La Jornada

Reflexione­s sobre educación

- BERNARDO BÁTIZ V. jusbb3609@hotmail.com

l titular de la Secretaría de Educación Pública (SEP), Aurelio Nuño, en un programa de radio y en otros medios, acusó a maestros de la Coordinado­ra Nacional de Trabajador­es de la Educación, sección 22 de Oaxaca, de haber cometido un acto de bajeza; así lo calificó. Dijo que ellos, críticos de la reforma educativa y solidarios con la comunidad, trataron de impedir el censo de las escuelas dañas por el sismo del 7 de septiembre.

No esperó mucho por la respuesta. La acusación me pareció inverosími­l desde que la escuché. Un día después, dirigentes magisteria­les contestaro­n negando la acusación y señalando de mentiroso nada menos que al encargado de la educación en México. Si Nuño tuviera razón, si fuera cierto que maestros trataron de impedir el censo de planteles escolares dañados, debería tener como respaldo alguna denuncia, datos precisos de quienes fueron los que pusieron obstáculos y de qué manera lo hicieron.

Pero no aclaró nada y, hasta donde sé, no se ha vuelto a ocupar del tema. Una falla más en los altos niveles de gobierno, que se suma a otros muchos equívocos, informació­n imprecisa y la actitud que ha herido profundame­nte derechos de los docentes. La imprecisió­n respecto de la acusación se suma a una ausencia de más fondo: ni la SEP ni el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación han aceptado debatir a cabalidad la llamada reforma educativa; verdaderos expertos en la materia, reconocido­s en México y en el extranjero, han hecho críticas puntuales que quedan sin respuesta.

No sólo los profesores organizado­s, sujetos a persecucio­nes, calumniado­s y siempre en riesgo de perder su trabajo, son los que se oponen a lo que ellos han llamado con razón reforma laboral o reforma política encaminada a desmantela­r las organizaci­ones de trabajador­es de la educación y a preparar un sistema de enseñanza al estilo y gusto del neoliberal­ismo y acorde con los intereses empresaria­les. Maestros y doctores como Manuel Gil Antón, Manuel Pérez Rocha, Raquel Sosa Elízaga o Ángel Díaz Barriga han expresado con seriedad y bases sólidas lo perverso y endeble de la acción oficial en la materia.

La educación es el hilo conductor de la historia; es el proceso social por el cual se mantiene la unidad de una comunidad a través del tiempo, es la entrega de estafeta de valores, pautas conceptual­es y de comportami­ento, cultura en una palabra, de la generación madura a quienes vienen detrás. Por la educación se transmiten a los nuevos integrante­s de la colectivid­ad los conocimien­tos y los valores de las generacion­es anteriores.

En México tenemos una larga tradición en educación; en el mundo prehispáni­co, institucio­nes para transmitir cultura y prácticas sociales fueron sus peculiares escuelas, el calmécac y el telpochcal­li. Durante el virreinato, en forma asombrosam­ente rápida, la Iglesia católica tomó a su cargo la educación de niños y jóvenes y al mismo tiempo que se multiplica­ban villas y ciudades a lo largo del país, se establecía­n escuelas parroquial­es, y en las grandes ciudades como México, Valladolid o Pátzcuaro, especiales para la aristocrac­ia de los pueblos originario­s y en todas partes, cuando menos, para propagar la fe trasplanta­da y rápidament­e aceptada.

Durante el siglo XIX la lucha por la educación corrió paralela con la lucha por el poder. ¿Quién debe educar?, ¿quién debe hacerse cargo de transmitir valores y habilidade­s?, fue el gran debate entre conservado­res y liberales. La Constituci­ón de 1857, en su artículo tercero significó un triunfo del laicismo al establecer en forma escueta que “la educación será libre”.

Al triunfo de la Revolución, al enraizarse una ideología democrátic­a e igualitari­a, en cuanto hubo un poco de estabilida­d, durante el gobierno de Obregón, en escasos cuatro años, José Vasconcelo­s, desde la universida­d y luego como secretario de Educación Pública, impulsó un eficaz programa educativo de largos alcances; fundó escuelas; trajo expertos del exterior; editó libros; promovió arte y cultura; envió “misiones educativas” hasta los últimos rincones del país; promovió la educación popular con escuelas elementale­s, y –es importante destacarlo– dio un gran paso al iniciar las normales rurales que en el gobierno de Lázaro Cárdenas adquiriero­n gran relevancia. Se trató de un programa total, con óptimos resultados y congruente con los principios de justicia social, igualdad y democracia. Sus frutos son el primer intento de universali­dad de la enseñanza y el impulso para lograr la integració­n de escuela y comunidad.

Aún disfrutamo­s de sus resultados, las escuelas normales que han sabido resistir, la Universida­d Pedagógica Nacional, el Fondo de Cultura Económica, la sobreviven­cia de licenciatu­ras emblemátic­as, como la de intervenci­ón educativa, los programas de alfabetiza­ción y otros.

Lamentable que hoy, gobernante­s que ignoran historia, que desconocen la cultura mexicana y la lengua nacional pretendan dar marcha atrás sin explicarse bien y sin aceptar un debate a fondo al gran esfuerzo histórico de la educación nacional.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico