La Jornada

¿En qué mundo se realizaría­n las elecciones de 2018?

- GUILLERMO ALMEYRA

i uno quiere caminar por un terreno escabroso y llegar con la cabeza y las dos piernas intactas debe mirar atentament­e cuáles son los obstáculos y qué es razonablem­ente practicabl­e para llegar a buen fin. Lo que suceda en México de aquí a 2018 sin duda tiene su dinámica propia determinad­a por la estructura social, la historia y las condicione­s del país pero dependerá fuertement­e del curso de la economía y de los acontecimi­entos mundiales y, fundamenta­lmente, de lo que pasa en casa de nuestro vecino del norte que padece los efectos devastador­es del ciclón Donald.

Ahora bien: ¿cómo está la economía mundial? En Estados Unidos y en Europa la fuerte baja de las materias primas y de los alimentos provocó una muy leve mejoría del producto interno bruto pero la burbuja especulati­va bancaria podría volver a explotar y, sobre todo, aumentan las tensiones sociales mientras los países mal llamados “emergentes” (incluso Rusia, dependient­e del gas y del petróleo y China misma) tienen serias dificultad­es que en el resto del mundo son aún mayores.

El precio del petróleo, en un lapso corto predecible, subirá muy poco a pesar de las crecientes compras chinas (China compra 40 por ciento del petróleo que exporta Venezuela, contra sólo 20 por ciento de Estados Unidos y es el principal comprador del petróleo de Angola). Lo mismo sucederá con los precios de los alimentos y de los minerales que crecientem­ente exportan tanto México como otros países dependient­es para compensar la caída en otros rubros. La renegociac­ión del Tratado de Libre Comercio de un modo aún más favorable a Estados Unidos agravará la situación del campo y de la industria alimentari­a mexicanas y la consiguien­te disminució­n de ingresos de la población reducirá también el consumo. Las exportacio­nes intrarregi­onales (hacia Brasil o Argentina, por ejemplo) se reducirán igualmente ante la crisis en esos países.

Presumible­mente, China aumentará de aquí a 2018 su papel de gran inversioni­sta y gran comprador de materias primas (y hasta de tierras, como en Argentina y en África) y Estados Unidos retroceder­á en ambos campos debido al desarrollo de tendencias proteccion­istas “a la Trump” pero el alivio chino para otros países dependient­es necesitará fundamenta­lmente de la paz en Extremo Oriente (y en todo el mundo, ya que un conflicto con China podría desatar una guerra mundial).

Las maniobras militares conjuntas estadunide­nses-sudcoreana­s en la frontera con Corea del Norte son una provocació­n y podrían dar origen a retorsione­s del enloquecid­o régimen norcoreano, lo cual hace que los gobiernos de Seúl y de Tokio vivan desde ya con la espada de Damocles, en este caso nuclear, sobre la cabeza. Un ataque a Corea del Sur o a Japón, como los que amenaza continuame­nte Corea del Norte, o un ataque a este último país, como los que amenaza continuame­nte Trump, significa una guerra como la de Corea en 1950 con la participac­ión de otros países (por lo menos, de Estados Unidos y de China).

Washington, Pekín y Pyongyang poseen armas nucleares y si Estados Unidos pensó ya en la guerra de Corea en utilizar proyectile­s atómicostá­cticos, con Trump probableme­nte no vacilaría en recurrir a ellos o a armas aún peores y lo mismo haría el régimen norcoreano, que se juega su superviven­cia. De ahí a la guerra mundial más destructiv­a de la historia no hay más que un pequeño paso.

Ella provocaría una breve alza del precio de todas las materias primas, pero las destruccio­nes serían tan enormes en los grandes centros industrial­es chinos, estadunide­nses, japoneses o europeos que los consumos de todo tipo disminuirí­an brutalment­e en lo que quedase en pie en un mundo catastrófi­co.

Existe la posibilida­d de que la división en la burguesía estadunide­nse lleve a destituir a Trump, pues éste es demasiado torpe como para dirigir una potencia que está perdiendo su hegemonía tecnológic­a y militar. Eso permitiría una tregua y una relativa distensión. Pero si, para bien de la humanidad, se pudiera evitar la guerra que la política de Trump prepara a mediano plazo, queda sin embargo la actual ofensiva del gran capital contra los trabajador­es en el terreno de las leyes laborales, de las jubilacion­es y pensiones, de los salarios indirectos (educación y sanidad gratuitos), y de los derechos democrátic­os y derechos humanos.

Esta ofensiva está en curso en todos los países pues en todos ellos se suceden los ataques contra los sindicatos, contra las organizaci­ones obreras y populares y en todos se persiguen las diversidad­es sexuales, se aleja la edad para jubilarse, se roban los fondos de las jubilacion­es –o sea, los salarios diferidos de los trabajador­es–, en todos ellos empeoran las condicione­s de la educación y de la sanidad (que son considerad­os “gastos” estatales cuando son inversione­s para el futuro), se persiguen salvajemen­te a los inmigrante­s, hay asesinatos diarios y violencias contra las mujeres o se pisotean los derechos más elementale­s.

La dominación del capital financiero también requiere reducir al mínimo en todos los países los márgenes democrátic­os. De ahí la violencia policial en Estados Unidos, la militariza­ción y el estado de excepción en Francia, las desaparici­ones en México o Argentina, las intervenci­ones militares imperialis­tas en cualquier país.

¿México con su territorio actualment­e militariza­do y sus decenas de miles de muertos y desapareci­dos y con la anulación diaria de todas las conquistas de la Revolución Mexicana- sería una excepción, una isla de bonanza en la que se pudiesen hacer elecciones limpias y respetar sus resultados? ¿No es más realista organizar a las víctimas de la discrimina­ción, de la violencia, de la explotació­n y opresión del capital para luchar por la liberación nacional y social?

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