La Jornada

Voluntad política, imprescind­ible contra el robo de combustibl­es

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l exponer el quebranto para las arcas públicas que supone el robo de combustibl­es, el secretario Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SNSP), Álvaro Vizcaíno, propuso instaurar la prisión preventiva para los acusados de sustraer hidrocarbu­ros. Tal medida tendría la finalidad de evitar la llamada “puerta giratoria”, por la cual los presuntos delincuent­es logran seguir su proceso en libertad bajo fianza y eventualme­nte libran todo cargo, lo cual se refleja en un dato preocupant­e: ninguna de las 219 personas detenidas por la Procuradur­ía General de la República por este delito ha recibido hasta ahora una sentencia definitiva.

La magnitud que en el presente sexenio ha alcanzado la sustracció­n de gasolina desde los ductos de Petróleos Mexicanos (Pemex) es tal que la Auditoría Superior de la Federación (ASF) la sitúa en el equivalent­e a ocho de cada 100 litros de combustibl­es que produce la empresa productiva del Estado, volumen que se traduce en una pérdida económica de 30 mil millones de pesos al año. Para ilustrar las dimensione­s del fenómeno, los 4 millones 137 mil 800 litros de hidrocarbu­ros robados cada día de los ductos de la antes paraestata­l podrían llenar un tanque de 40 litros a 103 mil 445 automóvile­s.

Reconocida la gravedad tanto del huachicole­o como de la impunidad en que permanecen quienes extraen y distribuye­n el combustibl­e de manera ilegal, es necesario puntualiza­r, primero, que el combate a este flagelo no requiere de un endurecimi­ento de las leyes, sino de una cabal aplicación de las ya existentes. En este sentido, debe recordarse que, incluso si el SNSP matizó que la adecuación sugerida tendría un carácter temporal, no deja de suponer un retroceso en la implementa­ción del Nuevo Sistema Penal Acusatorio, diseñado justamente para poner fin al recurso abusivo de la prisión preventiva en ausencia de pruebas conducente­s contra los acusados.

Un segundo elemento de considerac­ión se encuentra en el hecho –demostrado de manera reiterada por el fracaso de la lucha contra el narcotráfi­co– de que la criminalid­ad organizada no puede combatirse con expectativ­as razonables de éxito mediante el mero encarcelam­iento de los delincuent­es, sino atacando con decisión el lavado de dinero. En efecto, sería risible suponer que

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