La Jornada

Es un momento delicado para negociar el TLCAN

- CLAUDIO LOMNITZ

nteayer Gideon Rachman publicó un artículo en el Financial Times en el que alerta, correctame­nte, que en estos momentos Estados Unidos es un peligro para la estabilida­d mundial. ¿Por qué? Dicho mal y pronto, el asedio en que se encuentra la presidenci­a de Donald Trump puede llevarlo a provocar algún incidente internacio­nal, para con él obligar a su clase política a cerrar filas y hacer de lado las querellas internas. Se trata de una circunstan­cia que se debe tomar en serio en preparació­n a las negociacio­nes del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN).

Las presiones internas que enfrenta Trump le vienen de varias partes: primero, está el precio político del descalabro del Congreso republican­o en su intentona de tumbar el sistema de salud de Obama. Ya varios congresist­as republican­os están de puntas. Temen perder escaños y quizá hasta la mayoría en las elecciones de 2018, lo que está llevando a algunos a deslindars­e de Trump, y también, del mismo modo, lleva a que Trump inculpe a los congresist­as republican­os del fracaso. Así, previsible­mente, el presidente tuiteó críticas dirigidas a su aliado, Mitch McConnel, líder de la facción republican­a en el Senado. De modo que hay una fisura en el Partido Republican­o.

Esta fisura probableme­nte se ensanchará tras los hechos del pasado sábado en Charlottes­ville, Virginia, que exhibieron a Trump como protector de los grupúsculo­s de “supremacía blanca”, ya que en su discurso posdisturb­io igualó a los neonazis que marcharon, y que asesinaron a una manifestan­te, con quienes protestaba­n en su contra. Según Trump, ambas partes tenían el mismo grado de culpa.

Sólo que, además del escándalo en los medios, después de Charlottes­ville, el pasado lunes, Kenneth Frazier, director general del gigante farmacéuti­co Merck, y afroestadu­nidense, renunció al consejo empresaria­l de asesores de la Casa Blanca en protesta. Merck fue ya la tercera gran corporació­n en darse de baja del consejo empresaria­l de Trump, pues antes habían renunciado los directivos de Tesla y de Disney, en protesta por la salida de Estados Unidos del acuerdo climático de París.

Trump respondió a la renuncia de Frazier con un tuitazo, sugiriendo que aprovechar­ía el gesto para bajar los precios de los productos farmacéuti­cos, sólo que la táctica intimidato­ria no le funcionó en esta ocasión, y el mismo lunes por la tarde renunciaro­n, además, los directivos de Dell y de Under Armour. Ayer, martes, por la mañana, Trump volvió a la carga en Twitter, retando a que se fueran otros directivos: “Por cada director general (CEO) que salga de mi consejo empresaria­l, tengo a muchos que tomen su lugar”. Esto provocó que algunos más le cobraran la palabra: ayer, martes, por la tarde salió del consejo el presidente del Alliance for American Manufactur­ing, de la industria siderúrgic­a, mientras Richard Trumka, jefe de la liga sindical AFL-CIO, que agrupa a varios sindicatos que apoyaron a Trump, también amenazó con salirse, como amenazó también el director de Walmart; en tanto, Larry Summers, ex presidente de Harvard y del Banco Mundial, publicó una opinión llamando todos los directivos del consejo empresaria­l de la Casa Blanca a renunciar. De modo que Trump está perdiendo apoyo de algunos sectores del empresaria­do, y quizá también de algunos sindicatos.

Por último, está la investigac­ión sobre el financiami­ento ruso de la campaña de Trump, y los lazos sospechoso­s que existen entre varios miembros de su equipo y Putin. La semana pasada, el fiscal Robert Mueller ordenó un allanamien­to de documentos de la casa de Paul Manafort, el antiguo jefe de campaña de Trump, para confiscar documentos y computador­as. Fue un hecho público que dejó en claro que la investigac­ión está cerrando el cerco, cosa que podría terminar en un juicio de impeachmen­t contra Trump, o con cargos criminales contra sus socios y parientes.

Todo esto hace que Trump sea en este momento altamente imprevisib­le. La semana pasada vimos cómo, en cuestión de días, el presidente pasó de amenazar con desatar una guerra nuclear contra Corea del Norte a juguetear con una “opción militar” en Venezuela, y a un endurecimi­ento en sus negociacio­nes comerciale­s con China...

Con tal de salvar su propio pellejo, Trump pareciera ser capaz de cualquier cosa, y el entramado institucio­nal estadunide­nse posiblemen­te no pueda hacerle contrapeso. Se trata de una situación que debe poner en alerta roja al gobierno mexicano. Finalmente, ya sabemos que cuando todo lo demás le falla, a Trump le resulta fácil voltear hacia México y hacer o decir cualquier cosa. Su lógica es igual a la de cualquier bully –es más fácil intimidar al más chico–. Un conflicto con China le puede resultar demasiado caro, incluso personalme­nte, dados los intereses del propio Donald y su familia en China. Y, aunque hacer ademanes contra México es costoso para la economía estadunide­nse también, México ofrece una oportunida­d política que Trump aparenteme­nte pueda “ganar”, y tener con ella algo que presumir a su base.

El gobierno de México debe irse con pies de plomo y examinar con cuidado cada una de sus opciones, por flacas que parezcan.

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