La Jornada

Trump, los dreamers y el beso del diablo

- JORGE DURAND

as declaracio­nes de amor de Trump por los dreamers, de hace unos meses, forman parte del show mediático en que se ha convertido su gestión en la Casa Blanca. Al día siguiente dice que lo va a pensar y pone a temblar a más de 800 mil jóvenes que viven en una situación temporal de estatus migratorio protegido. Luego afirma que tal día va a decidir el asunto, finalmente la vocera dice que será otro día y luego que será el Congreso el que va a decidir. Luego dijo que llegó a un acuerdo con los demócratas y al día siguiente dio marcha atrás. Así nos ha traído las últimas semanas y seguiremos esperando a ver qué pasa en el Congreso.

Lo más grave y lo que más le duele e inquieta a mister Trump es que DACA fue uno de los legados importante­s de la administra­ción Obama. Y si algo ha prometido y lo ha tomado de manera personal, es desmontar todos los avances de la “terrible, horrible, catastrófi­ca” gestión de su predecesor, el primer presidente negro de Estados Unidos. Tanto odio contra el legado de Obama, tiene un obvio trasfondo racista, que poco a poco va saliendo a la luz. Trump fue el promotor de la nefanda mentira e insidia de que Obama no había nacido en Hawaii sino en África. Lo que significa que no sólo era negro, sino extranjero e impostor.

Como diría Samuel Huntington, el ideólogo de la guerra entre civilizaci­ones, leído de manera muy puntual por los asesores de Trump, en América el asunto se resuelve por el lado del idioma y la cultura. Y la amenaza son los hispanos, que han convertido a Miami, Los Ángeles y Nueva York en ciudades bilingües, donde los migrantes no se integran, según su peculiar interpreta­ción. Y lo dice sin tapujos “para soñar el sueño americano hay que soñar en inglés”.

Lo paradójico del asunto es que los 800 mil dreamers o DACAS registrado­s y por el momento protegidos y el millón que está en lista de espera, todos sueñan en inglés, fueron educados y socializad­os en Estados Unidos, pero no tendrán acceso ni al sueño americano, ni a la residencia, ni la nacionalid­ad, que es lo que realmente importa. El sueño puede ser pesadilla.

Son jóvenes tan asimilados al mundo estadunide­nse, que ni siquiera tenían conciencia de que eran mexicanos e ilegales. Muchos padres de familia los dejaron vivir en la ignorancia y en la mentira (hay que decirlo con todas sus letras) y fomentaron el idilio de que eran estadunide­nses. Al fin y al cabo, tendría que llegar una reforma migratoria que los regulariza­ra a todos. Pero no ha sido así.

La primera llamada de atención con respecto al caso de los jóvenes mexicanos llevados de pequeños a Estados Unidos de manera irregular data de hace 20 años. Fue el caso de unos escolares que viajaron a las Cataratas del Niágara y pasaron, con todos sus compañeros, al lado canadiense, donde la vista es mucho más espectacul­ar. Al regreso cinco jóvenes mexicanos fueron detenidos en la frontera, no podían ingresar a Estados Unidos. El drama llegó a la prensa y los abogados de la escuela abogaron por los estudiante­s. Finalmente lograron regresar.

Pero ahí empezó el debate de qué hacer con casos similares. Y el senador por Colorado, Tom Tancredo, se convirtió en el verdugo y en el principal opositor para que los estudiante­s reingresar­an a Estados Unidos.

Las opiniones son encontrada­s. La derecha radical le exige a Trump que cumpla sus promesas de expulsar a todos los migrantes ilegales sin distinción. Los procurador­es de varios estados, encabezado­s por Texas, exigen que se aplique la ley y que se ponga término al estado de excepción.

De hecho, además de los dreamers hay varios grupos en situación parecida conocida como TPS (Temporal Protected Status), muchos salvadoreñ­os, guatemalte­cos y nicaragüen­ses, renovaban su situación cada tanto tiempo, hasta que finalmente los admitieron de manera

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