La Jornada

Aquí sigo

- CARLOS BONFIL

e quedo contigo. Los 19 ancianos que protagoniz­an Aquí sigo, el documental más reciente del fotógrafo y cineasta mexicano Lorenzo Hagerman (0.56%, ¿qué le pasó a México?, 2010 y H2Omx, 2014), tienen todos en promedio 90 años, algunos son incluso centenario­s, y cada uno manifiesta el mismo fervor por la vida y una capacidad de asombro inagotable. El realizador los filma en seis países diferentes (México, Costa Rica, Italia, España, Canadá y Japón), a partir de media docena de ejes temáticos sugeridos y elocuentes: la relación de los entrevista­dos con las nociones del amor y el trabajo, los sueños y el placer de la comida, la comprensió­n del tiempo y el presentimi­ento y aceptación de la muerte. El tono del documental es optimista; en ocasiones picaresco y alegre, siempre en las antípodas de ficciones realistas tan sombrías como las que una parte del cine mexicano reciente ha elegido para abordar un tema tan difícil, desde El comienzo del tiempo, de Bernardo Arellano, donde una pareja de ancianos debe añadir al drama de la pérdida de sus pensiones la incomprens­ión y mezquindad moral de sus seres más cercanos, hasta relatos de un pesimismo radical apenas atenuado por la generosida­d de algunos seres queridos, como No quiero dormir sola, de Natalia Beristáin; Martha, de Marcelino Islas o Las horas contigo, de Catalina Aguilar Mastretta.

Lo que emprende Lorenzo Hagerman es algo venturosam­ente más festivo. Con trazos rápidos y firmes, el documental­ista (responsabl­e a la vez de la edición, el guión y la fotografía del filme) elabora un mosaico de voces y actitudes que, de un país a otro, en cortes muy rápidos, coinciden todas en la afirmación vitalista que contempla la vejez no como un extravío inevitable, sino como el punto de arribo a una sabia serenidad apenas vislumbrad­a en los tiempos despreocup­ados de la juventud. Balbino Cabrera Cabrera, de 90 años, un campesino jovial y dicharache­ro, refiere sus viejos tiempos de seductor irresistib­le, el encuentro con la compañera de tantos años (“ya le andaba por quererme”), su asombro frente a tantos “jovencitos viejos y aburridos” que con su apatía han elegido, sin saberlo, jubilarse desde ahora del entusiasmo. Lo suyo ha sido y sigue siendo muy distinto: en el trabajo ininterrum­pido y gozoso ubica la clave de su longevidad y, como a otros entrevista­dos, ya le apura llegar a los 100 años.

Hay en casi todos los personajes de Aquí sigo un gusto parecido por la música y el canto, por los placeres de la mesa y el vino (“aunque sólo sea para verlo”), también el deseo de siempre aprender algo nuevo (porque “el día es largo y hay que pasarlo lo mejor posible” y porque a la mente hay que tenerla siempre en movimiento). Así, entre las ceremonias de la vejez alegre figura, en Cerdeña, colocar la pasta como una reina de la mesa y rendirle el merecido tributo diario. Un anciano catalán de 95 años sentencia sin amargura: “El futuro ya me ha pasado” y se las ingenia para aprovechar cabalmente todo su tiempo libre. El quebequens­e Daniel, de 86 años, vive dichoso a lado de Isabelle, su mujer que pronto cumplirá 101 y que no ha perdido un ápice de vitalidad y lucidez, como lo manifiesta en su fiesta campestre de aniversari­o, en la mesa redonda de cómplices nonagenari­os que desmienten cualquier sospecha de senilidad o de capitulaci­ón del orgullo. ¿Enfermedad­es? En el documental de Hagerman prácticame­nte no existen. Los personajes las mantienen a raya con su actitud o con su buena suerte. La costarrice­nse Primitiva Ruíz, de 91 años, es al respecto tajante cuando afirma con sorna: “La única enfermedad mía, si usted quiere saberlo, fue haber parido a 11 hijos de puta”. A muchos de los cuales habrá posiblemen­te sobrevivid­o.

Los testimonio­s que recoge el cineasta son relatos de vida comprimido­s, siempre sobrios y muy dignos, jamás tentados por la autoconmis­eración ni por la queja amarga. Los hijos son aquí los grandes ausentes, como si los rituales y obligacion­es de la procreació­n fueran algo secundario, y la vida plena de cada personaje hubiera empezado en realidad a partir de los 70 años. Todo eso lo refiere Lorenzo Hagerman, sin ningún protagonis­mo, cediéndole a sus entrevista­dos toda la palabra, de tal suerte que cada protagonis­ta parece dirigirse directamen­te a esos espectador­es a los que ha sobrevivid­o para comunicarl­es los múltiples goces de la edad madura; de modo muy especial, a todos aquellos que, por tranquilid­ad o miedo, prefieren ignorarlos.

Aquí sigo se exhibe en la Cineteca Nacional y en salas comerciale­s.

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