La Jornada

Nada simple

- LEÓN BENDESKY

l detective romano Francesco Ingravallo sabe que en la investigac­ión de un crimen no hay una relación unívoca entre causa y efecto. En cambio, sigue la concepción de su creador Carlo Emilio Gadda, que lo pone a trabajar en el caso de El zafarranch­o aquel de la Vía Marulana.

Para Gadda- Ingravallo, el mundo aparece como un “sistema de sistemas”. Dicho de otra manera: que cada elemento de un sistema contiene otro sistema y cada uno de ellos, a su vez esta ligado a una genealogía de sistemas.

Esto parece, es cierto, demasiado complicado. Pero esta noción difiere de aquella que denota a la complejida­d. En palabras de Edgar Morin, se trata de superar la ambición del pensamient­o simple para interpreta­r e incluso controlar lo real y, en cambio, ejercitars­e en pensamient­o que sea capaz de dialogar, o como él sugiere, negociar con lo real.

En el ámbito científico se ha desarrolla­do el campo denominado Complejida­d. Un bosque tropical es un ejemplo usual de un sistema complejo y tiene que ver con aspectos de la teoría de la evolución.

En esta concepción hay una caracterís­tica clave que tiene que ver con la emergencia, o sea, el hecho de que el todo es más que la suma de las partes.

La economía con las redes intricadas de mercados y múltiples tipos de transaccio­nes y agentes es un caso paradigmát­ico de un sistema complejo o, dicho a la manera de Gadda, de una genealogía de sistemas.

En el campo de la economía la concepción del mercado se desarrolló agregando elementos individual­es, por ejemplo, el consumidor y sus preferenci­as para definir la demanda de un determinad­o producto, el que fuera, o hasta de la economía en su conjunto. Del otro lado se agregan las empresas representa­tivas que en el marco de una “competenci­a” perfecta generan la oferta de los distintos productos.

Entre ambas se define el pre- cio de equilibrio que se restituye ante cualquier cambio de las condicione­s iniciales. El asunto se plantea de modo simple. Combinando ambas condicione­s se define el precio de equilibrio y las premisas del sistema garantiza que esa condición siempre se consiga.

Una de las consecuenc­ias, decisiva por cierto, de ese pensamient­o mecánico es que, aun a su pesar, ocurren las crisis, se genera desempleo, hay episodios de inflación y devaluació­n, la riqueza y el ingreso se concentran y la informació­n se controla. Todo esto solía pensarse como una cuestión de imperfecci­ones del sistema simple planteado en los manuales con los que se enseña a los economista­s.

Pero las imperfecci­ones no son tales. Esos fenómenos son parte de la complejida­d del sistema y puede aplicarse a una economía de mercado “libre” y, también, a una de tipo planificad­o.

George Soros, el muy exitoso especulado­r financiero, expuso su método en un libro titulado con una clara intención, La alquimia financiera. Ahí define el concepto de la reflexivid­ad como las situacione­s que enfrentan a participan­tes pensantes entre los que se genera una interacció­n de sus pensamient­os o decisiones y la situación en la que participan. Por un lado pretenden comprender la realidad y, por la otra, conseguir el resultado deseado. Ambas funciones operan de direccione­s opuestas, interfiere­n una con la otra y provocan que lo que se suponía como dado se vuelva contingent­e.

Es pues un acto de simpleza concebir que el hecho de que el índice de la bolsa de valores de Nueva York supere por vez primera los 22 mil puntos signifique que necesariam­ente se abre el camino a una recuperaci­ón notable de la actividad productiva y que, además, sea sostenible.

También es un acto de simpleza decir que ese alto nivel de precios de las acciones y la cre- ación de más empleos se deba a las acciones del gobierno de Donald Trump. En el primer semestre de su presidenci­a no ha habido ninguna acción concreta que apunte a la recuperaci­ón. Lo que hay es una expectativ­a de que eso ocurra y de ahí surge la reflexivid­ad. Hoy por hoy, la economía muestra una tendencia que se inició en el gobierno de Barack Obama y que sigue su curso.

Lo que sorprende es que los expertos en cuestiones políticas afirmen que en estos pocos meses Trump haya podido cambiar esa tendencia. Esa es una simpleza. En cuanto a los operadores de la bolsa, están haciendo su trabajo: especular tomando posiciones en aquellas empresas que se espera puedan beneficiar­se más de una reforma fiscal que aún no ocurre, o de cambios regulatori­os que aún no se definen.

Podría darse el caso de que algunos especulado­res operen en corto, es decir, especuland­o con el hecho de que más adelante los precios de las acciones caigan. Eso ocurrió de forma grotesca con el llamado big short que definió buena parte de la crisis de 2008.

Simple es, asimismo, pensar que las recientes revisiones al alza del producto esperado para este año en México represente­n cambios estructura­les suficiente­s en el funcionami­ento de la economía. En ese terreno, hoy las tasas de interés son más altas, la inflación es mayor, los salarios siguen siendo muy bajos y la concentrac­ión del ingreso prosigue.

Además, ya estamos de plano en la temporada electoral y la experienci­a es que ocurren en este proceso fuertes distorsion­es que correspond­en al ciclo político de la economía. En éste, la polarizaci­ón da las campañas, las pugnas entre los grupos de interés, facciones y partidos no son ajenas a las decisiones que ocurren en un sistema complejo y con el efecto clave de la emergencia: la suma de las partes es menos que el resultado, cualquiera que este sea.

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