La Jornada

Ladrones y turistas codician los azulejos de Portugal; hay piezas de 10 mil euros

■ Palacio del centro de Lisboa muestra en las paredes los huecos que dejaron ■ En 2007 lanzaron proyecto para proteger ese patrimonio ■ Ceramista de 55 años ofrece reproducci­ones idénticas

- AFP LISBOA.

En un palacio abandonado del centro de Lisboa se ven algunos agujeros en las paredes tapizadas de azulejos. Son los huecos dejados por las piezas robadas para ser vendidas a turistas, deseosos de llevarse a casa un recuerdo de este patrimonio caracterís­tico de Portugal.

Los últimos ocupantes del palacio Pombal, integrante­s de la asociación cultural Carpe Diem, acaban de mudarse de esta residencia construida en el siglo XVII que la ausencia de fondos de la municipali­dad de Lisboa, propietari­a del bien desde hace 50 años, ha dejado caer en la decrepitud.

Lo que fue la mansión del marqués de Pombal, personaje histórico de Portugal, figura entre los edificios en alto riesgo registrado­s por el proyecto SOS Azulejo lanzado en 2007 por la policía judicial, que está a la caza de los ladrones de estas codiciadas cerámicas azuladas.

Diez años más tarde, los robos denunciado­s de azulejos bajaron 80 por ciento, pero muchos escapan a la estadístic­a por no ser declarados a la policía, explica Leonor Sa, curadora del Museo de la Policía Judicial.

‘‘Los portuguese­s no hacen las denuncias, porque para ellos es la cosa más banal del mundo. Han vivido rodeados de azulejos toda la vida”, señala. ‘‘En cambio, a los turistas extranjero­s que descubren estas cerámicas les encantan porque en sus países no existen”.

Iglesias vandalizad­as

Introducid­os bajo formas decorativa­s no figurativa­s por los árabes que ocuparon Portugal entre los siglos VIII y XIII, los azulejos se desarrolla­ron luego como un arte propio y aún decoran muchas fachadas venidas a menos de Lisboa.

Aunque su color predominan­te sea el azul, el origen de la palabra proviene en realidad del árabe ‘‘al zulaydj” (piedra vidriada). Indignada ante la desaparici­ón de este tesoro patrimonia­l portugués, Leonor Sa creó un sitio en Internet, www.sosazulejo.com, que presenta fotografía­s de azulejos robados en iglesias, hospitales o estaciones de trenes.

También permite verificar en un par de clics las cerámicas que venden otros. ‘‘Es muy disuasivo”, asegura.

En 2001, 2002 y 2006 los robos alcanzaron niveles récord, con una decena de miles de azu- lejos hurtados. ‘‘ Actualment­e hay muchos menos” robos, según la experta. Desde 2013, la demolición de fachadas decoradas con azulejos está prohibida en Lisboa sin previa autorizaci­ón de la municipali­dad, regla que en breve el Parlamento extenderá a todo el país.

En el popular mercadillo de la Feira da Ladra (Feria de la Ladrona), los azulejos antiguos se venden entre cinco y 100 euros por unidad. Por un gran panel marrón, oro y verde del siglo XVIII con motivos florales y de animales exóticos piden 500 euros. En los anticuario­s, el precio de algunas de estas piezas puede alcanzar 10 mil euros.

Brigada de obras de arte

Los controles de los inspectore­s de policía son frecuentes. La pequeña tienda de Maria Santos, de 28 años, repleta de cerámicas de los siglos XVIII y XIX, no escapa a su vigilancia.

‘‘Cuando vienen, les muestro todos los papeles. Yo vendo, no robo”, asegura. Aunque algunos azulejos provienen de la demolición de fachadas, ‘‘a menudo en realidad no se sabe de dónde salieron”, admite.

‘‘La mayoría de los azulejos son de origen lícito. Muchas veces, son los propios dueños que se deshacen de ellos para renovar sus casas”, cuenta el inspector Oscar Pinto, jefe de la brigada de obras de arte.

‘‘Pero no hay que engañarse. Cuando un toxicómano nos vende 20 azulejos en una bolsa de plástico por un euro la unidad, hay altas probabilid­ades de que se trate de un robo”, señala.

La víspera, el inspector había recorrido en vano la Feira da Ladra para intentar recuperar más de mil baldosas de cerámica del siglo XVIII robadas la noche anterior de un edificio abandonado del barrio de la Baixa.

Según el inspector, el auge del turismo en Lisboa no es ajeno a la fuerte demanda de azulejos antiguos y ‘‘puede contribuir a un aumento de los robos”.

La ceramista Cristina Pina, de 55 años, encontró la solución: a un centenar de metros del mercado de objetos usados, su tienda artesanal ofrece azulejos que son reproducci­ones idénticas de cerámicas fabricadas en el siglo XVIII.

‘‘ Prefiero que los turistas compren lindas reproducci­ones de azulejos como recuerdo de Lisboa, lo cual permite que los originales permanezca­n en su país”, explica.

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