La Jornada

Jaime Avilés

- JOSÉ CUELI

ste martes por la noche, amodorrado, dormitaba mientras transcurrí­a el noticiero televisivo y, sorpresiva­mente, desperté con el anuncio de la muerte de Jaime El Contra Avilés, de gratos recuerdos, y también dieron la noticia del deceso de Eduardo del Río, Rius, el artista del estilo que se volvió ideología. Lentamente el espíritu fue dejándose ganar por una rara conformida­d. ¡Qué de recuerdos de las comidas previas a las corridas de toros en el restaurant­e El Ruedo!, vecino de la Plaza México.

De lejos llegan las imágenes de esas tertulias en que todo se discutía, incluso que sirvieran un plato del que se caían los chicharron­es y Jaime padre siempre tan elegante protestaba ruidosamen­te. El discutir hasta el apasionami­ento era la for- ma tranquila de conversar. Cada semana las cuchufleta­s dirigidas a los toreros españoles: Ponce, Manzanares, El Juli, parecían referirse a mi familia y mis ancestros hasta llegar a Hernán Cortés. Sin sentirse, del toreo se pasaba a la política, y Jaime hijo resultaba el más fanático, admirador y conocedor de la política de Andrés Manuel López Obrador. No en balde dejó testimonio de ello en libros y artículos.

En estas tertulias la belleza y el toque de mansedumbr­e los ponía Juncia, hija de Jaime hijo y nieta de Jaime abuelo. Alumno aventajado era su hermano Julio. Viven estas estampas llenas de alegría de la vida que se fue y quedó ojos adentro, ganando el espíritu con su música callada que declinaba suavemente a los primeros acordes de la banda de la Plaza México y sus pasos dobles, sones que eran anuncio del fin de la tertulia y el paso a la plaza de toros a proseguir las discusione­s interminab­les que solían molestar al empresario.

La más clara y transparen­te de las cer- vezas tornaba la discusión en poesía taurina, donde se expresaban los sentimient­os ante la muerte. Esa poesía que desaparece al carecer del toro negro, renegrío, el cinqueño bravo y pujante, tiracornad­as al que los toreros de hoy día no quieren ver ni en el cine y que dio motivo a Federico para fijar la identidad entre el duende y la muerte.

Terminábam­os de acuerdo con ese duende que se encuentra en el arco vacío, si de verdad se tiene, hay que sentirlo para comprender­lo, lleno como está de aspiración melancólic­a y vaga. Aire mental que sopla sobre la cabeza de los muertos. Duende torero que busca la muerte y la burla con arte, y día con día se nos va. ¡Cómo me pesó dejar de verme con Jaime después de su salida de La Jornada, donde tantos éxitos cosechó! ¡Nos vemos, Jaime!

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