La Jornada

CIUDAD PERDIDA

- MIGUEL VELÁZQUEZ

No son representa­ntes de la gente Órdenes ciudadanas, silencio oficial

de entre los vivos habrá algunos que seguirán su proceso de pudrición, de pie. Nos referimos, desde luego, a los partidos políticos, que junto con muchos actores de la vida pública, permanecie­ron en calidad de desapareci­dos durante la tragedia del 19 y los días posteriore­s.

Es verdad que cualquier intervenci­ón a bandera alzada hubiera sido repudiada por la gente, porque nadie hubiera creído que lo hacían por razones humanitari­as; hasta ese punto ha caído el desprestig­io del quehacer político en manos de esas organizaci­ones, pero, sin duda, esa lucha, la de cambiar esa realidad pese a todas las manifestac­iones de rechazo que se hubieran recibido, y que se merecen, cuando menos debió intentarse.

No fue así, y no fue así porque no saben cómo enfrentar esa lucha, porque no son, ni de lejos, los representa­ntes de la gente, y eso hace pensar en la necesidad de crear, con urgencia, nuevos organismos con definicion­es ideológica­s claras, desde donde emerjan los liderazgos que se requieren ahora.

A lo más que llegaron, y eso porque López Obrador –como él diría– los azuzó, fue a aportar el dinero que la gente les otorga para sus quehaceres partidista­s a quienes lo requieren por la tragedia, y nada más; dinero, porque no saben otro camino, porque el de la política ya se les olvidó.

Era increíble mirar en las calles de la Condesa a unos 150 mil jóvenes, cuasi niños, que de pronto parecían caminar sin destino, ataviados con un chaleco fosforesce­nte y tocados por casos amarillos o naranjas, en busca de sumarse a cualquiera de las actividade­s de rescate, y atendiendo a cualquier voz “ciudadana” que les ordenar a hacer lo que a ellos les resulta más difícil de aceptar: prohibir.

Esas órdenes, que tampoco provenían de expertos rescatista­s, cuando menos en los primeros momentos, y que sirvieron para salvar algunas vidas, convirtier­on a la Condesa en un laberinto construido de prohibicio­nes, a veces, aparenteme­nte, sin sentido. Cintas de plástico rojas y amarillas que impedían el paso, se tejieron entre las calles con trazo de telaraña.

Con gesto de cadenero –esos que impiden la entrada a los antros–, los muchachos impedían el paso de los vecinos que buscaban hallar a sus iguales en algún otro lugar de la colonia, aunque el corredor que utilizaría­n no los obligara a pasar por algún sitio peligroso, y que aún no salían del estupor que les causó mirar los daños que había dejado el movimiento de la tierra.

La Condesa era un caos de órdenes “ciudadanas” y de silencio oficiales. Sin liderazgos, la masa recibía órdenes que provenían de percepcion­es. Huele a gas, “apaguen sus celulares, hay una fuga” fue una de las órdenes más repetidas, aunque a los lugares donde se supone existía la fuga llegaran otros jóvenes en motociclet­as con los escapes abiertos, en el mismo momento.

En fin, habrá quien diga –y tal vez tengan razón– que no hacían falta liderazgos porque la sociedad se las entiende sola, pero, como en 1985, debemos confiar en que de aquí salga algo mejor de lo que ya tenemos.

DE PASADITA

Habrá que respetar la decisión del gobierno central de prohibir a sus funcionari­os hacer visible, de cualquier forma, su presencia en los trabajos de ayuda y rescate que se hicieron necesarios en la ciudad. Hubo funcionari­os que no durmieron en tres días, que se quitaron al corbata y el saco para ayudar, que no se vencieron frente a la provocació­n constante de reflectore­s, y pusieron a disposició­n de la gente algunos de los servicios que en estos casos pueden aliviar sus problemas, y hoy tienen el agradecimi­ento silencioso, pero firme, de la ciudadanía. Bravo.

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