La Jornada

Extorsiona­da en El Salvador, huyó a EU, la expulsaron, hoy vive escondida

Narra María el calvario que vive desde adolescent­e

- EMIR OLIVARES ALONSO

A sus 16 años, María no tuvo la suerte de quejarse del pesado trabajo escolar o de que algún muchacho le dedicara canciones de amor. Su adolescenc­ia fue muy diferente a la de sus pares. A esa edad, comenzó a ser extorsiona­da por un pandillero en El Salvador: le pagaba cada semana 25 dólares o su hermana sería asesinada. Aterroriza­da, durante año y medio cumplió con esa cuota hasta que el delincuent­e mató a su hermana.

Su suplicio apenas comenzaba. Tiempo después otro pandillero abusó sexualment­e de ella, pero se llevó una sorpresa: María es una mujer transexual. Por ello la agredió y la sobajó. Le exigió 40 dólares semanales para no matarla. Así soportó otro año y medio, hasta que decidió huir de su país.

Su travesía hacia el norte incluía el paso obligado por México y su suerte no mejoró. En Tapachula, Chiapas, subió a un taxi para ir a un hotel. El afable conductor la llevó, pero a una casa de prostituci­ón, donde la violaron y la privaron de la libertad. Con ayuda de una persona, logró escapar y pudo llegar a un lugar de atención para migrantes donde estuvo tres meses, hasta que las autoridade­s le dieron una visa humanitari­a.

María narró su historia du- rante la audiencia sobre migrantes retornados a los países del Triángulo Norte de Centroamér­ica que se realizó ayer en la Ciudad de México, en el contexto del 164 periodo extraordin­ario de sesiones de la Comisión Interameri­cana de Derechos Humanos. Su entrecorta­da voz se escuchaba en el salón de audiencias, pero ella, por cuestiones de seguridad, estaba en otra parte.

Una vez con la visa, siguió su camino hacia Estados Unidos. Sin embargo, su madre enfermó y retornó a su país. “Todo era peor, el pandillero sabía que me había escapado y aumentó la extorsión a 60 dólares. Pagué durante tres meses”.

Con ayuda de una organizaci­ón no gubernamen­tal, perdió el miedo y lo denunció ante las autoridade­s salvadoreñ­as. La vida siguió sorprendié­ndola: el policía que recibió la querella era cómplice de su verdugo y avisó al criminal. Su opción: huir una vez más.

En México nuevamente obtuvo visa humanitari­a y cuando pensaba que esa sería su nueva casa, se encontró con un hombre que era amigo del pandillero. “Decido abandonar mi casa de asilo para ir a Estados Unidos”.

Cuando por fin logró llegar a ese país, la migra la detuvo, la ingresó a las llamadas hieleras, como se conoce a los centros de detención de migrantes de Estados Unidos. “Estuve marginada, discrimina­da y sin bañarme”.

Tiempo después, una jueza la deportó con el argumento de que no podía comprobar las amenazas en su contra y le negó el asilo. “Estoy de regreso en El Salvador, ese pandillero me intentó matar a quemarropa (con cinco disparos). Me salvé. He tenido que abandonar mi casa y a mi familia para vivir escondida”.

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