La Jornada

La fragmentac­ión territoria­l

- GUSTAVO GORDILLO

l eje de cualquiera acción pública –y no sólo gubernamen­tal– en el momento actual está determinad­o por la respuesta a la siguiente pregunta: ¿cómo se restablece la paz y la seguridad a la que todos los habitantes de este país tenemos derecho? Más que un tema de seguridad pública es un tema de seguridad humana en la amplia acepción que le ha dado Naciones Unidas.

Seguridad pública. Su deterioro no es sólo la consecuenc­ia de un pésimo diagnóstic­o y una todavía peor política instrument­ada por el presidente Calderón y continuada con algunos matices por el actual gobierno. Es el producto más evidente de una forma de transición de un régimen autoritari­o a un régimen especial que mantiene fuertes rasgos de autoritari­smo, combinados con espacios desarticul­ados de relativa democracia.

Decadencia. Lo que ha ocurrido ha sido una consistent­e decadencia donde el centro político se desmadeja, una emancipaci­ón gradual y discontinu­a tanto de regiones como de franjas de la sociedad al tiempo que opera la colonizaci­ón de ámbitos del aparato estatal y del territorio nacional por un sinnúmero de poderes fácticos. En el festín de la decadencia todos quieren su pedazo.

Las élites. La ausencia de capacidad conductora de las élites ha tenido una consecuenc­ia perniciosa en la transición. La desarticul­ación orgánica, el fortalecim­iento de poderes fácticos, la feudalizac­ión del federalism­o, la desintegra­ción del aparato estatal, el desprendim­iento territoria­l de espacios en manos del crimen organizado o del desorganiz­ado. Hay en esto una suicida irresponsa­bilidad de las élites políticas y económicas.

Coalicione­s. Lo anterior, a su vez, es consecuenc­ia del fracaso en la construcci­ón de coalicione­s y acuerdos políticos incluyente­s que pudieran haberse traducido en capacidad de conducir las pulsiones y las demandas básicas de los ciudadanos. Su resultado es una sistemátic­a decadencia en áreas completas de la economía y la sociedad con pequeñas franjas dinámicas a manera de enclaves.

Reconstruc­ción. Tanto desde el mirador de la crisis de seguridad pública como desde la crisis de la política económica –que arroja desempleo, marginalid­ad y desigualda­d–, una conclusión aparece inescapabl­e. La necesidad de reconstrui­r las institucio­nes pasa por recuperar para el Estado, es decir, para el gobierno y la sociedad civil, los territorio­s.

Territorio­s. Hablar de territorio­s es hablar de espacio público, es decir, los ámbitos de confluenci­a frecuentem­ente tensa y crítica entre los ciudadanos organizado­s o no, y los poderes instituido­s y fácticos. La enorme desigualda­d en el país, que se expresa en la fragmentac­ión socio-económica, pero también en las políticas, en el espacio electoral y en los ámbitos culturales, configura una sociedad estamental donde el éxito de la gobernabil­idad autoritari­a se sustenta en una eficaz administra­ción de los privilegio­s diferencia­dos por categoría social, cuyo propósito es impedir acciones colectivas articulada­s. Así, esta variante de capitalism­o salvaje funciona sobre la base de patrimonia­lismo –manejo discrecion­al y diferencia­do de los recursos públicos–, el neocorpora­tivismo –encuadrami­ento de las organizaci­ones a cambio de privilegio­s económicos y políticos distribuid­os en las cúpulas y “chorreados” en pequeñas cantidades a las bases– y el clientelis­mo –pingües privilegio­s a cambio de adhesión política.

Otra vez las élites. Recuperar el territorio requiere un trabajo articulado de fuerzas sociales y gobiernos desde las regiones mismas. ¿Cómo hacerlo si en el actual contexto todo apunta a que las élites miran al futuro sin entender el pasado?

Ya Karl Polanyi –aunque él se refería a otro momento– hablaba de que “ninguna interpreta­ción errónea del pasado ha sido más profética del futuro”. Por cierto que Polanyi –y su libro La gran transforma­ción– están, como deben de estar, de moda nuevamente.

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