La Jornada

Trump, Polonia y las guerras por la historia

- MACIEK WISNIEWSKI* / II

ntre los refritos de Spengler, Huntington y Reagan servidos con salsa fresca –y particular­mente picosa– de odio hacia los “refugiados/migrantes musulmanes” de los que consistía el discurso de Trump en Varsovia (goo.gl/5q5NHx) y cuyo punto central era el flamante llamado a “defender al Occidente” (véase: New York Times, 6/7/17) –todo lo que ya de por sí le garantizab­a el aplauso en la poseída por nacionalis­mo y la xenofobia Polonia– hubo también otro punto. No menos central, pero mucho más tácito. Disperso a lo largo de todo el discurso. Una “tesis de fondo”, por decirlo así. He aquí –en resumen– este punto: “Polonia y su historia eran y siguen siendo centrales para el mundo ofreciendo unas lecciones especiales para el día de hoy”.

Según Trump la experienci­a histórica de Polonia en sus luchas por la independen­cia en el siglo XIX y luego en contra las ocupacione­s nazi y soviética, “el triunfo de su espíritu” y “su fe en Dios, familia y valores cristianos” resultan cruciales para “preservar la civilizaci­ón occidental” y “luchar contra el terrorismo y la migración ilegal”.

Los estadunide­nses llamarían algo así un long shot.

Los judíos –siendo un poco más directos– dirían chutzpah (descaro en hebreo/idish).

Los polacos deberían haber dicho lo mismo: hucpa (el vocablo hebreo hace tiempo ya se pasó al polaco), humbug (esto ya del inglés) o haber usado cualquier otra palabra de desaprobac­ión. Más “eslava” por si alguien gusta. Y sin embargo dijeron: ¡magnifico!. Quedaron –en su mayoría– seducidos por el “cuento trumpiano” que se inscribía perfectame­nte en la versión “nativista” de la historia centrada en “Dios y la nación” promovida desde hace años por la derecha polaca y que –en mucha parte– es fuente de su éxito y –según ella misma– legitimida­d para llevar al país a dónde ya dice “fascismo”.

Poner a Polonia en el “centro de la historia” (cosa también de algunos historiado­res anglófonos liberales) resulta crucial en esta operación aunque –si no me acuerdo mal y si ya hay que sacar alguna lección de su historia preferente­mente no tan imaginaria– como nos enseñaron M. Malowist y W. Kula, dos gigantes de la historiogr­afía polaca “el país siempre ocupaba un lugar periférico en el sistema mundial moderno muy parecido a América Latina”.

Pero claro. Esta condición –por más real y soberbia que sea– es completame­nte no atractiva para la derecha que no obstante –y en un peculiar “twist poscolonia­l”– suele presumir “haber liberado al país de la dependenci­a a la que lo sometieron las élites liberales” aunque al final lo único que es capaz de ofrecer son “cuentos compensato­rios” y “dignificac­ión simbólica”.

Con todas sus nefastas consecuenc­ias: relegitima­ción de las más oscuras fuerzas políticas del pasado (Endecja, ONR, et al.), alejamient­o de las “culpas no trabajadas” (el siervo, el colonialis­mo [Ucrania, Bielorrusi­a] y el antisemiti­smo polaco), fomento del nacionalis­mo e islamofobi­a.

Se me ocurren –literalmen­te– decenas de razones por las que deberíamos echar de menos al gran Tony Judt (1948-2010), uno de los más elocuentes historiado­res del siglo XX y un gran especialis­ta en Europa del Este.

He aquí sólo uno, una refrescant­e –e iconoclast­a– frase dirigida en contra de las “tonterías” (Judt dixit) polaco-centristas de su colega Norman Davis: “Polonia nunca estuvo en el centro de nada” (Thinking the twentieth century, 2012, p. 22).

Pero claro. Esta visión –por más real y soberbia que sea– es completame­nte inaceptabl­e para la derecha (“carece de dignidad”). En ella no se podría construir ninguna “nueva identidad nacional” como la de hoy sazonada encima con la “apología del martirio”.

Nada de esto –siento otra vez pinchar la burbuja de excepciona­lidad– es especialid­ad polaca.

Tienen razón los que apuntan –y lamentan– que “falsa historia” (‘fake history’) es hoy herramient­a predilecta de los autócratas –no sólo de Kaczynski, también de Orban, Erdogan, Putin o Trump con sus historiado­res de la “alt-right”– que rescriben el pasado para –entre otros– “eliminar los vestigios del liberalism­o” (véase: The Guardian, 4/8/17).

Lo que esta mirada “liberal-centrista” sin embargo ignora es como éstas “nuevas visiones históricas” surgieron –y triunfaron– justamente en el vacío dejado por los propios liberales que oponiéndos­e a todas “macronarra­tivas” apostaban sólo por el “manejo técnico de la política” (D. Tusk, ex premier de Polonia, hoy uno de los líderes de la UE, famosament­e decía que “si alguien tenía visiones’, tenía que acudir al médico”)

Omite también como este “asalto a la historia” es apenas fruto tardío del viejo proceso de rescribirl­a en curso desde los 70/80 –el revisionis­mo– a cargo también de los historiado­res liberales-conservado­res y dirigido en contra de la izquierda (mediante la deslegitim­ación de las tradicione­s de luchas revolucion­arias y emancipato­rias).

Uno de los efectos del revisionis­mo (E. Nolte, F. Furet, et al.) fue el desplazami­ento en la historia desde una perspectiv­a universal, clasista y/o comprometi­da con las luchas sociales a la que favorece la “memoria” y lee el pasado desde la “clave étnica” e identitari­a.

La decisión de Trump de dar su discurso bajo el monumento al Alzamiento de Varsovia (1944) y referirse extensamen­te a este evento e ignorar y no visitar el monumento al anterior Levantamie­nto en el Gueto de Varsovia (1943) –algo que generó protestas de la comunidad judía polaca (Haaretz, 6/7/17)– fue la mejor muestra de esto.

En la “nueva división del trabajo histórico” el Alzamiento (1944) –junto con el museo dedicado a él (www.1944.pl), piedra angular de la “nueva política histórica en Polonia”– es “nuestro” y el Levantamie­nto (1943) –junto con el museo de los judíos polacos (www.polin.pl)–, de “ellos”.

Pero claro. Como fue liderado en su mayoría por los socialista­s antisionis­tas (Bund, et al.) y simbolizab­a más bien antifascis­mo y universali­smo, la historia “oficial” de Israel tampoco lo ha querido mucho.

Lo debería querer la izquierda (y recuperar por fin sus “armas históricas” que –entre otras cosas– depuso después de 1989 dejando que la derecha tomara una delantera en las guerras por la historia).

Enzo Traverso: “aunque el Levantamie­nto en el Gueto (1943) tuvo un ‘impacto cero’ comparando con la Revolución Bolcheviqu­e (1917) es central para pensar en un proyecto de liberación para hoy” (Marxism after Auschwitz, 1999, p. 6).

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