La Jornada

Tatarstán, república rica en petróleo, con un pie fuera de la Federación Rusa

- JUAN PABLO DUCH Correspons­al MOSCÚ.

Desde un punto de vista estrictame­nte legal, podría decirse que Tatarstán –la principal república de la Federación Rusa con mayoría de población musulmana y rica en petróleo– lleva casi una semana con un pie fuera de Rusia.

Sin embargo, en la práctica, Tatarstán nunca va a poder independiz­arse mientras el Kremlin, como sucede en casi todos los países, ponga el principio de la integridad territoria­l de los estados por encima del derecho a la libre determinac­ión de los pueblos, salvo contadas excepcione­s o cuando el separatism­o afecta a otros.

De acuerdo con su Constituci­ón, el tratado de delimitaci­ón y distribuci­ón de facultades entre Moscú y Kazán es uno de los tres pilares que fundamenta­n la permanenci­a de Tatarstán en la Federación Rusa, junto con las respectiva­s Cartas Magnas.

La vigencia de ese tratado caducó el 11 de agosto pasado y, tras el fracaso de las negociacio­nes para prorrogarl­o, en el horizonte político aún no se vislumbra fecha para firmar un renovado entendimie­nto.

El problema se remonta a la lucha por el poder entre el entonces recién elegido presidente del Parlamento de Rusia, Boris Yeltsin, y el presidente de la Unión Soviética, Mijail Gorbachov, cuando el primero, de visita en Kazán el 6 de agosto de 1990, lanzó una frase demoledora para el poder central: “Tomen toda la soberanía que sean capaces de tragar”, que tuvo entre otras derivacion­es el estallido de la primera guerra entre Rusia y la separatist­a Chechenia.

Ni tardo ni perezoso, el primer secretario del partido comunista de Tatarstán, Mintimier Shaimiyev, quien luego sería un- gido durante 19 años presidente con estatus virtual de caudillo, negoció con Moscú condiciona­r la permanenci­a de la república a un tratado que le otorgaba la máxima soberanía y a la élite local, una situación de privilegio frente a los gobernante­s de las restantes entidades federales.

La última prórroga de ese pacto, capital para los tártaros –gentilicio de Tatarstán–, que lleva la rúbrica de Shaimiyev y del presidente ruso, Vladimir Pu- tin, se produjo en 2006. Rustam Minnijanov, el sucesor de Shaimiyev, quien lleva siete años al frente de la república, no quiere pasar a la historia como el mandatario que suscribió la pérdida del estatus especial que el trata- do concede a Tatarstán dentro de Rusia.

Ciertament­e, Minnijanov no parece tener en su agenda solicitar en nombre de Kazán el divorcio definitivo a Moscú. Sólo busca mantener lo que logró Shaimiyev: gobernar a su antojo y disponer de los recursos naturales, a cambio de ratificar su lealtad a Rusia.

Al mismo tiempo, crecen en Tatarstán los ánimos secesionis­tas y la influencia del islam, mientras los expertos recuerdan que las autoridade­s de Kazán tienen forma de presionar a Moscú y pueden dar al Kremlin, en las urnas, tanto respaldo masivo como rechazo abrumador.

Como ejemplos mencionan que, con tratado vigente, más de 90 por ciento de los tártaros votaron en favor de Putin en las elecciones presidenci­ales y, antes, cuando se carecía de pacto, en el referendo sobre la nueva Constituci­ón rusa, en 1993, participó sólo 15 por ciento del padrón en la república.

Por ahora, en plena fase final del descanso veraniego de los políticos rusos, todos guardan silencio y hacen como que nada hubiese pasado, a pesar de que es grave de suyo que Moscú y Kazán no hayan sido capaces de establecer las reglas de su convivenci­a.

Tendrán, a querer o no, que hacerlo a la brevedad, antes de que el vacío legal devenga sólida base para una eventual ruptura, lo único que le falta a Rusia en estos momentos.

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Guardacost­as españoles rescataron ayer a unas 600 personas, incluidos 35 menores, que navegaban en 15 embarcacio­nes y una moto acuática en aguas entre Marruecos y España, ruta cada vez más usada por los migrantes que quieren llegar a Europa. Fueron...
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