La Jornada

GUATEMALA:

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l presidente guatemalte­co, Jimmy Morales, realizó ayer un intento de cortar de raíz las investigac­iones por sus presuntos actos de corrupción y emitió una orden para expulsar de inmediato del país al abogado colombiano Iván Velásquez, titular de la Comisión Internacio­nal Contra la Impunidad en Guatemala (Cicig), quien el viernes pasado respaldó la petición formulada por la fiscal general del país vecino, Thelma Aldana, de retirar la inmunidad al mandatario (antejuicio) para investigar­lo por financiami­ento electoral ilícito.

Las reacciones a la medida presidenci­al fueron abrumadora­s y por completo adversas a Morales. La opinión pública la rechazó en forma casi unánime, el episodio provocó una crisis de gabinete (el ministro de Relaciones Exteriores fue destituido por negarse a cumplir la orden de expulsión y la ministra de Salud –entre otros funcionari­os– renunció a su cargo por estar en desacuerdo con ella). Diversos sectores salieron a las calles a expresar su respaldo a Velásquez y su repudio al presidente; varios organismos internacio­nales (empezando por la propia Organizaci­ón de las Naciones Unidas, ONU, y la Comisión Interameri­cana de Derechos Humanos), así como los gobiernos que patrocinan la Cicig rechazaron la medida y, de puntilla, la Corte de Constituci­onalidad (CC) suspendió de inmediato la orden de sacar a Velásquez.

En suma, al declarar persona no grata al abogado colombiano, Jimmy Morales parece haber dado un paso en dirección del suicidio político: si lograra, pese a todo, forzar la salida del país del comisionad­o, habrá perdido toda legitimida­d y credibilid­ad; si, en cambio, Velásquez consigue proseguir su tarea en Guatemala, el antejuicio al mandatario parece inevitable y podría desembocar en imputacion­es penales, la destitució­n y la cárcel.

No está de más recordar que el actual mandatario llegó a la presidenci­a a finales de 2015 como culminació­n del impugnado proceso electoral que tuvo lugar tras la caída de Otto Pérez Molina, quien fue juzgado y encarcelad­o por corrupción junto con su vicepresid­enta, Roxana Baldetti, gracias a la labor de esclarecim­iento de la Cicig, y tras intensas movilizaci­ones sociales. Sin experienci­a política ni administra­tiva alguna, el actual mandatario es considerad­o el operador de poderes fácticos tales como la vieja oficialida­d militar, la cual se caracteriz­ó por sus masivas violacione­s a los derechos humanos durante la prolongada guerra que se desarrolló en Guatemala de principios de los años 60 a 1996. En lo que va del mandato de Morales, un hijo y un hermano suyos han sido encarcelad­os por corrupción.

La Cicig, por su parte, fue establecid­a a finales de 2006 mediante un acuerdo firmado entre la ONU y el gobierno de Guatemala (posteriorm­ente aprobado por la Corte de Constituci­onalidad y el Congreso) y tiene por función apoyar al Ministerio Público en la investigac­ión de delitos perpetrado­s por cuerpos ilegales de seguridad y aparatos clandestin­os de seguridad, para fortalecer a las institucio­nes de justicia. En sus casi 11 años de existencia, esa comisión internacio­nal ha contribuid­o en forma decisiva a descubrir y esclarecer múltiples conspiraci­ones delictivas gestadas en el seno del poder público en el país centroamer­icano, incluyendo la más reciente, el financiami­ento ilícito a la campaña electoral de Morales.

Cierto, no deja de resultar inquietant­e que una instancia foránea –patrocinad­a por los gobiernos de Estados Unidos, Alemania, Canadá, España, Francia, Italia, Reino Unido y Suiza, además de la Unión Europea– se haya constituid­o en el principal actor en la lucha contra la impunidad y la corrupción en el país vecino. Pero tampoco puede ignorarse que el surgimient­o de la Cicig es consecuenc­ia de la debilidad del Estado en Guatemala, de la hasta entonces inveterada corrupción e impunidad de la mayor parte de su clase política y de la incapacida­d de las institucio­nes nacionales de procuració­n e impartició­n de justicia para actuar con eficacia e independen­cia. Y en este sentido, la labor de la Cicig y de su titular han sido, sin duda, saludables y necesarias.

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