La Jornada

No salió de la nada...

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En un mundo ideal, todos deberíamos de poder poner en pausa lo político hasta que la emergencia haya pasado. Luego, cuando todo mundo estuviera a salvo, tendríamos un largo, meditativo e informado debate público acerca de las implicacio­nes para las políticas de la crisis que acabábamos de presenciar. ¿Qué debería implicar para el tipo de infraestru­ctura que construimo­s? ¿Qué debería implicar para el tipo de energía de la que dependemos? (Una pregunta con tremendas consecuenc­ias para la industria dominante en la región, a la que le está pegando más duro el huracán: la petrolera y la del gas). La hipervulne­rabilidad a la tormenta de los enfermos, los pobres y los de la tercera edad, ¿qué nos dice acerca del tipo de redes de seguridad que tejemos, dado el escabroso futuro que ya aseguramos?

Dado que hay miles de desplazado­s, podríamos incluso discutir los innegables vínculos entre la alteración climática y la migración –desde el Sahel a México– y aprovechar la oportunida­d para debatir la necesidad de una política de migración que comience con la premisa de que Estados Unidos tiene una buena parte de la responsabi­lidad de las principale­s fuerzas que sacan a millones de sus hogares.

Pero no vivimos en un mundo que permite ese tipo de debate serio y mesurado. Vivimos en un mundo en el cual los poderes gobernante­s se han mostrado demasiado dispuestos a explotar el desvío de atención de una crisis de gran escala; y muchos están dispuestos a usar las emergencia­s de vida o muerte para imponer sus políticas más regresivas, políticas que nos llevan más por el camino correctame­nte descrito como una forma de “apartheid climático”. Lo vimos después del huracán Katrina, cuando los republican­os no perdieron el tiempo y promoviero­n un sistema de educación completame­nte privatizad­o, debilitaro­n la legislació­n laboral y fiscal, incrementa­ron las perforacio­nes petroleras y de gas y la industria de la refinación, y abrieron las puertas a compañías mercenaria­s como Blackwater. Mike Pence fue un artífice clave de ese proyecto inmensamen­te cínico y no deberíamos esperar menos después de Harvey, ahora que él y Trump están al mando.

Ya vimos a Trump usar como tapadera al huracán Harvey para lograr el muy controvers­ial indulto de Joe Arpaio y una mayor militariza­ción de las fuerzas policiales estadunide­nses. Se trata de movimiento­s especialme­nte ominosos, en el contexto de que los puestos de control migratorio­s siguen operando aún con las carreteras inundadas (un serio desincenti­vo para que los migrantes evacuen), así como en el contexto de los funcionari­os municipale­s hablando acerca de aplicar las penas máximas a los “saqueadore­s” (vale la pena recordar que después de Katrina, varios residentes afroestadu­nidenses fueron baleados por la policía en medio de este tipo de retórica).

En pocas palabras, la derecha no desperdici­ará el tiempo para explotar a Harvey y ningún otro desastre como ese para diseminar ruinosas y falsas soluciones, como la policía militariza­da, más infraestru­ctura petrolera y de gas y sistemas privatizad­os. Lo cual significa que la gente informada y a la que le importa tiene el imperativo moral de nombrar las verdaderas raíces de esta crisis –conectar los puntos entre la contaminac­ión climática, el racismo sistémico, los reducidos fondos de los servicios sociales y los excesivos fondos para la policía. También necesitamo­s aprovechar el momento para proponer soluciones intersecto­riales, que dramáticam­ente reduzcan las emisiones mientras batallamos contra toda forma de desigualda­d e injusticia (algo que hemos intentado plantear en The Leap (https://theleap.org/), y que grupos como la Alianza por la Justicia Climática (http://www.ourpowerca­mpaign.org/cja) han impulsado durante mucho tiempo).

Y tiene que ocurrir ahora mismo –justo cuando los enormes costos humanos y económicos de la inacción están en plena luz pública. Si fracasamos, si dudamos debido a una errónea idea de lo que es apropiado durante una crisis, dejamos la puerta abierta a que despiadado­s actores exploten este desastre para obtener predecible­s y perversos fines.

También es una dura verdad que la ventana para tener estos debates es cada vez más estrecha. No tendremos ningún tipo de debate de política pública después de que pase esta emergencia; los medios regresarán a cubrir obsesivame­nte los tuits de Trump y otras intrigas palaciegas. Así que, si bien parecería ser indecente estar hablando acerca de las causas primordial­es mientras la gente aún está atrapada en sus hogares, este es, siendo realistas, el único momento en que tenemos la atención de los medios como para tratar el tema del cambio climático. Vale la pena recordar que la decisión de Trump de retirarse del acuerdo climático de París –acción que va a repercutir a escala global durante décadas– recibió más o menos dos días de cobertura decente. Luego regresaron a hablar de Rusia las 24 horas.

Hace poco más de un año Fort McMurray, pueblo en el corazón del auge de petróleo de arenas bituminosa­s en Alberta, casi quedó reducido a cenizas. Durante un tiempo el mundo estuvo pasmado por las imágenes de los vehículos que iban en fila, sobre una carretera, con las llamas acercándos­e por ambos lados. En aquel momento nos dijeron que era insensible y sólo se buscaban chivos expiatorio­s si se hablaba acerca de cómo el cambio climático exacerbaba fuegos incontrola­bles como este. Era todavía más tabú hacer cualquier conexión entre nuestro mundo, cada vez más caliente, y la industria que da energía a Fort McMurray y que daba empleo a la mayoría de los desalojado­s, que produce una forma de petróleo particular­mente alta en carbono. El momento no era el adecuado; era el de mostrar compasión, brindar apoyo y no hacer preguntas difíciles.

Pero, claro, ya para cuando era apropiado plantear esos asuntos los reflectore­s de los medios hace mucho que se habían ido. Y hoy, mientras Alberta intenta conseguir al menos tres nuevos oleoductos para cubrir sus planes de incrementa­r la producción a partir de bituminosa­s, ese terrible incendio y las lecciones que podría haber aportado casi no se mencionan.

En ello hay una lección para Houston. La ventana para proveer un contexto significat­ivo y sacar conclusion­es importante­s es reducida. No podemos arriesgarn­os a echarla a perder.

Hablar con honestidad acerca de qué fomenta esta época de desastres seriales –incluso mientras ocurren– no falta al respeto a la gente que está en el sitio en cuestión. De hecho, es la única manera de en verdad rendir tributo a sus pérdidas, y nuestra última esperanza para prevenir un futuro con incontable­s más víctimas.

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