El mundo de Quanzhou
arado en Pudong, área de Shanghai donde se localiza el trepidante y no del todo funcional aeropuerto internacional de la gran metrópoli –construido sin mayores aspavientos en apenas un año y objeto de constantes renovaciones y ampliaciones–, por la cancelación de un vuelo de medianoche a Europa, gozo de un ocio inesperado que dedico a glosar el seminario sobre gobernanza global del BRICS en Quanzhou, al que acudí del 16 al 20 de agosto. Debe saberse, primero, que el BRICS aún existe, a pesar de los designios de ciertos rivales del norte y algunos malquerientes del sur, entre los que México ha solido contarse. Por si se ha olvidado, recordemos que lo forman Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica: un tercio de la economía mundial. Nadie ignora que está en problemas, a cuenta, entre otras, de las renovadas diferencias sino-indias, no exentas de “ruidos en las fronteras”, y por el polémico papel de Putin en varios de los temas globales del momento. El BRICS celebrará en dos semanas, a principios de septiembre, su cumbre anual: el presidente Xi recibirá en Xiamen, sobre la costa oriental del estrecho de Formosa, a sus colegas Putin, Modi, Zuma y Temer. (La presencia de este último, que usurpa el lugar que corresponde a Dilma Rousseff, es una de varias cuestiones lamentables de la evolución de un quinteto en el que coincidieron figuras de la talla de Lula, Mbeki y Singh.) El BRICS se reúne ahora en una de las coyunturas más revueltas, confusas e inciertas de los tiempos recientes, cuando han vuelto a escucharse los tambores de la guerra, batidos a golpe de tuits apocalípticos provenientes de la Casa Blanca y de bravatas diversas provenientes de Pyongyang.
Con disciplina inesperada, dadas las circunstancias, el seminario de Quanzhou se dedicó a desahogar una agenda que parecía diseñada para otro planeta o, cuando menos, para una coyuntura muy diferente. Fue en los intercambios informales en los que se repasó la convulsionada actualidad. Bannon fue el personaje más discutido y la península de Corea, el escenario que más atrajo la atención.
Casi nadie opinó que la salida del estratega mayor de la Casa Blanca –confirmatoria de la elevadísima tasa de mortalidad perinatal, si así puede decirse, de los altos funcionarios del gobierno de Trump, que tienen dificultades para sobrevivir nueve meses– presagiará el cambio de rumbo que todo mundo espera. Nadie declaró l temor al entender bien qué había pasado y cuáles habían sido los roles respectivos de los rivales declarados de Bannon en la Casa Blanca. Desde el consejero de seguridad nacional, general McMaster –que prefiere ser él quien dicte los términos del enfrentamiento con Norcorea– hasta Gary Cohn, antiguo ejecutivo de Goldman Sachs (GS) y presidente del Consejo Económico Nacional –que busca conciliar el primitivismo mercantilista de Trump con la globalización financiera que GS promueve. Lo único claro es que la salida de Bannon fue aún más turbia que su llegada a la campaña, en medio de un atolladero. De regreso en Breitbart News, Bannon puede ser un formidable oponente a las intenciones releccionistas de Trump si éste no sigue la línea dura de la alt-right que él propone y de la que se considera sumo pontífice.
La situación en la península de Corea fue vista como la más severa amenaza para la paz y la seguridad internacionales desde la crisis de los misiles hace más de medio siglo. Se sabe de la agudización del debate en Washington entre quienes proponen un “golpe preventivo” y quienes advierten de sus terribles consecuencias en los países vecinos, Surcorea y Japón en primer término. El argumento de que no puede contemplarse la perspectiva de una Norcorea poseedora de armas nucleares, dada la impredectibilidad de las acciones de su líder, ha perdido mucho lustre cuando Trump presume de ser impredecible. La diferencia que aún distingue a Kim de Trump no es que uno sea más errático que otro, sino que éste se halla sujeto a los equilibrios y contrapesos de un sistema democrático. El desarme nuclear de la península se vuelve más remoto mientras Estados