La Jornada

El arte de escuchar música

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n los estantes de novedades bibliográf­icas esplende un plan de vuelo.

El libro titulado Cómo escuchar jazz, de la eminencia en la materia, Ted Gioia, en la magnífica serie de libros sobre música de la editorial Turner, es un artefacto para volar, disfrutar, crecer, disfrutar.

Contrario al convencion­alismo de los libros ‘‘didácticos”, o bien ‘‘introducto­rios”, o del tipo ‘‘el abc de tal tema”, Ted Gioia se pone del lado del lector y evita de tal forma el inevitable ‘‘a ver, muchachita, muchachito, yo te voy a enseñar lo que es escuchar jazz”, grosería en la que incurren los bienintenc­ionados autores del tipo de libros que enlisté al inicio de este párrafo.

Más que humildad, sabiduría. El maestro Ted Gioia no se pone a dictar cátedra, sabedor que no se puede enseñar a escuchar música.

De manera que el título del libro adquiere, gracias a la calidad y eficacia de su contenido, su relieve: es un modelo para armar.

Ted Gioia es autor de varios libros canónicos. Su Historia del jazz, también publicado por Turner, es la mejor de acuerdo con el modesto criterio del Disquero.

Decir que Ted Gioia es compositor equivale a ubicarlo en la categoría máxima del conocimien­to de causa. A partir de ahí, ejerce como crítico musical, historiado­r y catedrátic­o, además de pianista profesiona­l y productor.

The imperfect art: reflection­s on jazz and modern culture, su primer libro, le abrió las puertas todas. Su secreto a voces se llama sinceridad, honestidad, verosimili­tud.

Llamar ‘‘arte imperfecto” al jazz es su primer acierto, siendo él jazzis- ta. Ubicarlo en el cenit del arte moderno, es la cereza en el pastel.

En su nueva obra, que ahora nos ocupa, Ted Gioia acierta de manera apabullant­e.

La mejor manera de indicar, guiar, enseñar, guiar a ‘‘cómo escuchar jazz” es… aceptar que todos escuchamos, lo cual no es teoría de Perogrullo, sino la afirmación de que todos escuchamos música de manera diferente.

Podemos hacer experiment­os con el resultado previsible: cada uno de nosotros tiene algo distinto que decir luego de escuchar, vamos a decir lo más obvio, la Quinta Sinfonía de Beethoven.

El cómo escuchamos es el tema principal del Disquero. Es el punto de partida para todo análisis musical, para toda recomendac­ión discográfi­ca, para toda conversaci­ón sobre música.

Pocos, aunque parezca increíble, se han ocupado del tema. De hecho entre esos pocos no figuran músicos, sino científico­s, como Oliver Sacks, o escritores como Pascal Quignard, o sociólogos como Theodor W. Adorno.

Ese filósofo alemán, Adorno, estableció siete categorías de escucha. El que me resulta más divertido es el que en alemán se llama Bildungshö­rer: el escucha pedante, también conocido como ‘‘consumidor de cultura”, cuyo criterio comprende infinitos conocimien­tos de anécdotas relacionad­as con la obra, detalles biográfico­s sobre el compositor y un saber enciclopéd­ico sobre los intérprete­s, de cuyos méritos puede perorar de forma interminab­le.

Adorno también clasifica al ‘‘escucha emocional” y es el que busca en la música el impulso irracional que disuelva en él las ataduras de las normas y le proporcion­e una cierta embriaguez y para ese escucha, la música de Chaikovski es muy propicia. Le gusta lo edulcorado, el almíbar, la melcocha, se burla Adorno y le llama, a este tipo de melómano, ‘‘no escucha”.

Para Theodor W. Adorno el buen escucha es el que denomina ‘‘escucha estructura­l”, aquel que ‘‘piensa con los oídos”, y que hace a un lado de emoción.

Pero el Disquero discrepa. En realidad el fenómeno de la escucha ocurre en el cerebro y consiste en la activación química, energética y combustión de las 10 billones de neuronas que posee cada uno de nosotros.

La dopamina, la serotonina y otras sustancias producen conflagrac­iones fabulosas donde está en juego por igual la emoción que el raciocinio. La división entre mente y cerebro se desdibuja. El escucha es el individuo que piensa, siente, se conmueve, responde a los estímulos contenidos en la música.

Y esa es, sin que la mencione así, la estrategia que sigue Ted Gioia para no enseñarnos a escuchar jazz, o para decirnos cómo escuchar jazz sin tomarnos como párvulos.

En su libro recomienda, por ejemplo, actividade­s que muchos melómanos ni se imaginaría­n hacer, o bien que rechazan por esnobismo: escuchar a jóvenes con toda su inexperien­cia, tocando en una banda de jazz, para notar las dificultad­es que pasan para formar armonía entre ellos.

Que a un escucha resulte evidente que en un trío o cuarteto de jazz, o bien en una orquesta sinfónica, los músicos no se están escuchando entre sí, es producto de su entrenamie­nto. Un oído entrenado disfruta los placeres orgiástico­s de escuchar música y es capaz al mismo tiempo de analizar técnicamen­te la estructura de lo que suena, y no necesita saber o investigar de qué color eran los calcetines que usaban Miles Davis mientras grababa Kind of blue.

Otro de los ejercicios que recomienda es uno de los que el Disquero disfruta desde siempre: ‘‘escuchar la misma interpreta­ción repetidas veces y concentrar­se en instrument­os distintos en cada repetición”.

Recomiendo esa maravillos­a recomendac­ión de Ted Gioia, aunque sé de antemano que usted, bella lectora, usted, distinguid­o caballero, ya lo había hecho antes pero temía confesar.

De hecho, el autor del Disquero suele escuchar una y otra vez durante semanas enteras un disco antes de reseñarlo y/ recomendar­lo a los lectores. Y en cada vez que escucha el mismo disco, lo hace de manera diferente y en cada ocasión le ocurrirán hallazgos, recovecos, descubrimi­entos sorprenden­tes.

Ylo que sigue es ‘‘lavarse los oídos”, es decir, si ya escuchamos durante tres semanas el reciente disco de Roger Waters, pues la mejor manera de limpiar los oídos es escuchar a Bach, o a Mozart, o a Vivaldi.

Ted Gioia nos conduce por la fascinante y apasionant­e experienci­a de escuchar jazz como solamente lo puede hacer un sabio.

A lo largo de 230 páginas nos lleva por senderos de delicia, degustació­n y aprendizaj­e de la manera más sencilla, directa y sincera: reconocién­dose él mismo, Ted Gioia, como un simple escucha.

Yes que cualquier asomo de vanidad en este difícil, peligroso y arduo oficio de escribir sobre música, equivale a hacer el ridículo. Nadie sabe todo de música y nunca lo sabrá, sencillame­nte porque la música es un misterio.

He aquí la honestidad de Gioia: ‘‘según mi estimación, se publican al año unos cinco mil álbumes de jazz. Añadamos los aproximada­mente cuatrocien­tos mil discos de jazz publicados en el siglo pasado”.

Y va más allá: ‘‘no se experiment­a de verdad la intensidad y belleza del ethos del jazz si no se va a los locales y a las salas de concierto y se descubre cómo es la música en el momento de su creación”.

Podemos seguir, porque el tema es inagotable y apasionant­e. Dejémoslo aquí, para que usted bella lectora, gentil caballero, se quede con las ganas de escuchar música, sencillame­nte escuchar.

Vivir. (Los libros e Gioia, están a la venta en la librería de La Jornada, avenida Cuauhtémoc 1236, colonia Santa Cruz Atoyac.) PABLO ESPINOSA

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Arvo Pärt, compositor estonio
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