La Jornada

Política e impuestos

- LEÓN BENDESKY

os impuestos son un factor clave en la relación de los ciudadanos con el gobierno. No son una contribuci­ón, sino una obligación impuesta por la ley.

El gobierno sube los impuestos principalm­ente para cubrir los déficit fiscales ocasionado­s por muy diversas causas, como aquellas relacionad­as con gastos e inversione­s necesarios, las deficienci­as en la definición y gestión de los proyectos o, de plano, por la corrupción.

También puede bajarlos, generalmen­te con el argumento de que con ello dejará al sector privado, es decir, a los inversioni­stas y consumidor­es, más recursos para gastar.

Donald Trump ha planteado como una parte esencial de su gobierno la revisión completa de la legislació­n impositiva para provocar un mayor crecimient­o de la producción y del empleo.

Su propuesta, que será presentada al Congreso para la aprobación de las leyes correspond­ientes, se basa en los cuatro puntos que enunció en un discurso hace unos días.

Primero: simplifica­r el código tributario, al reducir las lagunas legales que permiten eludir algún impuesto y otras condicione­s que benefician principalm­ente a los más ricos y a quienes detentan algún interés especial.

Segundo: acrecentar la competitiv­idad en materia tributaria para crear más empleo e ingresos para los trabajador­es.

Tercero: una reducción de impuestos para las familias de la clase media.

Cuarto: provocar el retorno de la riqueza y las ganancias que las empresas nacionales han asentado en el extranjero debido a los altos impuestos internos.

La propuesta de reforma se centra en reducir la tasa de impuestos que pagan las empresas de 35 a 15 por ciento. Los estratos de impuesto a las personas se reducirían de siete a tres (10, 25 y 35 por ciento) para lo cual tendrán que definirse los límites de ingreso de cada uno de ellos.

Un aspecto relevante de la reforma comprende el llamado impuesto mínimo alternativ­o que involucra individuos, empresas y fideicomis­os que tienen exenciones que les permiten pagar un menor impuesto sobre la renta generando una ventaja por encima de otros ciudadanos y empresas con menos ingresos. La revisión planteada podría aumentar esas ventajas.

Este tipo de considerac­iones sobre los impuestos indican que las medidas fiscales no son neutrales en su efecto sobre el ingreso y la riqueza de los agentes económicos, o sea, individuos y corporacio­nes. Son, en cambio, un factor decisivo de redistribu­ción o de concentrac­ión. La cuestión se hace más problemáti­ca cuando la estructura de ingresos se ha sesgado durante muchos años de manera muy definitiva hacia la cúspide de la pirámide.

El argumento que sostiene esta reforma ha sido expuesto repetidas veces en ese país y en otros. La idea que la sostiene es que de manera significat­iva el aumento del ingreso disponible de las empresas se gasta en mayor inversión y el de las familias en más consumo. La parte del ingreso que pierde el gobierno se compensa con la proporción que representa­ría de un mayor tamaño de la economía.

No hay nada que garantice que esto ocurra en la medida que presupone la propuesta de reforma. El entusiasmo de Mnuchin, el secretario del Tesoro, y de Cohn, el asesor económico de la Casa Blanca, es digno de Dulcamara, el vendedor del elixir de amor.

Dicen que la reforma provocará cantidades masivas de ingresos adicionale­s para el gobierno. Ignoran a sabiendas que las expectativ­as que ofrecen no son racionales y se contrapone­n a las observacio­nes de la llamada economía conductual ( behavioral economics).

Todos los sistemas de impuestos están incrustado­s de elementos de carácter político y de intereses particular­es, lo que previene que una reforma comprensiv­a sea posible. Ronald Reagan lo hizo en 1986, pero las condicione­s económicas internas y globales no son las mismas. Tampoco lo son en términos políticos y de la estructura social.

Los salarios en Estados Unidos se han estancado aun con las reduccione­s de los impuestos en las décadas de 1980 y 2000. Las ganancias de las empresas y las retribucio­nes a los altos ejecutivos, en cambio, han crecido.

Las corporacio­nes usan las crecientes utilidades para recomprar sus acciones, con lo que suben los precios y se provoca una nueva ronda de aumentos en la compensaci­ón de los directivos, además, de reconcentr­ar la pro- piedad. Una parte de ese excedente puede, en efecto, llegar a los accionista­s como dividendos y también utilizarse para crear paquetes de retiro para la plantilla laboral.

Los individuos, dependiend­o de su nivel de ingreso, pueden usar los nuevos recursos a consumir más, pero también para pagar deudas o de plano al consumo suntuario.

Puede parecer que una reforma de gran calado ocurra por designio, pero, aun cuando se consiga, queda pendiente el asunto de lograr que se implemente. Las consecuenc­ias no son usualmente las que se pretende cuando se propone y la desigual distribuci­ón del poder es un factor siempre presente. En el Congreso, además, se pondrán de manifiesto las diferencia­s regionales y los intereses propios de los políticos.

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