolfo López Mateos– cedieron ante la exigencia. Sin embargo, hoy, los documentos básicos del partido hablan de gobiernos de coalición y alianzas electorale­s, temas que para el PRI de antes hubieran sido motivo de hilaridad o una humillació­n inaceptabl­e.

Sin embargo, el asunto de la prerrogati­va presidenci­al en la designació­n de candidatos y, en particular de su sucesor, es cualitativ­amente distinto. Presidente priísta habrá que conmociona­do reclame que no es posible que le quieran quitar lo único que le queda una vez que ha perdido el Informe, las dulces mayorías de 80 por ciento, el Día de la Libertad de Prensa, los desfiles deportivos del primero de mayo, las soñadas multitudes del Zócalo y las cenas de amigos en la Casa Blanca, la de aquí y la de allá.

Cuando se fundó el PRI las candidatur­as eran resultado de elecciones primarias que se organizaba­n por distrito electoral. Este procedimie­nto se utilizó en 1946 por primera vez, aunque en ese caso la elección del candidato presidenci­al se llevó a cabo conforme a la convocator­ia de 1939, a petición de la CTM, es decir, no fue por voto individual, sino que fue una elección de las corporacio­nes. Los aspirantes a una candidatur­a en la elección federal de 1949 participar­on en elecciones primarias; sin embargo, los resultados fueron ignorados por la presidenci­a de la República que determinó prácticame­nte todas las candidatur­as, a pesar de que se había comprometi­do a respetar los triunfos fueran de quien fueran. Las quejas fueron múltiples y la desilusión devastador­a. El presidente Alemán se mantuvo inconmovib­le. No aceptó una sola de las propuestas de la base; ni siquiera la de Pascual Ortiz Rubio que promovió a un candidato, primero, como aspirante a diputado fede- ral, cuando no recibió respuesta lo propuso para diputado local, y redujo su petición a una simple suplencia cuando recibió una escueta nota del secretario particular del presidente, Rogerio de la Selva, que le indicaba que tratara el asunto con el secretario de Gobernació­n.

La experienci­a de las primarias fue breve. En 1951, una reforma a los estatutos del partido restableci­ó las convencion­es como mecanismo para elegir candidatos a los cargos de elección popular. Muy pronto se supo que las convencion­es eran en realidad un asunto de palomeo. La historia que siguió fue la misma, en 1952, otra vez como seis años antes, Miguel Henríquez Guzmán quiso participar en una elección interna por la candidatur­a presidenci­al del PRI, arrebatarl­e el privilegio a la cúpula de ex presidente­s, y lo expulsaron del partido por ansioso. No fue sino hasta 1986 que Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo protestaro­n y exigieron que la elección del candidato presidenci­al fuera abierta. Entonces a ellos también los expulsaron del partido. Pese a todo, asambleas bravas y reformas de estatutos, De la Madrid, Salinas, hasta Ernesto Zedillo palomearon y decidieron. Por eso el PRI es hoy como es, una organizaci­ón un poco errática, y extraña como el ornitorrin­co que tiene pico y patas de pato, es mamífero, vive en el agua y pone huevos. No es un problema de voluntad, es congénito.

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El presidente del PRI, Enrique Ochoa Reza, se reunió en privado con ex gobernador­es. En la imagen aparecen el secretario de Gobernació­n, Miguel Ángel Osorio; René Juárez Cisneros, ex gobernador de Guerrero; Ochoa Reza; la secretaria general priísta,...

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