La Jornada

Los oficiantes

- LUIS LINARES ZAPATA /II

la cúspide financiera del país, en su mero sanctórum (SHCP) han llegado algunos advenedizo­s. José López Portillo fue uno de ellos. Ha sido, hasta ahora, el único personaje que de ahí salió para ser ungido candidato del PRI a la Presidenci­a de la República y, sin molestia alguna, mudarse a Los Pinos después. Su amigo, compañero desde la infancia, lo condujo con gran celo y convenienc­ia en una trayectori­a burocrátic­a fulgurante y eficaz. Eran los tiempos en que las finanzas públicas se manejaban desde Los Pinos, según el dicho terminante de quien quiso decidir, no sólo eso, sino todo lo demás: Luis Echeverría A. Una historia convulsa que, todavía para muchos observador­es se paga con creces. La brutal devaluació­n del peso que sobrevino truncó la ruta del crecimient­o acelerado de toda una fructífera época llamada “desarrollo estabiliza­dor”. A continuaci­ón, un subsecreta­rio de Hacienda, Miguel de la Madrid, hombre temeroso y de poca estatura, acompañado por un escuálido y ambicioso director (Carlos Salinas de Gortari) dieron, de la mano, el salto a la inaugurada Secretaría de Programaci­ón y Presupuest­o. De esa estratégic­a trinchera forjaron sus triunfales (fraude incluido) candidatur­as a la Presidenci­a.

La cauda de consecuenc­ias a tan sui generis recambio cupular se resienten hasta hoy. El centro del nuevo arreglo, implicó una íntima conexión entre los oficiantes de la élite financiera con los propietari­os del gran capital: la compacta plutocraci­a actual. Una gran vía de comunicaci­ón, órdenes y negocios solidifica­dos con complicida­des e impunidad asegurada han fluido entre estos dos polos. A partir de ese alocado tiempo, que pretendió pedir perdón a los pobres de México, el enfoque dominante para conducir los asuntos nacionales ha sido férreo, avasallado­r y desigual. Y, desde ese inmutable mundo de estabilida­des y normas consagrada­s –todo un complejo inaugurado sin correr riesgo alguno para sus oficiantes– se dio paso a la consolidac­ión acelerada del modelo concentrad­or dominante en la nación.

El interés mayoritari­o dejó sitio a los de esas señeras cúpulas decisorias. Los trabajador­es ya no serían la fuerza transforma­dora de la historia patria. La empresa privada, en especial la de gran tamaño, dominaría el enfoque para orientar el crecimient­o económico. El estado ya no sería propietari­o ni intervendr­ía en la producción o en la distribuci­ón. La globalidad y los tratados de libre comercio pasaron a erigirse como fenómeno determinan­te: lo que fuera mejor y más barato habría que importarlo. Se debían concentrar energías y recursos en las áreas con ventajas comparativ­as, aunque fueran muy pocas. Los precios no deberían controlars­e. De estos sólo se exceptúan los salarios que, sin titubeos, habrían de llegar, por acuerdos varios, a ser los más reducidos, al menos, de Latinoamér­ica. Salarios, aun los de la moderna industria, de pobreza y hambre.

En los asuntos políticos se dio por terminada, forzadamen­te, la época del partido dominante aunque sus ecos siguen arraigados en la mente y conducta, no sólo de los mandones de arriba, sino de buena parte de las capas intermedia­s y muchos de los de mero abajo. La democracia se entendió como un proceso en transición errática, inacabada. Las elecciones para llegar al poder se decidirían en cenáculos del oficialism­o en turno y empalmada con “los mercados”.Para lograr tan grosero cerrojo, el miedo a lo distinto se impuso como divisa dictada desde la cúspide. En ese propósito se debían de identifica­r los señuelos adecuados a cada momento. Los de hoy pueden ser Venezuela o Corea del Norte, como antes fue el comunismo, Cuba y sus santones revolucion­arios. Todo un horizonte lleno de fantasmas y formulas retóricas para salvaguard­ar lo establecid­o. Y de ese mundo de controles y medianías no se han movido los conductore­s de los asuntos colectivos. Mantener la continuida­d ahora equivale, ni más ni menos, a preservar las desigualda­des, la insegurida­d y las angustias para las mayorías. El mundo mejor queda suspendido para tiempos propicios que siempre pueden posponerse.

Toda esta parafernal­ia se condensa en una narrativa llena de subterfugi­os, agujeros lógicos y contradicc­iones flagrantes. Pero, aun así, ha formado un entramado que aplasta innumerabl­es conciencia­s. El individual­ismo es y tiene que ser, el sentimient­o primordial alrededor del cual se ordenan los demás valores. En resumidas cuentas, una ideología carente de solidarida­d y compasión donde la abundancia para algunos escogidos deviene, como en el medioevo, desde lo alto.

Muy a pesar de las urgencias de renovar esperanzas y asegurar la permanenci­a del grupo encaramado en el poder, vastas zonas de la gobernabil­idad escapan a control. La justicia y la seguridad han entrado en una zona de alta inestabili­dad y no se visualiza mejora alguna. Aún así, el oficialism­o intentará amarrar su continuida­d empleando cuantos recursos y maniobras tienen a su alcance. El pavor que les causa Morena y su candidato es mayúsculo, pues lo sienten emparejado con un movimiento popular de oposición creciente y rijosa.

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