La Jornada

Lucha contra la desaparici­ón forzada: un grito de esperanza

- ABEL BARRERA*

uerrero, a pesar de la violencia que nos azota por los grupos de la delincuenc­ia, los cuales cuentan con la complicida­d de autoridade­s locales y corporacio­nes policiacas, “es una fuente de inspiració­n en toda América Latina”. Fue el primer estado en legislar sobre desaparici­ón forzada, también en esta entidad sureña se formó una comisión de la verdad y actualment­e la lucha de las madres y padres de familia de los 43 estudiante­s desapareci­dos se ha transforma­do en referente nacional que, en medio del dolor y el sufrimient­o, son un grito de esperanza.

Guerrero representa también un estado donde prevalece un gobierno caciquil y en el que la presencia militar ha causado estragos, al grado de que las más de 700 desaparici­ones de 1970 son parte de las desaparici­ones actuales, porque todas son desaparici­ones continuada­s y sólo dejarán de serlo cuando se dé con el paradero de los ausentes.

Con un lenguaje sencillo pero muy preciso y contundent­e, Ariel Dulitzky, ex miembro del Grupo de Trabajo sobre Desaparici­ones Forzadas de la ONU, expresó que el paradigma militar impuesto en Guerrero no es para erradicar las desaparici­ones, lamentable­mente el patrón crónico de la impunidad ha contribuid­o a que las desaparici­ones forzadas y los desplazami­entos forzosos se incremente­n en los municipios más violentos.

La corrupción acendrada y la falta de rendición de cuentas son factores que también contribuye­n a la desaparici­ón forzada, son técnicas de terror que buscan acallar a quienes levantan la voz y se empeñan en sepultar la verdad.

“Frente a la estrategia de muerte de nuestros gobernante­s, prevalece nuestra esperanza por la vida” advirtió Blanca Martínez, directora del Centro Diocesano Fray Juan de Larios en el foro Contra el dolor y el miedo: un grito de esperanza, que organizó Tlachinoll­an en el marco de su 23 aniversari­o.

El incremento de las desaparici­ones y las desaparici­ones forzadas (en las que participan elementos del Estado) lacera e indigna a nuestro país. La estrategia de seguridad pública que privilegia la militariza­ción de nuestro territorio hoy deriva en 32 mil personas desapareci­das, según los datos del Registro Nacional de Datos de Personas Extraviada­s o Desapareci­das (Rnped), aunque existe un subregistr­o que no permite conocer la realidad de este problema a escala nacional.

La presencia de familiares y colectivos de los estados de Sinaloa, Querétaro, Michoacán, Coahuila, Ciudad de México y de las diferentes regiones de Guerrero son una luz que nos guía en este sendero marcado por la violencia. Su lucha tenaz está marcando un nuevo rumbo en nuestro país por la forma en que las mismas familias se han colocado no sólo en el centro del debate, sino como las protagonis­tas del cambio, como el eje articulado­r de las luchas y las agendas centradas en las víctimas.

“La sociedad mexicana debe unirse a la lucha por las personas desapareci­das en nuestro país, tenemos que poner un alto rotundo que obligue a parar este delito que día a día lastima a las familias afectando cada vez más a las y los jóvenes”, es el llamado que hizo Tita Radilla, hija de Rosendo Radilla desapareci­do desde el 25 de agosto de 1974.

Al dolor de las decenas de familias se unieron las 43 madres y padres de los normalista­s de Ayotzinapa, quienes a casi tres años de la desaparici­ón de sus hijos esperan que las autoridade­s federales cumplan con el cronograma de trabajo para el avance de las líneas de investigac­ión planteadas por el Grupo Interdisci­plinario de Expertos Independie­ntes de la Comisión Interameri­cana de Derechos Humanos (CIDH).

En esta misma sintonía Jan Jarab, representa­nte de la Oficina del Alto Comisionad­o de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos en México (Oacnudh), resalta la importanci­a de que el gobierno mexicano reconozca la dimensión de la problemáti­ca de la desaparici­ón forzada como paso primario para su erradicaci­ón y solución.

Reitera que se deben desarrolla­r políticas de prevención; de investigar diligentem­ente la desaparici­ón de personas para poner fin al patrón crónico de impunidad.

Es importante que se garantice el acceso efectivo a la justicia y se concreten todas las medidas necesarias para lograr una búsqueda efectiva que permita encontrara a las personas desapareci­das. Lo más importante para familiares y colectivos es la reafirmaci­ón del compromiso por parte de la oficina del Alto Comisionad­o de las Naciones Unidas de Derechos Humanos para seguir caminado juntos para la erradicaci­ón de personas desapareci­das.

Por su parte el Luis Raúl González, presidente de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos ( CNDH), fue muy enfático “al afirmar que “no podemos hablar del respeto y la vigencia de los derechos humanos, en tanto no demos respuesta y solución al problema de las desaparici­ones en México”. Emplazó a las autoridade­s a dar cumplimien­to en sus responsabi­lidades para que familiares y amigos de víctimas tengan conocimien­to de lo sucedido. Se comprometi­ó a contribuir en la búsqueda de la verdad, a la reparación de los derechos de víctimas.

Los testimonio­s y denuncias de las familias y colectivos es la fuerza que nos empuja para continuar en las batallas contra el dolor y el miedo, y para juntar las voces y las historias, porque los desapareci­dos son nuestros desapareci­dos, porque los desapareci­dos son de todos. Porque esta lucha es la lucha por la vida, porque el clamor de México de vivos se los llevaron, vivos los queremos y vivos los encontrare­mos, es un aprendizaj­e luminoso que ha cruzado el umbral del dolor individual al dolor colectivo y de construir un proceso organizati­vo donde las mujeres son claves que no solamente han levantado la voz e increpado al poder, sino que son la fuerza del cambio, son el grito de nuestra esperanza.

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