La Jornada

Dan alivio cocinas de Toledo...

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Los coordinado­res de las cocinas comunitari­as forman parte de la asociación civil Amigos del Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca (IAGO), que tiene un espacio que funge como bodega y de ahí cada tercer día abastecen a las cocineras de azúcar, huevo, café, arroz, frijol, lentejas y café, principalm­ente.

Por las mañanas, cada representa­nte de las cocinas acude por entre ocho y 10 kilogramos de tortilla, es decir, a diario se consumen alrededor de 300 kilogramos de ese alimento, y por la noche se distribuye­n piezas de pan tradiciona­l.

“El maestro Toledo nos ha dado jitomates, chiles, cebollas, ejotes, zanahorias, papas, chayotes y hasta pollos para preparar los guisos. Hemos hecho lentejas, caldo de pollo, bisteces, caldo de res”, detalló Teresa López Suárez, otra de las cocineras.

Cuenta que en las tardes, mientras las cocineras se relajan, ya piensan en el menú del día siguiente, “y así le hemos hecho para comer sanamente en medio de esta tempestad”.

En las cocinas las mujeres se organizan en grupos, algunas hacen el desayuno y otras la comida, mientras los hombres ayudan a servir los alimentos y en las noches fungen como vigilantes.

“Aquí todos somos voluntario­s; somos 15 mujeres, y también hay varios hombres, pero algo importante es que se han sumado jovencitos que nos ayudan a servir la comida y otras veces hacen sus rondines por la cuadra. Esto lo llamamos solidarida­d”, resaltó López Suárez.

Una vez que los guisos se han elaborado, una de ellas avisa a los de la cuadra, y de inmediato salen con sus platos o recipiente­s. Algunos traen de barro y otros de plástico, se les sirve lo suficiente para una ración que les permita quedar satisfecho­s.

Agradecida­s con el apoyo

“Preparamos para 100 personas; por ejemplo, para un caldo de res compramos entre todos los vecinos 10 kilogramos de carne. El resto de los ingredient­es son de los donativos de Chico Toledo, a quien conocimos hace muchos años y estamos agradecido­s por su apoyo”. Las horas pasan y parecen no cansarse, mientras unas pican para el desayuno, otras preparan el café, y unas más lavan platos y tazas.

En las cocinas “para todos hay”, a nadie se le niega el alimento, no hay distinción económica y tampoco de ideología, aclara Teresa. “Aquí come el vecino, la vecina, el niño o la niña. Al que tenga hambre y va pasando se le ofrece un bocado; por las noches damos café y pan, y así sucesivame­nte le hemos hecho en todos estos días

“No ha sido una tarea fácil, pero nos gusta, nos hemos vuelto más solidarios y hemos valorado la vida. Vivimos el hoy, eso es lo importante.”

Para las mujeres, cocinar también se ha vuelto una terapia, porque mientras preparan los alimentos se desahogan, platican de aquel 7 de septiembre, de aquel movimiento telúrico que describen como “fuerte, horrible, de miedo”, del terremoto que llaman “susto”, que aún sigue latiendo y que no termina de esfumarse de este territorio zapoteca.

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