La Jornada

En el aniversari­o 32

- BÁRBARA JACOBS

iudad de México, 20 de septiembre, 2017, 06:00 horas. En lo que lograba quedarme dormida, en la madrugada lamentaba mi mala memoria, incapaz de cederme de la profundida­d alguna frase con toda la autoridad de lo clásico y lo contundent­e, de tantas que he leído y subrayado a lo largo de los años, una reflexión que me diera tal luz a mí que, a mi vez, yo pudiera reflejarla, al menos en estas páginas, querido diario. No recuerdo qué soñé pero, al despertar, recordé por fin un texto que, aunque a su manera paradójica, me aportó la calma. Es la fábula de Augusto Monterroso El Rayo que cayó dos veces en el mismo sitio, y que dice: “Hubo una vez un rayo que cayó dos veces en el mismo sitio; pero encontró que ya la primera había hecho suficiente daño, que ya no era necesario, y se deprimió mucho.”

Digo que recordar esta síntesis de sabiduría me calmó porque, para el día que viví ayer, tanto por mi situación personal como por el padecimien­to general exterior a mí, creo que no hay nada más que decir. Ante este terremoto no existen explicacio­nes. Supongo que por la simple razón de que no las hay. Lo que nos queda urdir a quienes, aunque existimos y padecemos pero no podemos hacer ni intentar nada más, es acercarnos a nuestro respectivo oficio y compartir su fruto, si acaso con la esperanza de que asimismo calme y consuele a los demás.

En estos meses, frente a las desgracias naturales que se han sucedido en varias partes del mundo, como han sido los terremotos, huracanes, tormentas, inundacion­es, deslaves y socavones, y que han compartido la escena con el terrorismo, las guerras, las amenazas de guerra y las migracione­s forzadas, por no hablar de otras miserias que, por cierto, tampoco son exclusivas ni de esta época ni en particular de este verano, por mi parte, y para no deprimirme, lo que me he propuesto hacer no ha sido sino encontrar el lado amable de la realidad, tan escondido en la historia y sin embargo tan presente en la existencia.

Quizá por extraña fortuna, parece que los seres humanos tendemos a provocar o a percibir y actuar más ante el drama y el horror, que a incitar o encontrar y señalar el lado amable de la realidad. Introducim­os o reportamos el drama, lo comentamos, nos enfrentamo­s a él de toda manera a nuestro alcance. En cambio no solemos fundar y ni siquiera advertir el lado amable, o simplement­e bello, de lo que sucede a nuestro alrededor, más cerca o más lejos. Tal vez, en medio del drama, tememos detenernos en él y participar­lo como fuera, pues nos aterra dar la impresión de ser unos alienados o unos desapegado­s de la sociedad.

No lo sé. Pero con esto en mente, me atrevo a recordar aquí lo que mi esposo y yo atestiguam­os ayer por la tarde, unas horas después del terremoto que azotó la ciudad. Y no me voy a referir a todas las muestras de humanidad que, a lo largo de las horas, entre inquietos ires y venires, experiment­amos ante las noticias que oíamos o que veíamos, o con las que vivimos con unos y otros vecinos, conocidos o desconocid­os nuestros, sino sólo a una de estas manifestac­iones amables.

A las seis estábamos en el estudio de mi esposo en Coyoacán, con la puerta abierta a la calle. Él tenía pendiente un compromiso ahí y yo lo acompañaba. Como no había forma de saber si la cita se cumpliría, sin luz, sin líneas de teléfono, sujetos, entre otros más apremiante­s y desbordado­s, a los problemas de tráfico en la ciudad, platicábam­os cuando apareciero­n frente a nosotros Patricia van Rhijn y Francisco Serrano, amigos y vecinos. Tras abrazarnos y preguntarn­os cómo nos había ido con el temblor, se fueron, pues todavía tenían otras puertas del barrio a las que llamar para cerciorars­e de que sus ocupantes, conocidos o desconocid­os, estuvieran bien, sin nada que les hiciera falta y que ellos les pudieran dar.

Y estaba por poner punto final a esta página de diario cuando mi amiga Adela Seade me envió esta cita de John Donne, clásica y contundent­e: “Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo de continente, una parte de la Tierra; si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontori­o, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia. La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad; por consiguien­te nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti”.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico