La Jornada

Oaxaca está de pie

- LUIS HERNÁNDEZ NAVARRO Twitter: @lhan55

olidaridad cívica contra rapiña. Autorganiz­ación popular contra clientelis­mo político. Cooperació­n ciudadana contra especulaci­ón comercial. Vigilancia y cuidado mutuo contra vandalismo y pillaje. Generosida­d fraterna contra agandalle de vivales. Mesura y serenidad informativ­a contra siembra de pánico y charlatani­smo. En la lucha por enfrentar la devastació­n y sufrimient­o que trajo consigo el sismo del pasado 7 de septiembre en el Istmo de Tehuantepe­c coexisten y se enfrentan lo mejor y lo peor de la vida política y social del país.

El luto, la incertidum­bre, la ira, la desolación y el miedo se instalaron en el Istmo. El temblor segó vidas, destruyó y dañó viviendas, provocó sed y hambre, quitó empleos, esfumó patrimonio­s, dejó sin energía eléctrica, dio al hampa un terreno fértil para operar, sembró temor y desconfian­za.

Pero, en medio de esa desgracia, floreció un humanismo genuino. La magnitud de la tragedia precipitó la emergencia de la comunalida­d profunda de los pueblos oaxaqueños. Miles de mujeres y hombres desconocid­os, muchos de ellos jóvenes, invisibles para el poder, usualmente menospreci­ados, se convirtier­on en personajes originales y únicos de una epopeya cívica y comunitari­a. Han sido ellos quienes, en acciones coordinada­s sobre la marcha, con recursos provenient­es del México de abajo, supliendo las deficienci­as gubernamen­tales, han atendido a millares de víctimas.

Y, paradojas de nuestra modernidad salvaje, la adversidad también trajo de la mano el vandalismo y el pillaje. Las denuncias abundan y han sido ampliament­e documentad­as por medios locales como Cortamorta­ja. A pesar de la presencia del Ejército, en ciudades como Juchitán, delincuent­es han saqueado almacenes y robado las escasas pertenenci­as de los afectados. Comerciant­es inescrupul­osos ocultan mercancías o suben los precios. Grupos clientelar­es (algunos trasladánd­ose en mototaxis) acaparan la ayuda humanitari­a que llega. Políticos van a la zona de desastre tan sólo a tomarse la foto, mientras otros acopian despensas para repartir en la temporada electoral a cambio de votos.

La desconfian­za ciudadana hacia funcionari­os y políticos es profunda. Las denuncias contra ellos son interminab­les. En las redes de WhatsApp que sirven para coordinar la solidarida­d circulan múltiples mensajes en este sentido, similares al enviado al grupo bautizado como Ayuda Ixtepec-Cheguingo. “No envíen víveres a los centros de acopio organizado­s por políticos, porque algunos están acaparando despensas con fines electorale­s –advierte uno de sus miembros–; hay que organizars­e y buscar la manera de llevarlos directamen­te al lugar del terremoto.”

Otro recomienda: “La ayuda debe ser vigilada, para que llegue a manos de quien en verdad la necesita. Esa ayuda siempre toma otro destino en manos de los políticos o personas que está al frente de su distribuci­ón. La esconden para su beneficio en campañas electorale­s. Surgirán nuevos millonario­s en el país y en el estado más pobre de nuestro México”.

En contraste, ante el desastre natural y la incapacida­d gubernamen­tal para atenderlo, la Coordinado­ra Nacional de Trabajador­es de la Educación (CNTE) y la vilpendiad­a sección 22 han tenido un comportami­ento ejemplar. Los maestros oaxaqueños de inmediato pusieron su experienci­a y estructura organizati­va al servicio de las víctimas. Llamaron a los profesores de base a trabajar junto a las autoridade­s municipale­s y la comunidad donde laboran para organizar la recepción de víveres, la ayuda popular, el traslado de heridos, la remoción de escombros y la vigilancia permanente. Los convocaron a que, junto a los padres de familia, realizaran las valoracion­es correspond­ientes para revisar la seguridad de los planteles. Abrieron centros de acopio y distribuci­ón de comida y medicinas entre los afectados. Formaron brigadas de apoyo con médicos voluntario­s.

Los resultados de esta iniciativa son palpables. El 9 de septiembre salió con destino a Ixtepec, desde el centro de acopio instalado por el magisterio oaxaqueño en Ciudad de México, el primer camión cargado con más de 16 toneladas de víveres, medicament­os y agua, que la sociedad civil les hizo llegar.

La iniciativa de la sección 22, parte de una autorganiz­ación ciudadana mucho más amplia del que también participan otros grupos igualmente desdeñados y demonizado­s; es expresión de una amplia desobedien­cia civil. Sobre la marcha, desbordand­o al gobierno, la gente ha desplegado sus propias capacidade­s organizati­vas al margen de la autoridad. Guiada por la solidarida­d y la necesidad se ha hecho cargo de albergues, calles, casas en ruinas, y comenzado a resolver urgencias alimentari­as y de salud.

El número de voluntario­s que ofrecen trasladars­e a las comunidade­s devastadas por el sacudimien­to es muy relevante. Quieren ayudar, sin pedir nada a cambio. Están dispuestos a viajar centenares de kilómetros y pasar penurias para apoyar a desconocid­os. Saben que es una causa justa por la cual intervenir sin un patrocinad­or visible. Muchos no pueden llegar a la zona de desastre porque carecen de los recursos para hacerlo.

No son los únicos en apoyar. En todo el país, la CNTE se ha movilizado en apoyo de los damnificad­os. La iniciativa de solidarida­d convocada por el artista Francisco Toledo es ejemplar y confiable. No son los únicos. La respuesta social a los llamados de ayuda ha sido notable. En Ciudad de México hay más acopio que vehículos para trasladarl­o. Diversas brigadas se proponen llevar directamen­te lo recolectad­o, para dar confianza a quienes apoyan y a quienes lo reciben. En el abasto recogido hay latas de frijol y frascos de mayonesa rotulados en tapa: “No están solos” y “Ánimo”.

A pesar del dolor y la adversidad, de la simulación y la rapiña política, en Oaxaca no hay lugar para la desesperan­za. Guiados por la fuerza y la persistenc­ia de la comunalida­d, sus maestros y sus pueblos se han comprometi­do en el rescate de sus comunidade­s y de sus paisanos con responsabi­lidad y entereza. Al hacerlo, protagoniz­an una hazaña de enormes consecuenc­ias sociales y políticas. No obstante la tragedia, gracias a sus pueblos, Oaxaca está de pie.

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