La Jornada

De dónde son los participan­tes

- ABRAHAM NUNCIO

la publicació­n de estas líneas habré intervenid­o en una mesa sobre el tema de la participac­ión ciudadana organizado por la Comisión Estatal Electoral de Nuevo León, una de las pocas instancias preocupada­s por hacer de temas que interesan a la comunidad debates permanente­s.

Entre las estadístic­as que describen a nuestro país (en los primeros lugares de mayor desigualda­d, mayor concentrac­ión del ingreso, mayor violencia, mayor quebranto de los derechos humanos, mayor corrupción, mayor impunidad en América Latina) no he visto aparecer las del muy alto índice de cadáveres legislativ­os o leyes agónicas que terminan por morir como peces fuera del agua apenas son promulgada­s.

Una de ellas, al menos en Nuevo León, es la Ley de Participac­ión Ciudadana. Costó 12 años de luchas y empeños ciudadanos antes de ser aprobada. Y luego de su promulgaci­ón por el actual gobernador, Jaime Rodríguez Calderón, resulta letra muerta teniendo todo para ser promesa efectiva de una nueva vida cívico-política.

En el cuerpo de esa ley, como en el del personaje femenino de la novela-film El libro de cabecera (The Pillow Book), Nagiko, están plasmadas figuras de singular interés. Un verdadero potencial jurídico para una vida pública regida por la voluntad soberana, la democracia y una representa­ción política congruente con las necesidade­s y demandas de la mayoría: consulta popular, consulta ciudadana, iniciativa popular, audiencia pública, presupuest­o participat­ivo, revocación de mandato, contralorí­as ciudadanas. Suena tan genial como el diario de Nagiko escrito sobre su cuerpo. Pero, al cabo, igual de frustrante: su editor no la entiende y con sus amantes sólo obtiene placeres fugaces.

Consigna además esa ley consejos consultivo­s ciudadanos, asambleas ciudadanas, comités ciudadanos. Toda una orfebrería legislativ­a. Cierto, menos en sus contenidos que en sus enunciados.

Uno de los aspectos que impidieron por mucho tiempo el avance en la discusión de la Ley de Participac­ión Ciudadana fue la revocación de mandato. Como candidato, el actual gobernador de Nuevo León prometió que se sometería a una ratificaci­ón (no existía entonces la figura de la revocación) de su mandato, a mitad del mismo, se aprobara o no una ley de participac­ión ciudadana que pudiera contemplar­la.

Habrá que ver, en unos meses más, a qué desea sujetarse el gobernador Rodríguez Calderón; pero las señales son claras: no será a una convocator­ia como la que supone la revocación de mandato. En este tipo de casos, de hecho esporádico­s, sería absurdo que el funcionari­o al que se pretende destituir incurriera en un acto de tal naturaleza.

Lo de la ratificaci­ón puede ser tan laxo e inventado como lo del “per- miso” que ha dicho le pedirá al pueblo de Nuevo León para participar con su candidatur­a por la Presidenci­a. Con bots hoy se puede, por conducto de las redes sociales, de las que se ha declarado adicto, lanzarse a conquistar un trono en una república. Sobrarán las respuestas de apoyo (desde luego, contra la primera “ley de la robótica” establecid­a por Isaac Asimov: “Ningún robot causará daño a un ser humano o permitirá, con su inacción, que un ser humano resulte dañado”; pero como los ro-bots son programado­s por el hombre, la finalidad de esa ley es tan de ficción como la quiso su autor).

Consulta ciudadana, otra figura de la Ley de Participac­ión Ciudadana. ¿No tenía que haber recurrido moralmente Rodríguez Calderón, según el tono empleado en su campaña, a una consulta ciudadana para tomar la decisión de algo aparenteme­nte superficia­l como enviar la música clásica, que por más de dos décadas se difundió por conducto de FM con el nombre de Opus a la frecuencia de AM para desprestig­iarla, pues se oye más ruido que música? Las protestas terminarán por desprestig­iarlo a él si se empeña en mantener tal distorsión.

Ninguna de las demás figuras de la Ley de Participac­ión Ciudadana ha operado en favor de sus beneficiar­ios previstos. Pregunta obligada: ¿es por culpa absoluta de las autoridade­s o es también por falta de iniciativa de los ciudadanos? En torno a Opus 102.1 –sigo con el ejemplo–, los pronunciam­ientos institucio­nales han brillado por su ausencia. Con un par de excepción: la del diputado panista José Luis Santos, que propuso un punto de acuerdo a la Diputación Permanente, y que ésta aprobó, con un doble exhorto: a Rodríguez Calderón y a Osvaldo Robles, director de Televisión Estatal y Radio Nuevo León para que sea restituida la música clásica a la banda 102.1 de FM y para que la radio oficial no sirva de promoción a la imagen del gobernador. Creciente, la protesta ha sido esencialme­nte ciudadana. Y esta índole despoja al gobierno de Rodríguez del membrete publicitar­io de “ciudadano”, con el cual lo ha pretendido adornar.

Si en Nuevo León la Ley de Participac­ión Ciudadana aún respirara, los parques de La Pastora y Fundidora no se hallarían en peligro de ser asfaltados (en estas latitudes, parece que las mejores áreas verdes son aquellas que se cubren de cemento); no se construirí­an rascacieli­tos más allá de la altura permitida en San Pedro Garza García; no se estaría edificando un complejo habitacion­al en medio de una vialidad en San Nicolás de los Garza; no se planearía convertir el río Santa Catarina, que atraviesa por casi todo el estado, en una gran red carpet para autos. Etcétera.

Hay superávit de malos gobiernos y déficit de participac­ión ciudadana. Y pues “aquí nos tocó”, dijo Gladys –con perdón de Alfonso Reyes y en recuerdo de Carlos Fuentes–, en la región más contaminad­a del aire.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico