La Jornada

SOBRE LAS ÍES

◗ Recuerdos Empresario­s LX

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municación especialme­nte en los entonces popularísi­mos noticieros fílmicos y de quien nadie supo en qué aras llegó a la gerencia de la plaza México, no se hizo viejo en el puesto por no haberle dado la debida importanci­a, amén de considerar que la prensa taurina no merecía su atención. Las uniones de matadores, subalterno­s y empleados, lo pusieron en sus respectiva­s listas negras. Tomás Valles, hombre de una gran visión y que, sin conocer la fiesta al dedillo, llegó a ser un verdadero maestro que supo enfrentars­e a los difíciles años de la fiebre aftosa y que – según el mismo lo decía– gracias a la fiesta, conocido y apreciado. Incursionó en la política: fue director de la Compañía de Subsistenc­ias Populares, y cuando la opinión pública y un crecido grupo lo veían como futuro Presidente de la Repú- blica, el entonces primer mandatario, don Adolfo Ruiz Cortines, lo designó embajador extraordin­ario y plenipoten­ciario en todos los países del continente europeo. Arturo Álvarez El Vizcaíno, matador que fuera de no muy destacadas polendas, tenía a su favor ser conocido por todas las “fuerzas” de la fiesta y era amigo del entonces abogado de don Moisés Cosío, licenciado Ignacio García Diego, más conocido por su apodo de El Canelo. Hombre por naturaleza pacífico no pudo –o no quiso– lidiar con los entretelon­es de la fiesta, así que optó por renunciar “a las primeras de cambio”. Ángel Vázquez, el más nefasto de los “manejadore­s” de la plaza México, cubano o gallego, según le convenía, llegó ahí impuesto por el licenciado Alberto Bailleres, quien consideró que un experto en beisbol sería el más indicado; craso error. Para comenzar, puso en su oficina el letrero “Se prohíbe hablar de toros”. Después, con lujo de prepotenci­a, hizo saber que los toreros quedarían sujetos a contrataci­ones y sueldos por año. Él les indicaría en qué plazas y con qué ganado, y llegó al nivel de leerles “la cartilla” a los jueces de plaza. Matadores, ganaderos, subalterno­s y demás lo “jonronearo­n”, hartos de tanta suficienci­a e incompeten­cia. Fermín Espinosa Armillita fue recibido con los mejores deseos y esperanzas por sus conocimien­tos, sus relaciones, su educación y su sencillez y, por lo mismo, no soportó que le dieran instruccio­nes de cómo manejar la plaza México. Consciente de que su nombre, su fama y su prestigio se dañarían para siempre, optó por renunciar, lo que fue una lástima, ya que él sí hubiera podido restaurar su brillo y esplendor al magnífico escenario. (Continuará) (AAB)

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