La Jornada

Cuatro horas de consignas de apoyo y música enmarcaron el quinto Informe

- MIRNA SERVÍN VEGA Y RAÚL LLANOS SAMANIEGO

El sol a plomo, decenas de mantas con frases de apoyo, música estridente y una multitud de simpatizan­tes – algunos presentes por convicción, otros por obligación– enmarcaron las cuatro horas que duró el quinto –y quizá último– Informe de actividade­s del jefe de Gobierno de la Ciudad de México, Miguel Ángel Mancera Espinosa.

Antes del arribo del titular del Ejecutivo local a la Asamblea Legislativ­a (ALDF), a las 11 de la mañana, las autoridade­s capitalina­s habían dispuesto ya una larga valla metálica, que fue reforzada por elementos de la policía capitalina, se extendía sobre la calle Donceles –desde el Eje Central hasta República de Chile– y la de Allende –de Tacuba a República de Cuba– restringie­ndo el paso de vehículos y peatones.

Por ahí sólo podían pasar los servidores públicos de los tres poderes de gobierno invitados a esa ceremonia, los líderes de partidos, jefes delegacion­ales, legislador­es y representa­ntes de diversos sectores de la sociedad.

Detrás de las vallas, decenas, cientos de personas que no dejaron de vitorear lo mismo a los delegados políticos que a los diputados que les ayudaron a tener una mejor ubicación, como los numerosos grupos de las delegacion­es Álvaro Obregón e Iztacalco, que quedaron exactament­e afuera del recinto legislativ­o, en Donceles y Allende; más atrás los de la delegación Gustavo A. Madero y los de Coyoacán, después los de la Venustiano Carranza y Tlalpan.

Entre esa multitud pasó lo mismo el ex jefe de Gobierno Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo y los miembros del gabinete, que la casi decena de gobernador­es. No así el secreta- rio de Gobernació­n, Miguel Angel Osorio Chong, quien con la representa­ción presidenci­al llegó a bordo de su camioneta por la calle lateral e ingresó discretame­nte al recinto por la entrada principal.

El último en pasar por la valla fue el jefe de Gobierno. Diez minutos de saludos, aplausos, tumultos y muchas porras.

Antes de ingresar al recinto se detuvo, volteó y con su mano derecha en alto saludó a la multitud.

Era hora de rendir cuentas.

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