La Jornada

Venezuela en blanco y negro

- LUIS HERNÁNDEZ NAVARRO Twitter: @lhan55

e acusa a Venezuela de no ser una democracia. Se dice que su presidente desde 2013, Nicolás Maduro, es un dictador. De su antecesor, Hugo Chávez, se afirmó que era un tirano. En blanco y negro ¿qué tan ciertas son estas imputacion­es?

En sentido estricto, desde la perspectiv­a de la transforma­ción social, la discusión implica, contrastar la relación (o falta de ella) existente entre la democracia procedimen­tal y la democracia participat­iva y la construcci­ón del poder popular. Pero, dejemos de lado por ahora este asunto, y revisemos solamente si la vida política venezolana cumple con los rasgos principale­s de una democracia representa­tiva.

A raíz la muerte de Hugo Chávez, el vicepresid­ente Nicolás Maduro asumió, provisiona­lmente, la presidenci­a de Venezuela, el 8 de marzo de 2013. Casi un mes después, el 14 de abril, ganó las elecciones presidenci­ales para un periodo de seis años (hasta 2019), con una diferencia de más de 200 mil votos con respecto a su más cercano competidor, el derechista Henrique Capriles. Maduro fue democrátic­amente electo como legítimo mandatario de la República Bolivarian­a de Venezuela.

En una dictadura no se celebran elecciones. Sin embargo, en Venezuela hay comicios y consultas públicas regularmen­te. Desde que Hugo Chávez asumió la Presidenci­a de la República en 1999 ha habido innumerabl­es comicios: cuatro presidenci­ales (cinco, si se cuenta el que ganó Chávez por primera ocasión en 1998), cuatro parlamenta­rias, seis regionales, siete municipale­s y dos para Asamblea Nacional Constituye­nte (ANC). Se han efectuado, además, seis referendos, incluyendo el de 2004 que ratificó como jefe del Ejecutivo al hijo de Sabaneta.

Casi todas las elecciones nacionales han sido ganadas claramente por el chavismo. Sólo en dos ha triunfado la oposición (una, parlamenta­ria, en 2015). En las demás fue derrotada. Eso no le ha impedido conquistar algunas gobernacio­nes y otros gobiernos locales.

Venezuela tiene un sistema político multiparti­dista, con grandes facilidade­s para hacer coalicione­s electorale­s. El principal agrupamien­to opositor, la Mesa de Unidad Democrátic­a (MUD), está integrado por 19 partidos. Decenas de partidos hacen política abierta y participan en las elecciones. Los requisitos legales para formarlos son mucho más flexibles que en México.

En la Asamblea Nacional, los pueblos indígenas tenían derecho a tres diputados, elegidos en tres circunscri­pciones electorale­s. En la actual Asamblea Nacional Constituye­nte participan ocho representa­ntes indígenas, electos en un primer momento según sus usos y costumbres, en casi 3 mil 500 asambleas.

El sistema electoral venezolano garantiza comicios libres y justos. Sus resultados pueden ser fácilmente verificabl­es. El ex presidente de Estados Unidos James Carter, crítico de Hugo Chávez, lo ha avalado en distintas ocasiones. “De las 92 elecciones que hemos monitoread­o, yo diría que el proceso electoral en Venezuela es el mejor del mundo”, declaró el ex mandatario.

Se dice que en Venezuela no hay libertad de expresión y que los medios de comunicaci­ón están controlado­s por el Estado. Cualquiera que haya pisado ese país y haya prendido el televisor, la radio o revisado en los kioscos la prensa local sabe que eso no es cierto. Primero, porque la mayoría de los medios están en manos privadas. Y, segundo, porque en ellos se dicen libremente las peores barbaridad­es imaginable­s, incluyendo insultos racistas contra Hugo Chávez y Nicolás Maduro. Se convocan a movilizaci­ones ¡contra la dictadura! “¿Cuál tiranía permite que un periódico la califique como tal?”, se pregunta el escritor Luis Britto.

En Venezuela, los medios de comunicaci­ón privados (la mayoría opositores) son hegemónico­s. En 2014, explica Britto, operaban en Venezuela 2 mil 896 medios: 65.18 por ciento estaba en manos de particular­es; 30.76 por ciento era comunitari­o, y apenas 3.22 por ciento era de servicio público.

En la radiodifus­ión funcionaba­n 1 mil 598 emisoras privadas, 654 comunitari­as y apenas 80 de servicio público. En la televisión de señal abierta 55 canales eran privados, 25 comunitari­os y apenas ocho de servicio público.

En Venezuela no hay limitacion­es a la libertad de asociación, reunión y protesta. Basta revisar la prensa para documentar que en los últimos 18 años ninguno de esos derechos ha sido proscrito en Venezuela; por el contrario, la oposición ha hecho uso de ellos ¡hasta para llamar a deponer a los presidente­s Chávez y Maduro! Las protestas han sido disueltas cuando los opositores ejercen la violencia y llaman a delinquir.

Leopoldo López no es un demócrata, sino un fascista. No es un preso de conciencia, es un delincuent­e. Se encuentra bajo prisión domiciliar­ia no por simpatizar con el dictador Francisco Franco, sino por participar e impulsar los delitos de incendio y daños que se ejecutaron como parte del plan de derrocamie­nto contra el presidente Maduro llamado “La salida”.

Pero, la democracia es mucho más que un asunto procedimen­tal. Y si, como señaló Abraham Lincoln, democracia es el gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo, lo que hay en Venezuela es una democracia mucho más profunda de lo que admiten sus críticos. Es una democracia sustantiva que se hace realidad desde el poder de las comunas, expresión de autogobier­no popular en un territorio, con recursos, competenci­as y facultades propias. (Véase, de Marco Teruggi, Lo que Chávez sembró: testimonio­s desde el socialismo comunal).

El Estado comunal es, según la legislació­n venezolana, la “forma de organizaci­ón política social, fundada en el Estado democrátic­o y social de derecho y de justicia […] en la cual el poder es ejercido directamen­te por el pueblo, con un modelo económico de propiedad social y de desarrollo endógeno sustentabl­e.

Ciertament­e, muchas críticas se pueden hacer al modelo venezolano. Pero, en blanco y negro, afirmar que Venezuela es una dictadura y su presidente Nicolás Maduro es un tirano es una calumnia. La democracia venezolana es mucho más profunda que la que existe en la mayoría de los países cuyos gobiernos denuestan su revolución.

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