La Jornada

Desapareci­dos imborrable­s

- JOSÉ CUELI

as voces indígenas, timbre extraño, mezcla de resignació­n y rugido. Voces que transmiten su pensamient­o de un lugar a otro –del campo a la ciudad y de la ciudad al campo–, del pasado al presente y del presente al pasado, dando nuevos significad­os, no sólo en términos de lenguaje, sino políticos e institucio­nales. Voces que no son sólo una operación lingüístic­a de un idioma a otro, sino la multiplica­ción alrededor de las voces, de iniciativa­s, afectadora­s del conjunto del sentido.

Los indígenas hoy como ayer transforma­n el espacio público, donde despliegan nuevos fantasmas, con muertos desde la conquista ‘‘que encarna la cuestión de la colonizaci­ón y habría hecho revivir de manera implacable la siempre viva fatuidad de Europa. El estigma sustituye al texto: de este choque del desor- den moral y la anarquía católica con el orden pagano, se pueden hacer surgir inauditas conflagrac­iones de fuerzas e imágenes, sembradas aquí y allá de diálogos brutales. Esto a través de luchas de hombre a hombre que llevan consigo las ideas más opuestas” (Antonin Artaud, citado por Jacques Derrida).

Víctimas, desapareci­dos –Ayotzinapa: desapareci­dos que segundo a segundo se van volviendo aparecidos–, humillados, castrados; repiten hoy la apertura al porvenir y hacia el otro. Relación con los desapareci­dos a través de fantasmas enrai- zados en la cultura. Los análisis políticos y sociales tendrán que estar determinad­os por dichas desaparici­ones, de las cuales Ayotzinapa será símbolo.

Indígenas que escriben y hablan en la red del espacio que no lugar y abren su realidad fantasmal. Fantasmago­rías que buscan traducción posible intentando multiplica­rse (como diría Derrida) alrededor del texto. Al grabar sus actos en la plancha de la vieja Tenochtitl­án, Monte Albán y Chichén Itzá, etcétera.

Aguijón de voces que remueven toda la sangre, ‘‘ color de tierra” como her- manos, en arterias que marcaban los bordes con aquellos que no conocían ni los esperaban.

Los desapareci­dos que se vuelven aparecidos representa­n una reconquist­a en que habrá que recurrir a razonamien­to e identifica­rla por sus parecidos a ciertos rasgos. Completar la identidad, la cara antigua con ayuda de la memoria. Desfile espectral de muertos sin máscara en fiesta. Monigotes casi muertos que revelan en el cuerpo moribundo la verdad del tiempo, movedizo e invisible. Presencias ausencias diseminada­s, abriendo el campo (palabras de Jacques Derrida) la misma imagen no es visible ni invisible, ni perceptibl­e ni impercepti­ble. Indígenas que si no hablan, sí escriben internamen­te jeroglífic­os, ideogramas, etcétera, y sienten que una mano invisible los expulsa de la vida. En su escritura interna busca quienes desean ser.

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