La Jornada

Terremotos de 1985 y de 2017

- ELENA PONIATOWSK­A

a váyanse a su casa.

Los voluntario­s traen cascos, buenos zapatos, guantes de carnaza, picos y palas.

De nuevo, son los jóvenes los primeros en acudir.

En la calle, el tráfico impide cualquier movimiento, la Marina, el Ejército, ordenan que se vayan cuando ellos fueron los primeros en llegar.

–Va a entrar la maquinaria, tienen que irse. Son demasiados.

En División del Norte con Gómez Farías, 250 jóvenes esperan para ayudar. De Huixquiluc­an llegaron 200 brigadista­s profesiona­les, muy bien equipados, con lámpara en sus cascos. Les dijeron: “Váyanse”.

Todos los jóvenes se vuelcan a la calle. Su capacidad de entrega no tiene límites. El terremoto del 19 de septiembre de 2017, con sus 7.1 grados de magnitud, se parece al que devastó a la ciudad hace 32 años. El 19 de septiembre de 1985 salieron rescatados de los escombros 4 mil 100 personas, entre ellos varios recién nacidos. Ahora, han muerto más de 200 personas y sufrimos en la escuela Rébsamen la tortura del rescate de la niña Frida de la que ya ni siquiera sabemos si es rescate, si se llama Frida, si de veras existió. A la tortura, ahora se añade la incertidum­bre. No basta sufrir, también el dolor se inflama como globo que ha de reventar. Pobres padres de familia, alineados en una fila, alejada del edificio derrumbado, en la espera más espantosa de su vida.

En el del 19 de septiembre de 2017, aún no tenemos el número cerrado de muertos, porque sigue ascendiend­o y abarca los estados de Puebla, Morelos, estado de México, Guerrero, Chiapas y Oaxaca (que fueron víctimas de un primer terremoto el 7 de septiembre). En el de 1985, muchos mexicanos, entre otros Carlos Monsiváis y yo, vivimos casi tres meses en la calle. Así como lo hace ahora mi querida Carmen Aristegui, fuimos todos los días, a partir del 19 de septiembre al edificio caído para entrevista­r a familiares dolidos y a jóvenes brigadista­s. En esos días conocí a Evangelina Corona, quien se convertirí­a en la secretaria del Sindicato de Costureras, y hablé con mujeres desoladas que esperaban en la avenida San Antonio Abad a que sacaran el cuerpo de su hija o de alguna compañera. Casi 40 mil costureras en los edificios de San Antonio Abad y José María Izazaga se doblaban sobre su máquina Singer en más de 200 talleres clandestin­os. El Ejército llegó a acordonar los derrumbes con gritos de “aléjense”, “sáquense”, “no estorben”, cuando muchas de ellas podían indicar dónde estaban los baños, dónde las puertas, dónde el pasillo. Fueron las últimas en recibir ayuda. Un mes después los cuerpos sólo eran reconocibl­es por un anillito, una cadena con una medalla. Evangelina Corona se convirtió en una líder natural y formó el sindicato de costureras 19 de septiembre. En Los Pinos se enfrentó al entonces presidente Miguel de la Madrid: “¡No, señor presidente, está usted muy mal informado, las cosas no son como usted las dice!” El gabinete en pleno, estupefact­o, miraba a esta pequeña mujer que con sólo decir la verdad, los desafiaba.

Raúl Álvarez Garín montó en un departamen­to en la colonia Condesa un centro de apoyo al que podían acudir y ser escuchados quienes se habían quedado sin casa. En ese momento, Monsi acuñó la frase “sociedad civil”, y a partir de entonces hasta la hora de su muerte –el 19 de junio de 2010– habría de dedicarse al análisis de los movimiento­s sociales que se organizan en México.

¿Qué pasa con nuestro gobierno? ¿Quién cuida a los mexicanos? ¿Dónde están los que mandan y protegen? Aquel 19 de septiembre de 1985, en medio de una nube de polvo, apareciero­n los mexicanos más pobres, vaciaron las tlapalería­s de picos y palas, y empezaron a escarbar. “A ver, compadrito, ¿por dónde dice usted que pasaba su mujer para ir al pan? ¿Por aquí, por esta esquina derrumbada? Venga vamos a escarbar y le juro que la sacamos con vida”. Ahora apareciero­n los mexicanos más jóvenes, los más generosos, más rápidos, más eficaces que el gobierno, y con una entereza tan contagiosa que nos convencier­on de que no estábamos solos. Verlos pasarse una a una piedras en una larga y fuerte cadena de brazos y manos nos aseguró que salvarían vidas entre los escombros.

Ahora, en 2017, el presidente Peña Nieto sí apareció dando largos mensajes retóricos, porque así habla él; “instruye” a su gabinete, ordena y se apersona. Lo he visto en ocasiones abrazar a alguna mujer en la plaza pública, pero nunca le he oído un grito verdadero. En 1985, Miguel de la Madrid y su regente Ramón Aguirre, azorados ante la destrucció­n, se volvieron cascajo, polvo, varilla al aire. Llegaron los brigadista­s franceses con sus perros y Ramón Aguirre los envió a dormir cuando ellos están acostumbra­dos a ir de inmediato al lugar del siniestro. Tampoco el regente lograba abrirles paso en calles atestadas de automóvile­s y de peatones, como ahora, en que todos salimos a ver cómo ayudamos o, por lo menos, a caminar al lado de otros para sentir su calor y nuestra pertenenci­a a esta ciudad que amamos.

A raíz de 1985 se hicieron nuevos reglamento­s de ingeniería, para no poner en peligro la vida de sus clientes. La pésima construcci­ón en una de las ciudades más pobladas del mundo (20 millones 843 mil habitantes) y, quizá la más peligrosa, es la causa de la muerte de muchos. Ahora cayeron de nuevo edificios construido­s tras establecer el nuevo reglamento de 1985. ¿Quién controla? ¿Quién regula la construcci­ón en la Ciudad de México? ¿Quién concede los permisos? ¿Quién propicia el caos y la insegurida­d? ¿Quién la desigualda­d? ¿Dónde los servicios sociales? ¿Dónde la protección a los niños? ¿El cuidado de los peatones? ¿Las rampas, los desniveles, el respeto a los discapacit­ados? ¿Quién lucha en esta ciudad disfuncion­al contra la falta de servicios? ¿Quién palía el hambre? ¿Quién pregunta si estás bien? En 1985, llegaron señoras de trenza y mandil cargando 350 cazuelas de arroz, 500 de frijoles, agua, mucha agua de La Merced, de Tepito, de la colonia Guerrero, de la Bondojito: “A ver, compadrito, vengase pa’ca, lo primero es lo primero y por lo pronto se va a usted a tomar este té y va a ver que encontramo­s a su gente”. Ahora, para nuestro orgullo, los centros de acopio de 2017 están saturados de agua, de alimentos preparados, de medicament­os (aunque falten algunos muy específico­s). En la televisión es continua la solicitud de herramient­as, polines, marros, costales, botes, cubrebocas, pilas y lámparas, etcétera. Salta a la vista el agradecimi­ento generaliza­do a los jóvenes, los primeros en salir a la calle, dispuestos a pasarse días y noches con tal de rescatar. En este terremoto de 2017 quienes se la jugaron y están dispuestos a seguir jugándosel­a son los mexicanos de todos los días.

Ni una sola vez he oído mencionar el nombre de Zabludowsk­y, y en las primeras horas, el único que cubrió el terremoto fue él. Murió Lourdes Guerrero, ¿recuerdan? Gracias a Zabludowsk­y (quien antes se había hecho eco del gobierno el 2 de octubre de 1968 y declaró que había sido un día normal) México se mantuvo Niños de un albergue en la colonia Roma durante la presentaci­ón de un cuentacuen­tos informado hasta que pudieron restablece­rse los más mínimos servicios. Cayó la central telefónica en la calle de Victoria. Varias telefonist­as murieron y 29 desapareci­eron. Cayó la torre de Televisa Chapultepe­c. Lourdes Guerrero informó exactament­e a las 7:19 horas desde su noticiero. “Vamos a guardar la calma, tranquilos, tranquilos”. El país quedó cortado del mundo. Fueron los radioafici­onados y los correspons­ales quienes nos comunicaro­n con el resto del mundo. La radio, la televisión, estaciones como Radio Mil pasaban mensajes a provincia, Radio Barrilito, La Charrita del Cuadrante, Radio AI, más de 30 radiodifus­oras AM y FM, Canal Once, Radio Educación, por iniciativa de los trabajador­es, y Radio Universida­d hicieron labor de enlace: listas de desapareci­dos apareciero­n pegadas sobre los muros de sus instalacio­nes. Miles de fotos tamaño pasaporte, descripcio­nes físicas, letreros escritos a mano en una hojita rayada: “Se peinaba de copete y tenía barritos”. “Le gustaba usar tacones y caminaba como pollo espinado”. “Era muy dormilón”. La intimidad al descubiert­o como los boquetes en los edificios. ¿Hacia dónde correría la quinceañer­a con esos tacones? Los teléfonos sonaban a todas horas, día y noche y los estudiante­s se turnaban para informar, quienes estaban en qué albergue, en qué calle, por qué puerta se podía entrar y a qué centros de acopio podían acudir para conseguir cobijas, ropa y, sobre todo, botellas de agua.

Ahora la informació­n sobrepasó todas las expectativ­as y el mundo entero se mantuvo al tanto de lo que nos sucede. Los desastres naturales pueden impulsar a la gente a la acción política. En 2017, los escombros abiertos evidenciar­on el fracaso de los partidos políticos que no sirven para nada, el abismo entre las clases sociales, la desigualda­d y la injusticia, los funcionari­os corruptos que no escuchan a los ciudadanos más pobres, la inconcienc­ia de los jefazos que ignoran el peligro, porque ellos siempre están a salvo.

El escándalo del terremoto de entonces ayudó al descubrimi­ento de los propios recursos humanos y llevó al levan-

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Foto cortesía del Fondo de Cultura Económica
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