Venezuela: entre nieblas, tinieblas y desafíos
urante 15 años, la revolución bolivariana irradió sobre el mundo un manto de luces y opciones que disiparon la neblina en la que se debatían sus pueblos. Acepción de “niebla” o “neblina”, según la Real Academia: nube muy baja, que dificulta más o menos la visión. Y también: confusión que no deja percibir y apreciar debidamente las cosas.
Hugo Chávez, su conductor estratégico, fue el grande que rompió el maleficio del “único modelo viable”, convocándonos a mirar el futuro sin tinieblas, con la mirada amplia de los libertadores. Acepción de “tiniebla”: falta de luz, y suma ignorancia y confusión, por falta de conocimientos.
¿Fue la de Chávez una lucha perdida de antemano, o la fidelidad a un pasado que decenio a decenio (tan sólo 17 desde la disolución de la Gran Colombia en 1830) volvía, una y otra vez, por sus fueros usurpados?
El primero en entender a Chávez fue un titán del Caribe. Con pensamiento rápido y andar lento ya, Fidel arrimó al fogón intereses coincidentes, y que unir lucía entonces azaroso: Lula da Silva y Evo Morales, Rafael Correa, Fernando Lugo, Néstor y Cristina Kirchner, y hasta liberales como Manuel Zelaya o el impresentable Daniel Ortega. De ahí surgieron el Alba y la Unasur, la Celac y la estocada al ALCA en 2005.
Fueron años, aquellos, de fundadas y refundadas esperanzas. Pero que no pocas miradas miopes, y más en épocas de vacas flacas, atribuyen a los altos precios de las commodities, y a esos comodines seudoacadémicos que llaman “populismo”, o al denuncismo de la “corrupción” con ventilador.
Entre nieblas, tinieblas y desafinada sintonía, aparecen marxistas de la legua que al presidente Nicolás Maduro sugieren echar el ejército contra los fascistas antibolivarianos, o tipejos como Felipe González llamando al golpe de Estado pues, según dice, no importa si alguien es de derecha o izquierda. “Lo único que me importa es que sea democrático...”
A los primeros, circunspectos y oportunistas tributarios de la generosidad chavista, cabe la observación del analista Aram Ahronian: “No se puede ver lo que ocurre hoy en ningún país con la mirada y herramientas de la guerra fría y, por ende, no basta con declararse de izquierda para […] legitimar un discurso travestido de revolucionario, lleno de consignas y falto de ideas y/o propuestas”. Y a los otros, bueno… ¿qué más resta añadir de Felipillo, quien aseguró que la Constituyente votada el 30 de julio en Venezuela se le “parece a la democracia orgánica de Franco”?
O sea, aquel engendro institucional inventado por Washington en el decenio de 1970 (¡la “transición”!), que a Felipillo le garantizó el liderazgo “progre” en la “Internacional Socialista” (sic), a más de acumular una de las fortunas más respetables de España, gracias a la amistad cultivada durante 20 años con el delincuente Carlos Andrés Pérez.
En aquel levantamiento del 4 de febrero de 1992, Fidel entendió a Chávez desde el vamos. Pero el chulo de Sevilla, albacea institucional del franquismo light, también intuyó que el líder bolivariano iba convertirse en referente para los pueblos de América Latina, y en advertencia a los que usan la democracia como tapadera de intereses económicos corporativos.
La propuesta chavista fue novedosa, amplia, insólita: hacer una revolución con democracia, sin sangre. ¿Era posible? Liberación o dependencia, socialismo o barbarie, entreguismo o soberanía… No obstante, el imperio redobló sus esfuerzos, recurriendo a ejércitos de politólogos, sociólogos, sicólogos, antropólogos, lingüistas, comunicólogos, novelistas, publicistas, que se volcaron a pensar algoritmos que se programaban para anular los términos de la confrontación real, licuándola en nada.