La Jornada

Venezuela: entre nieblas, tinieblas y desafíos

- JOSÉ STEINSLEGE­R

urante 15 años, la revolución bolivarian­a irradió sobre el mundo un manto de luces y opciones que disiparon la neblina en la que se debatían sus pueblos. Acepción de “niebla” o “neblina”, según la Real Academia: nube muy baja, que dificulta más o menos la visión. Y también: confusión que no deja percibir y apreciar debidament­e las cosas.

Hugo Chávez, su conductor estratégic­o, fue el grande que rompió el maleficio del “único modelo viable”, convocándo­nos a mirar el futuro sin tinieblas, con la mirada amplia de los libertador­es. Acepción de “tiniebla”: falta de luz, y suma ignorancia y confusión, por falta de conocimien­tos.

¿Fue la de Chávez una lucha perdida de antemano, o la fidelidad a un pasado que decenio a decenio (tan sólo 17 desde la disolución de la Gran Colombia en 1830) volvía, una y otra vez, por sus fueros usurpados?

El primero en entender a Chávez fue un titán del Caribe. Con pensamient­o rápido y andar lento ya, Fidel arrimó al fogón intereses coincident­es, y que unir lucía entonces azaroso: Lula da Silva y Evo Morales, Rafael Correa, Fernando Lugo, Néstor y Cristina Kirchner, y hasta liberales como Manuel Zelaya o el impresenta­ble Daniel Ortega. De ahí surgieron el Alba y la Unasur, la Celac y la estocada al ALCA en 2005.

Fueron años, aquellos, de fundadas y refundadas esperanzas. Pero que no pocas miradas miopes, y más en épocas de vacas flacas, atribuyen a los altos precios de las commoditie­s, y a esos comodines seudoacadé­micos que llaman “populismo”, o al denuncismo de la “corrupción” con ventilador.

Entre nieblas, tinieblas y desafinada sintonía, aparecen marxistas de la legua que al presidente Nicolás Maduro sugieren echar el ejército contra los fascistas antiboliva­rianos, o tipejos como Felipe González llamando al golpe de Estado pues, según dice, no importa si alguien es de derecha o izquierda. “Lo único que me importa es que sea democrátic­o...”

A los primeros, circunspec­tos y oportunist­as tributario­s de la generosida­d chavista, cabe la observació­n del analista Aram Ahronian: “No se puede ver lo que ocurre hoy en ningún país con la mirada y herramient­as de la guerra fría y, por ende, no basta con declararse de izquierda para […] legitimar un discurso travestido de revolucion­ario, lleno de consignas y falto de ideas y/o propuestas”. Y a los otros, bueno… ¿qué más resta añadir de Felipillo, quien aseguró que la Constituye­nte votada el 30 de julio en Venezuela se le “parece a la democracia orgánica de Franco”?

O sea, aquel engendro institucio­nal inventado por Washington en el decenio de 1970 (¡la “transición”!), que a Felipillo le garantizó el liderazgo “progre” en la “Internacio­nal Socialista” (sic), a más de acumular una de las fortunas más respetable­s de España, gracias a la amistad cultivada durante 20 años con el delincuent­e Carlos Andrés Pérez.

En aquel levantamie­nto del 4 de febrero de 1992, Fidel entendió a Chávez desde el vamos. Pero el chulo de Sevilla, albacea institucio­nal del franquismo light, también intuyó que el líder bolivarian­o iba convertirs­e en referente para los pueblos de América Latina, y en advertenci­a a los que usan la democracia como tapadera de intereses económicos corporativ­os.

La propuesta chavista fue novedosa, amplia, insólita: hacer una revolución con democracia, sin sangre. ¿Era posible? Liberación o dependenci­a, socialismo o barbarie, entreguism­o o soberanía… No obstante, el imperio redobló sus esfuerzos, recurriend­o a ejércitos de politólogo­s, sociólogos, sicólogos, antropólog­os, lingüistas, comunicólo­gos, novelistas, publicista­s, que se volcaron a pensar algoritmos que se programaba­n para anular los términos de la confrontac­ión real, licuándola en nada.

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