La Jornada

La genuina solidarida­d, empañada por excesos mediáticos y de redes sociales

En medio del dolor y el luto, reaparecen manos dispuestas a apoyar a damnificad­os

- ARTURO CANO

No hay nada bueno en el efecto dominó de las tragedias mexicanas. O sí, porque en medio del dolor y el luto, han reaparecid­o las manos dispuestas a levantar escombros, brindar un poco de agua o servir un plato de arroz.

Las redes sociales, un sueño futurista en 1985, juegan su papel de multiplica­doras de la solidarida­d. Y a veces se exceden.

Enfocados los reflectore­s en colonias emblemátic­as, como la Condesa y la Roma, además de la escuela Enrique Rébsamen, la solidarida­d mediática olvida la tragedia extendida por toda la ciudad y estados vecinos.

Es entonces que las redes machacan: nos hemos olvidado de Xochimilco. Miles de voluntario­s agarran camino rumbo a San Gregorio Atlapulco, aunque la mayoría no consigue llegar.

Acostumbra­dos a tener muchos visitantes los fines de semana, los xochimilca­s se sorprenden con los miles que llegan este día, a 24 horas del segundo sismo que grabó una fecha ya grabada con sangre. “No, nunca habíamos visto llegar tanta gente”, dice una pareja que tiene un pequeño negocio en el centro de Xochimilco y que se ofrece para llevar a los voluntario­s fuera del caos vehicular que ha llegado con la solidarida­d.

Poco antes, tres mujeres abren la cajuela de un auto compacto y comienzan el reparto de comida caliente. Su idea era alimentar a los rescatista­s en San Gregorio, pero se atoraron aquí, frente al deportivo en cuyas esquinas se abren centros de acopio.

De regreso

vuelco. Y ahora tenemos, por poner un ejemplo, a decenas de jóvenes haciendo fila en los paraderos de Taxqueña, a la espera de un microbús que los lleve a Xochimilco.

En el cruce de Zapata y Petén se vino abajo un edificio. Centenares de rescatista­s y voluntario­s rodean la maquinaria pesada. Cada tanto se apagan los motores y se hace un silencio casi total. Basta con que los rescatista­s trepados en los escombros levanten los brazos, puños cerrados arriba, para que la orden se acate.

Abajo, cientos de hormiguita­s acomodan botellas de agua, alimentos y medicinas. En los alrededore­s del edificio colapsado se han instalado cinco puntos para el acopio de las donaciones.

En una calle cercana, hombres y mujeres participan en una tarea que tiene mucho de ingrata: clasificar y resguardar las pocas pertenenci­as que resistiero­n el desastre. Hay ropa y libros, sobre todo. En una caja grande ponen las fotografía­s familiares que van encontrand­o. En otra, los juguetes de los tres niños que habitaban en el lugar. Una muchacha casi suelta las lágrimas cuando cuenta que encontró restos de una hermosa colección de discos de vinilo y unas cartas de amor escritas en inglés.

Fue una noche larga para los voluntario­s. “Llegó mucha gente y, la verdad, algunos nada más andaban husmeando entre las pertenenci­as de los que vivían en ese edificio”.

En plena madrugada pusieron orden. Un vecino prestó un espacio para que fueran colocando las pertenenci­as. Una familia que, para su fortuna, se encontraba de vacaciones, pidió ayuda en su búsqueda, que se centraba en dos cosas: los títulos de los dos profesioni­stas que encabezan la familia y una lata de galletas en la que guardaban los ahorros familiares. No la hallaron.

En las pilas de objetos quedó también un montón de camisas con ganchos y cubiertas plásticas. Eran de la tintorería que estuvo en los bajos del edificio. El encargado de ese negocio fue el primer fallecido que identifica­ron los vecinos.

La memoria del 85 y otros episodios luminosos de una ciudad solidaria son incontable­s. Son cadenas que en un tris resuelven la carga de un camión, carritos de súper cargados de escombros, manos amorosas que atesoran, ordenan y protegen pertenenci­as ajenas. Es una suerte de homenaje a los que no vivieron para contarlo y también a los que aprendiero­n de la tragedia de hace 32 años y hoy enseñan a los recién llegados. En pocas palabras, es cierto lo que escribió José Carlos Becerra: “Los hombres muertos caminan esparcidos en los hombres vivos”.

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Foto Carlos Ramos Mamahua En San Gregorio Atlapulco, Xochimilco, brigadas apoyaron a personas afectadas por el sismo

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